Desde mi infierno

2.

Es un nuevo día, despierto, bostezo y poco a poco me estiro, me siento y veo a mi alrededor, estoy en mi habitación de siempre, creo que todo fue un sueño. Sigo en la corte de los milagros, así le decimos a donde vivimos todos mis compañeros asesinos y ladrones, haciendo referencia a la guarida de los gitanos en París. Me decido a salir de la cama, será bueno ver a mis compañeros y terminar de asegurarme que todo fue un sueño. Cuando me dispongo a vestirme el armario está vacío, ¿y mis cosas? Escucho como la puerta rechina al abrirse, al voltear veo a Erick entrar con ropa doblada.

—Buenos días, ¿lista?, hoy tenemos que ir con los profetas, te tienen que conocer— pone la ropa en la cama y me sonríe.

—¿Es en serio?— mi cara denota desesperación y tristeza.

No fue un sueño, no pudo serlo si él está aquí, y si está aquí quiere decir que él otro también está cerca y hablando del rey de roma.

—¡Buenos días florecita!, ¿sabes algo sobre hacer exorcismos?—, entra con un periódico en la mano, está absorto leyéndolo.

—¿Exorcismos?—, mi cara ya no solo denota desesperación, ahora se conjugo con frustración, esto es... insoportable.

—Sí, exorcismos, ¿estás sorda?, ¿no hablé claro?—, despega la mirada del periódico y me ve fijamente, al parecer la pregunta va en serio.

—Solo lo que he visto en películas. Te recuerdo soy asesina no exorcista— levanto una ceja y lo veo como si lo que acabo de decir fuera más que obvio.

—Bien, visitaremos antes a Gabriel... bueno... tú la llevarás con Gabriel— se dirige a Erick.

—¿Por qué no lo haces tú?—, lo dice con gracia, con un chiste local implícito.

—Ja... ja... ja... Me urge que te jubiles, en serio... ¡anda!, ya llévatela con ese pajarraco— pone sus ojos en blanco y sale de la habitación.

—jajajajaja... anda, vístete nos vemos en media hora— me guiña un ojo y se sale de la habitación.

Observo la ropa que dejó, son pantalones de mezclilla azules, una playera negra con cuello en "v" y unas botas negras, bueno... por lo menos me gusta la ropa, en verdad me quiero volver loca.

 

Puntualmente en media hora Erick vuelve a tocar a mi habitación, salimos de ella, del bar, y emprendemos el camino hacia donde sea que está ese tal Gabriel, voy callada caminando a su lado mientras él chifla una melodía. Llegamos a una iglesia enorme que se encuentra en una esquina a unas cuantas cuadras del club.

—Aquí es— me sonríe y me invita a pasar.

—Hmmmm... ok, ok... — entro a la iglesia, no soy muy dada a visitar estos templos.

Caminamos por un largo pasillo hacía el altar, de ahí damos vuelta a la derecha y entramos por una puerta, recorremos otro largo pasillo; aquí hay muchos libreros, al final hay una sala de terciopelo rojo, cada sillón rodea una mesa en el centro y a su vez están frente a una chimenea grande, ahí hay dos personas hablando, uno es un padre, de como 50 años, sin cabello, algo regordete, con cara muy afable, está hablando con un hombre muy elegante, de traje azul marino, alto, con un cabello rubio como el oro, le cae en cascada por la espalda, este voltea hacia nosotros, tiene unos ojos azules impresionantes, es en verdad muy atractivo, tiene rasgos muy finos, pero una apariencia varonil. Con forme nos acercamos olfateo su colonia, no muy dulce. Tiene una mirada bondadosa, al parecer le da alegría ver a Erick.

—Gabriel... te presento a Florence, la nueva inquisidor— lo dice con orgullo, Gabriel me voltea a ver y me ofrece su mano.

—Señorita, un gusto. 

Tomo su mano, se siente cálida, es confortable, en verdad no lo he tratado y se me hace un hombre muy agradable. Nos invita a sentarnos en el sofá y se sienta frente a nosotros.

—Díganme, ¿a qué debo su visita?, no creo que fuera solo para presentarme a la nueva inquisidor— me voltea ver fijamente y logra sonrojarme.

—Efectivamente mi querido Gabriel, ella necesita un curso intensivo de exorcismos. Además necesitaba que supiera donde y como encontrarte.  

—Bien, el padre Thomas puede instruirla en eso de los exorcismos, le comentaré. 

—¡Perfecto!, Florence... oíste... ¿eso?—, Erick me busca con la mirada.

 

Mientras ese tal Gabriel y Erick platicaban yo preferí salir de ahí, esto es una locura, entre más pienso en lo que pasó, más dudo que haya sucedido. Camino sin rumbo hasta que llego a frente a un bar de mala muerte, dudo si entrar o no, pero el cielo amenaza con desplomarse sobre todos. Así que entro, el ambiente es agradable, música a todo volumen, mujeres bailando en las mesas y una barra enorme, de repente siento una sed igual de grande. Me siento en uno de los bancos y la bartender se acerca coqueta y atrevida. Yo le sonrío con confianza y le guiño un ojo.

—¿Qué vas a querer linda?—, la cantinera es una morena hermosa, de ojos grandes y labios rojos, de cuerpo bien proporcionado.

—Algo básico, para empezar, tráeme un tequila— le sonrío con complicidad y sin tardar me sirve un caballito de tequila.

Antes de beberlo de una sola intención, veo a mi alrededor, este era el tipo de ambientes en el que me desenvolvía, en estos lugares era donde recibía mis contratos, donde me pagaban y donde me gastaba mi paga. No me sorprendería ver algún rostro conocido. Le pido otro caballito de tequila, mientras un hombre alto, de cabello castaño oscuro y corto, sonrisa pícara y bien trajeado, se me acerca. Se acomoda a mi derecha, pide lo mismo que yo y levanta su caballito frente a mí, saludándome. Hago lo mismo, pero no deseo compañía, soy ladrona no prostituta. Podré ser escoria, podré haber robado y de vez en cuando asesinado, pero no soy una mujer que le abra las piernas a cualquiera.




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