Desde que la muerte nos unió.

Capítulo 1: La tormenta.

Estamos juntos desde que la muerte nos unió”. 


Era la primera línea del diario que Lois decidió escribir cuando todo cayó en su lugar y miraba al mar desde la cabaña. 


Pero esta historia no comienza aquí en el final, más bien dos años y medio después del principio. En una noche de tormenta. 

 


El viento y las ramas chocando contra el techo no dejaban escuchar la televisión, el murmullo de la lluvia se había convertido en un incesante tronar sobre el tejado. Apagó la televisión y fue a buscar más café para ella y Dan cuando el reflejo de un rayo iluminó la cocina. El resonante trueno que lo acompañó sacudió los cristales al igual que las puertas. 


Sin embargo, el crujir de algo metálico, grande y pesado le hizo asomarse por la ventana. Un auto había chocado contra el roble que estaba a orillas de la calle. 

 

—Oh Dios mío. 
—¿Qué ocurre? 
—Alguien chocó contra el viejo roble. 
—¿Qué? 

 

Dan se levantó de inmediato para comprobar con sus propios ojos lo que ella decía. La luz de un rayo le dio una mejor visión. Al instante la energía eléctrica falló. 

 

—Traeré las lámparas — dijo él bajando a tientas las escaleras al sótano. 

 

Corrieron hacia el auto que aún tenía los faroles encendidos. La calle de tierra ahora era lodo dificultándoles la estabilidad para mantenerse en pie mientras la lluvia seguía cayendo. 


El conductor a penas y era consciente de lo que acababa de ocurrirle. Una herida en su frente emanaba sangre que deslizaba por su rostro. 


Por fortuna el doctor Anderson llegó pronto. Luego de colocarle un collarín cervical en el cuello lograron ponerlo sobre una camilla cuando la ambulancia llegó. 

 

—Yo iré con él — se ofreció la chica que estaba empapada igual que los otros dos. 
—Iré contigo — añadió Dan que permanecía a su lado. 
—Mejor quédate. Llévame ropa seca y consíguele algo a él. 
—De acuerdo. Te veré en el hospital. 

 

Los médicos decían que era un milagro que no hubiese acabado peor. El impacto hubiera provocado que saliera del automóvil pero el cinturón de seguridad y la bolsa de aire le salvaron la vida. Aún así debía permanecer un día o dos en vigilancia. 


Sin poder hacer más por él se sentaron al lado de la camilla hasta que despertara. 

 

 

Dos días después. 

Lo primero que Alex vio fue a una chica con un suéter color siena que hablaba por teléfono en voz baja. Intentó incorporarse pero un fuerte mareo lo hizo volver a su lugar. 

 

—Esta despierto — le escuchó decir. 

 

Una voz nueva pero que en el fondo le pareció familiar le habló. 

 

—¿Cómo te sientes? — Volvió a preguntar. 

 

Según la sábana verde menta, el suero administrado vía intravenosa a su lado y lo blanco de la habitación el lugar debía ser un hospital. 

“Pero, ¿Qué ocurrió?”. 

 

—Llamaré a la enfermera — dijo saliendo de la habitación. 

 

Luego que la enfermera y el médico de cabecera lo examinaran de nuevo, preguntas y chequeo de pupilas volvió a quedarse a solas con esa desconocida. 

 

—Me alegro que estés bien — saludó un hombre entrando en ese momento. 
—Gracias — pronunció por primera vez. 
—Soy el reverendo Dan. Un gusto. Te… Trajimos cuando tuviste el accidente — explicó señalando con un gesto a la chica. 
—Gracias. Soy Alex. No… Recuerdo bien lo que pasó pero, se los agradezco. 
—Descuida. Eh… ¿Vas a quedarte? Te traje la ropa que me pediste — habló dirigiéndose a ella quien se había movido a un punto alejado de la camilla. 
—Creo que mejor me voy. ¿Puedes quedarte tú? 
—Claro. 
—Me alegro que hayas despertado — dijo con una cálida sonrisa antes de irse. 

 

Sin saber exactamente quienes eran esos dos, se conformó con saber que le habían salvado la vida.

 

 

Al día siguiente le dieron de alta en el hospital. Dan no podía llevarlo al pueblo así que su salvadora lo recogió. 

 

—Tu auto debe estar en el depósito. Podemos ir el lunes a recogerlo. Debe estar cerrado ahora. 
—No hay problema. Gracias de nuevo. 
—No hay de que. Tus cosas están en mi casa. Podemos pasar por ellas antes de llevarte al auto hotel. 

 

Alex respondió afirmativamente sin dejar de mirar por el parabrisas. Estaba lloviendo de nuevo. Agradecía que esos desconocidos lo hubieran salvado pero en el fondo prefería haber muerto en el accidente. Era más fácil morir que continuar sin ella, luchando solo. 




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