Desde que la muerte nos unió.

Capítulo 2: Señales.

Lois se obligó a dejar de pensar en fantasmas, señales y sueños. Era consiente que su mente le estaba jugando una mala pasada. 


En el café de Rose, el lugar donde trabajaba desde que había llegado a la ciudad, de eso hace dos años, le sirvió el café a los mismos hombres de siempre que desayunaban ahí. El doctor Anderson, el Sheriff Jones, Billy y el reverendo, quien aún no había llegado. 


El doctor Anderson fue el primero en preguntar por su paciente y ya que los rumores se esparcían rápido, no pudo evitar que la curiosidad sobre dónde había pasado el forajido la noche, surgiera.


Luego Billy añadió que le había visto temprano con el reverendo cuando fueron a traer el auto al taller. Y que además había hecho un comentario vago sobre quedarse a vivir. 


Rose, fiel a su insaciable curiosidad, se preguntaba en voz alta cuál sería el motivo de aquel desconocido para haber llegado a una ciudad como esa. 


Inmediatamente el resto miró sin disimulo a Lois quien lavaba los platos. Pero ella ya esperaba semejante conjetura. Desde que decidió quedarse, todos insistían en conocer el secreto de su anillo de compromiso que siempre usaba en su dedo anular y la verdadera historia detrás de su estadía. 


Sin embargo, el tiempo y su firme negativa a revelarles información les hicieron desistir. Entendieron que ella jamás diría una palabra. 


Y cuando comenzó a usar el anillo como colgante en su fina cadena de plata nuevas teorías se plantearon. Pero de nuevo hubo silencio de su parte. 


Así que los vecinos de Green Town se acostumbraron a la Lois sonriente que trabajaba en el café y disfrutaba de preparar galletas. 


El último en rendirse fue Dan. Un hombre demasiado joven y apuesto, según Lois, para ser un reverendo. Estaba seguro de que conseguiría que ella desnudara sus secretos, pero lo único que logró fue que ella le asegurarse que no era una asesina, traficante o terrorista. Sólo tenía un pasado que no quería recordar y que si él estaba dispuesto a ser su amigo sin importar ello que lo hiciera. Y efectivamente, un año y medio después eran buenos amigos a pesar que ella nunca había ido al servicio religioso. 

 

La campanilla anunció la entrada de un nuevo cliente, se trataba de Alex. Todos dirigieron su atención al protagonista de la noticia local, excepto Lois, pues ahí no ocurrían muchas novedades. De manera que al haber algún cambio significativo o suceso trascendental dentro de la rutina y monotonía, se convertía en un tema central de conversación. 

 

—Buenos días — saludó a todos. Y estos a su vez le respondieron igual. 

 

Rose se acercó de inmediato a él para saber si quería un poco de café. Lois recordó que él había dicho que ya no bebía café. En su lugar pidió un jugo y algo para desayunar. 


El doctor Anderson, seguro y orgulloso por ser uno de los primeros en haberle hablado aunque eran en circunstancias difíciles, usó su repertorio de preguntas médicas con el propósito de hacerlo hablar. 


—Entonces. ¿Piensas quedarte? — Preguntó el Sheriff Jones. 


Lois dejó de moverse para escuchar la respuesta. 


—Posiblemente. Todo depende. 
—¿De qué cariño? — inquirió Rose al entregarle su orden. 
—De si encuentro un lugar donde vivir y de que trabajar. 

 

En ese instante Dan entró y tomó asiento en la barra junto a sus amigos. Lois le sirvió su desayuno y siguió escuchando la conversación. 

 

—Parece que nuestro amigo Alex se quedará — anunció Billy la nueva noticia al recién llegado. 
—¿Ah sí? 

 

Pero Alex no respondió. Rose volvió a intervenir. 

 

—Y ¿Qué te trajo hasta aquí? Por que imagino que no debes de ser de por estos lados. 
—Solo busco un lugar tranquilo donde establecerme. Ya he vivido demasiado entre el bullicio de la ciudad. 

 

Era la respuesta más larga que había dado. Tantas palabras en una intervención dejaron a todos en unos segundos de silencio. Luego  comenzaron a comentar lo ventajoso que era vivir ahí. Los mismos vecinos, las mismas casas desde hace generaciones. Estabilidad total. 

 

—La única desventaja hijo — opinó el doctor Anderson—. Es que aquí no hay casas para rentar o comprar. 
—¿No las hay? 
—No. Todo es por herencia. Así que a menos que mates a alguien, cosa que no te recomiendo —  bromeó el Sheriff Jones—. Encontrarás vivienda. 
—Pero que dices Jones — habló Rose—. No exageres. La única que tiene un lugar que rentar es Lois. 

 

“¡¿Yo?!”. 

 

—¿Yo? 
—Sí. Tiene razón. Esa gran cochera que no usas puede funcionar como departamento. Es grande y… 
—Billy. No estoy segura que él quiera precisamente vivir en una cochera — se adelantó a decir al que estaba haciendo publicidad de su casa sin consultar. 
—Pero puede arreglarse — refutó él—. Solo tendremos que arreglar un poco el techo. Ella siempre se queja que en días de lluvia se moja. 
—Billy. Eso no es justo. Yo debería ser quien haga las reparaciones. 
—No hay problema — opinó Alex—. Puedo hacerlo sin ningún problema. 
—¿Sabes de construcción? — Quiso saber Dan quien no había comido mucho por estar pendiente de la decisión final.
—Sé un par de cosas. Pero… Todo depende de si la señorita está de acuerdo con rentarme su cochera. 




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