Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 28: MORFEO

Al salir del hospital recordé no haber visto a Lia desde el día anterior, por lo que me preocupe y decidí llamarla, para esa hora muy probablemente se encontraba tomando un café con Luis o iría camino a la casa. Después de sonar durante cuatro veces, Lia descolgó, por lo que mi primera frase fue: -¿Dónde has estado?, no te vi en la mañana-. Inquieta por lo despistada que solía ser algunas veces, respondió: -Oye, yo si acudo a la Uní, y por si no lo recuerdas tú también debiste de haber acudido-. Su reclamo me tranquilizo y le dije: -Hay muchas cosas que debo contarte, ¿crees que tengas algo de tiempo?-. Aliviada por mi declaración dijo: -¡Claro!, ya me estaba preocupando tanta distancia hacia mí-. Me despedí diciendo: -Te veo en la catedral de la Almudena-.

Camine hasta allá, tome un metro y aproveche el tiempo para reflexionar, hacía mucho tiempo atrás que no me sentía tan viva como me sentí ese día al lado de Alex, en los sueños jamás logre descifrar al joven, sin embargo, tenia la esperanza de descifrarlo ahora. Al llegar a la catedral me decidí a entrar, Lia aun no llegaba, mientras pensaba en la manera en que Lia tomaría todo lo que le confesaría, me sorprendió por la espalda, tapando mis ojos, sabia que era ella debido a su brazalete rojo que portaba en la mano izquierda.

La catedral de la Almudena se había convertido en mi sitio favorito para pensar desde que llegue a Madrid, Lia lo sabía, por lo que mientras contemplaba en silencio las esculturas y muros preciosos que la formaban, Lia tomo asiento enseguida mío e hizo exactamente lo mismo. Ella en tan poco tiempo, me conocía mejor de lo que yo misma llegue a conocerme, presentía que algo me pasaba. Sus rizos eran mas azules que nunca, parecía que los había teñido de un tono mas oscuro. Aproveche para preguntarle por Luis, a lo que me respondió que no lo había visto el día de hoy, su respuesta me pareció extraña por lo que quise excavar un poco en el tema, pero dijo que había estado evitándola los días que yo no había acudido a la escuela.

Al salir de la catedral, después de haberme puesto al día de lo que sucedía en la vida de Lia, me arme de valor para contarle todo, hable de los sueños que me perseguían a partir de mi accidente, le explique mi teoría acerca de que yo creía que era un efecto adverso de los antiepilépticos que ingería; sin omitir ningún detalle le conté del doctor Alejandro Martin, y la manera en que me estaba robando el sueño desde que había salvado mi vida después del avionazo.  Quise excusarme también hablando de que todo sonaba muy loco y ese había sido el motivo principal por el cual no había querido externarle lo que me sucedía.

Fascinada por mi plática, me hablo acerca de un mito ingenuo que ella escuchaba a la edad de 10 años. El mito decía que un día que Morfeo se encontraba aburrido en el Olimpo decidió viajar a la tierra, sin embargo, solo se le permitía viajar de noche, entraba a cada casa a ayudar a dormir aquellos que padecían insomnio, cuando estaba a punto de regresar al Olimpo, se encontró con la bella Iris durmiendo plácidamente, anonadado por su belleza cada noche la visitaba; luego de pasar unas cuantas noches admirándola, se le ocurrió la brillante idea de que lo conociera a través de sus sueños al fin y al cabo él era el dios de los mismos. Iris no entendía porque aparecía en sus sueños cada noche aquel joven de apariencia atractiva, sin embargo, se enamoró de él; al final se resignó a que solo podían amarse a través de sus sueños. Lia decía que su mamá le contaba que aquellas almas que estaban destinadas a estar juntas a veces podrían encontrarse a través de sus sueños.

Su historia me dio esperanzas para seguir conociendo a Alex, al final la idea no me resulto tan descabellada. Quizás era tonto basarme en un mito mágico, pero Lia me convenció de que no tenía nada que perder, al final Alex parecía tener algo de interés en mí. A su vez, juntas llegamos a la conclusión que era una especie de genio, absolutamente nadie entraba a la especialidad de medicina con tan corta edad, mientras divagábamos acerca de múltiples teorías entorno a su vida sentadas en la plaza, el tiempo transcurría hasta que Lia se puso de pie emocionada porque había tenido una idea genial. Me tomo de la mano, comenzamos a caminar, yo no entendía que sucedía, sin embargo, no tuve tiempo para hacer preguntas.   




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