Esa noche la recordaría como la noche en que rompí los estribos y mis etiquetas de moralidad, me deje guiar por las emociones, por primera vez no les permití a mis neuronas hacer sinapsis. Sabía que debía dar el primer paso, porque esa sería la única manera en que resolvería el misterio de sus vacaciones espontáneas a CDMX. Lo besé, sin pensarlo, lentamente me acerque a sus labios, no hubo resistencia, esta vez no culparía a los efectos del alcohol, solo mi impulsividad seria la que me condenaría si él no respondía a mi beso. Sin dudarlo, coloco sus manos sobre mis mejillas y respondió mi beso. Sus labios eran tan suaves, los movimientos eran tan delicados que yo no entendía lo que era haber vivido toda una vida sin haber probado la manzana del pecado que comieron Adán y Eva.
La noche transcurría más rápido de lo que a mi me hubiese gustado, sin embargo, antes de que el tiempo continuara avanzando y tuviese que tomar el verdadero lugar que me correspondía, decidí llevar a Alex al Zócalo, contemplar juntos en silencio aquellas obras arquitectónicas llenas de arte e historia, fue liberador. No hubo mucho de que hablar, sin embargo, la introspección funcionaba para ambos.
No entendía su actitud, pero ya no me importaba entender nada, lo bese y me sentía tranquila por haberlo hecho, a donde me llevaría esto, no tenia ni idea, pero correría los riesgos que tuviese que correr, al final ese era el precio por vivir que pagábamos todos.
Frente al ángel de la independencia lo entendí todo, la vida, la libertad, los problemas, no sirven de nada, sino entiendes el verdadero mensaje que intentan enseñarte. El aprendizaje no es nada sencillo, pero si te concentrabas en las consecuencias de ello, siempre tendría un fruto maravilloso.
Las palabras no eran necesarias para aquello que nació esa noche para ambos, me abrace hacia él, nos besamos nuevamente, lo supe, todo por lo que había pasado tenía un sentido ahora. El destino tiene maneras extrañas de hablarte.
Editado: 01.04.2020