Desde que la muerte nos unió.

Capítulo 10: Lápidas y confesiones.

Los días se convirtieron en semanas y estas en meses. Y cuanto más tiempo pasaba, Alex y Lois se volvían más cercanos. Y ni siquiera el reverendo Dan podía interferir en esa relación. De hecho ya ni siquiera cruzaba palabra con Lois quien luego de lo ocurrido le prohibió llegar a su casa de nuevo. 


Entre Alex y Lois estaba claro que los unía una amistad pero el compartir una perdida como tal, hacia de sus conversaciones, que eran más que todo breves comentarios, una terapia, una forma de liberar poco a poco lo que sentían, pensaban y las culpas. 


Pero el calendario marcó un día que Alex no olvidaría jamás. Llegó más pronto de lo imaginado. Las horas junto a Lois se iban volando. Al contrario de los años anteriores de los que sentía que duraban el doble sin ella. 

 

 

—Tengo que irme — anunció durante la cena. 
—¿Irte? 
—Sí… Es… Es su aniversario. 
—Ok. ¿Irás tú solo? 
—No.  Me encontraré con mi cuñada. Solo… Somos nosotros. 
—Bueno. Si decides volver, sabes que tienes las puertas abiertas — dijo sujetando su mano. 
—Gracias. La verdad no sé qué haré. Creo que todo depende de lo que encuentre. 
—Entenderé perfectamente lo que decidas. 

 

 

Se marchó un par de días antes de la fecha. Quería tener tiempo de ponerse presentable para que July le viera. 


Es cierto que hablaban cada noche cuando él estaba a punto de dormir pero hoy era como tener una cita. 

 

‘Salúdala de mi parte', decía el mensaje que Lois le envío esa mañana. 


Tantas horas de viaje le dejaron agotado. Ingrid no pudo ir por él a la estación de autobuses así que quedaron de verse en casa. 


La llave extra seguía en el mismo escondite de siempre, debajo de la maseta de la entrada. Temía encontrar un nuevo interior, algo que no sabía si le molestaría o comprendería pues ahora era Ingrid quien vivía ahí. 


Cuando él decidió marcharse acordaron que ella se quedara en la casa para no descuidarla. 


Y efectivamente Ingrid no había permitido que el tiempo pasara dentro de  esas paredes. O por lo menos los cambios eran muy sutiles pues el resto se veía exactamente igual que antes. 

 

 

Luego del reencuentro, la plática amonestadora que su cuñada le tenía preparada por desaparece así, llegaron al lugar donde se encontraba la sencilla lápida. 

 

Julianne Taylor 
Una hija, una hermana y una esposa amada. 

 

Cada uno se tomó su tiempo con ella a solas. Alex se preocupó al ver el desconsuelo con el que lloraba Ingrid cuando llegó su turno. 

 

Alex le abrazó intentando infundirle fuerzas, algo que le habría sido imposible de hacer hace unos meses pero, su amistad con Lois le había enseñado a ser valiente y admitir tu dolor. 

 

—Lo siento Alex. 
—Ya. No te preocupes. Es bueno sacarlo — dijo reteniéndola entre sus brazos. 
—Alex… Yo, tengo algo que decirte. 
—Dime. 

 

Ella se separó un poco para mirarlo. Alex se imaginaba que era algo referente a la casa. Si lo que le propondría era venderla tendría que pensarlo bien pero, ya no rechazaba totalmente la idea. 


En un principio no quiso venderla por July. Era todo lo que le quedaba de ella. Sin embargo, pasar lejos de esa ciudad, de esa casa le ayudó a entender que no podía huir de los fantasmas pero, si transformar la manera en que la recordaba. Volviendo su recuerdo en algo dulce pues le seguía amando. 

 

—Yo… No sé ni cómo decirte esto pero, debo decirlo ahora. 
—¿Es sobre la casa? 
—No. 
—Entonces, ¿Qué ocurre? Me estás asustando. ¿Le ha ocurrido algo a tus padres?
—No. Es sobre mí y sobre ti. 

 

Alex se alejó un poco para mirarla con cautela. 

 

—Alex… Esto no es fácil para mí pero, mereces la verdad. 
—Ingrid, estás asustándome. 
—Alex yo te amo. 
—¿Qué?
—Te amo Alex y no puedo seguir ocultando esto. 
—Pero…  Pero ¿Qué dices? 
—Que te amo. Y he estado esperando el momento adecuado para decírtelo y… 
—¿Y has elegido el día en que recuerdo cuando ella se fue? ¿Frente a su tumba, Ingrid? 
—Lo sé. Lo sé. Sé que parece horrible y me convierte en una terrible persona pero, entiéndeme. 
—¿Qué te entienda? Por Dios Ingrid. Escucha lo que dices. 

 

Alex no dejaba de dar vueltas en el mismo sitio. Aquello era inimaginable. 

 




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