Desde que la muerte nos unió.

Capítulo 11: Reconciliación y confusiones.

A pesar de lo que Alex pudiera creer, Lois tenía claro sus sentimientos. Para ella, él era un verdadero apoyo, un amigo en el que podía confiar plenamente, al contrario del reverendo. 


Sin embargo, no podía odiar a Dan. Fue su primer amigo en ese pueblo y el primero en mucho tiempo. El único que respetó su voto de silencio y las distancias entre ellos. Hasta ese día claro. 


Pero luego de razonar en todo, atribuyó su acción a un impulso, un arrebato. Algo que no era propio de él. 

 


Esa tarde preparó más galletas de la cuenta y fue a buscarlo. Los sábados solían pasar en un lago cercano, a él le gusta pescar así que se dirigió al sitio de siempre. 


Efectivamente estaba en su silla plegable color verde. La caña de pescar clavada cerca de su asiento. Tenía el sombrero puesto sobre el rostro, seguramente durmiendo. 

 

—¿Aún no han picado? — Preguntó luego de un rato de observarlo. 
—Lois — dijo sorprendido. 

 

Pero su asombro le llevó a moverse de manera que perdió el equilibrio en la silla y calló de espaldas. 

 

—Oh por Dios Dan. ¿Estas bien? 
—Creo que sí — respondió sujetándose de ella para incorporarse con dificultad. 
—Perdón por asustarte. 
—No te preocupes. Debí quedarme dormido — dijo pasando su mano tras su cabeza. 
—Perdona. 
—Sin sangre no hay culpa. 
—Pero si hay culpa sin sangre. Bueno, casi hay sangre. 

 

Se quedó de pie ahí a su lado buscando las palabras apropiadas. 

 

—¿Quieres sentarte? 

 

Asintió y así lo hizo. 

 

—Dan… Quiero disculparme contigo… 

 

Pero su mano tocó la suya. 

 

—Espera. La verdad lo he estado pensando. Me ha servido de mucho tu silencio durante todas estas semanas. Y no quería aceptar mi error. Me he sentido como un hipócrita todos estos Domingos hablando del perdón, la amistad, el amor que es capaz de mantener unidas a dos personas o más sin importar la clase de amor que sea. 
Y comprendí que te amo Lois. Sinceramente. Y que, aunque tú no lo sientas de la misma forma debo respetar tus sentimientos. 
Admito que me dejé llevar por la envidia, la codicia y los celos. “No debes desear lo que es de tu prójimo” dice el Señor. Y yo he vivido envidiando lo que le pertenece a otro hombre. Lo siento… 
—Dan. 
—¿Sí? 
—Ya no digas más. 
—¿Porqué? — Preguntó extrañando mirándola a los ojos por primera vez en mucho tiempo. 
—Porque me vas a hacer llorar. Y solo me siento como un monstruo al darme cuenta de lo mal que te traté… 

 

Los sollozos hicieron aparecer una lágrima en su mejía mientras mantenía la cabeza baja. 

 

—No llores Lois. Creo que ambos fuimos inmaduros. De haberlo hablado como siempre lo hemos hecho, no nos hubiera ocurrido esto. 
—Sí. Ambos fuimos unos tontos. Y perdón por darte la impresión de haberte cambiado por Alex. Tú… Eres un gran amigo Dan. Eres muy importante para mí. 
—Tu también lo eres para mí — dijo apartando un mechón de su cabello—. Perdón por esos celos tontos. Temía perderte. 
—No me perderás. 

 

Dan tomó su rostro en sus manos y depositó un beso en su frente. 

 

—Ahora ya no llores y dame de esas galletas. 
—¿Cómo sabes que traje galletas? — Inquirió con una sonrisa. Sentía como la tensión se había disuelto entre ellos. 
—Las he olido desde que me despertaste con esa forma tan tuya de hacer acto de presencia. 


Ambos sonrieron y ella le dio un leve empujón. 


—¿Hiciste de avena? 
—¿Tienes suficiente café? 
—Nunca es suficiente — dijo buscando el termo. 

 

 

—Oye. Darán una película de Marilyn Monroe mañana. ¿Quieres verla? — Preguntó luego de dos tazas de café. 
—¿Estas invitándome a una película en tu casa? 
—Creo que sí. 
—Sí. Gracias. Que mejor manera de reconciliar una amistad. Café, galletas y una película vieja. 
—No es vieja. Es clásica. 
—Ah sí. Clásica. 
—Sabes… Tengo… Algo que contarte. Es… Importante. 
—No me digas que estás embarazada. 
—¡¿Qué?! ¡No! Claro que no. 
—Ah bueno. Qué alivio — dijo riendo. 
—Eres un bobo — alegó entre risas. 
—Cuidado Lois, recuerda que hablas con el reverendo Dan. 




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