Desde Madrid, con Amor.

CAPITULO 34: FUNERAL

El día fue largo, mis sentimientos estaban destruidos, hechos nudo en un fondo oscuro, una fila de dolientes alrededor de su ataúd, mi madre y mi hermana del lado derecho, yo del lado izquierdo en un lugar oculta entre la multitud vestida de negro. Apenas voltearon a mirarme Lucia y Ana, era sujeto de culpas y recriminaciones en todos los sentidos, la vida me ponía duras pruebas nuevamente, ahora no estaba segura de como sobreviviría ante ellas. Los antiguos compañero de la empresa de mi padre parecieron no reconocerme o probablemente me dieron por vista, por primera vez en mucho tiempo me sentía extraña en mi propio país, me atrevería a asegurar que me sentí más ajena en esos momentos que la primera vez que pise Madrid. Por lo que desee regresar al lugar que me había acogido cálidamente. Un flashback inmediato rondo en mi cabeza de los recuerdos de infancia con mi padre, las horas jugando escondidillas en el jardín, las tardes en la sala mientras dormía a su lado y los cuentos de terror durante las noches; las lagrimas se hicieron desbordar por mis mejillas, los lentes oscuros no evitaron su salida, mi vestimenta negra simbolizaba mi irremediable perdida, pero era testigo de que poco a poco mi alma desaparecía.

Durante la misa las palabras del padre se encontraron muy lejos de ser consoladoras, por lo que sentí un coraje interno y devastador; la vida tenia maneras misteriosas de poner en su lugar a cada persona, sin embargo, sentía que yo ya había pagado los pecados cometidos en el resto de esta vida y las siguientes que me quedaban por vivir. Necesitaba la misericordia prometida y se me estaba negando, estaba segura de ello, empezaba a pagar mi egoísmo rotundo, me lo merecía en absoluto, me quedaría ahí dentro de los 9 círculos, aunque presentía que apenas iba por el segundo. El infierno no se encontraba en el fondo de la tierra, al contrario, este era mi infierno y todos ellos eran mi penitencia, estaba ardiendo en las llamas buscando la redención que no merecía. Mi pedazo de cielo se había ido, después de ofrecerme el paraíso, que haría entonces sumida entre las llamas que aclamaban mi rendición.

A lo largo de la tarde la velación del cuerpo de mi padre paso a ser una mas de todas las reuniones familiares, el café, refresco no pudo faltar, pan y galletas presentes por si los invitados sentían hambre, para que ellos pudieran socializar a costillas de nuestro dolor; mientras mi madre no fue capaz de probar bocado, Ana insistía en que debía ingerir aunque fuese un poco de jugo con néctar, yo  no recordaba cuando había sido el último día que había comido pero ya no era capaz de sentir, no sentía ni frío, ni calor, ni el viento soplándome en la cara, no sentía nada, solo dolor pero no de ese dolor que te hace romper en llanto sino ese dolor profundo que te dice que ya no puedes siquiera llorar, ni sonreír, sabía que una grieta se cavaba en mi interior.

Sentada en el vestíbulo recibí una mirada de Ana en la cual me llamaba a ayudarla con mamá, me disponía a acercarme cuando de pronto un abrazo profundo me lo impidió, sin poder mirar recibí el abrazo, lo necesitaba, ni siquiera mi madre o Ana me lo habían proporcionado, un cabello encrespado azul me lo regalaba, el alma me volvió al cuerpo al saber que ese cabello azul solo se trataba de Lia. Después de su abrazo infinito, unas cuantas lagrimas rodaron por mi mejilla sin saber exactamente la causa, pero dije: -¿Cómo lo supiste?-. Lia respondió: -Un amigo tuyo publicó en tus redes sociales, supe que debía estar aquí cuando intente comunicarme y la llamada ni si quiera entro a tu celular-. Agregué: -No pude encontrarme con una amistad mejor que la tuya-. Aproveche el momento para arreglar la ingesta de alimentos de mi madre, sabia que sus modales no le permitirían mandar a comer sola a Lia y las pretensiones que encerraban a la familia impedirían que se volvieran a portar cortantes conmigo puesto que no permitirían que Lia se enterara de sus verdaderas emociones. Mostraron la calidez familiar en el recibimiento de la madrileña pese al difícil momento por el que transitaban, e incluso se mostraron sorprendidas de que alguien como ella fuese amiga de alguien como yo.

La estancia en la cafetería fue corta, sin embargo, cuando regresaron el velorio estaba por concluir dando lugar al siguiente paso, el sepelio; la estocada final para este día horrible que había vivido, aunque presentía que mi alma no se recuperaría en un largo tiempo.




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