Noah:
Llego a la casa de mi madre o más bien de su novio, cerca de la media noche y todo está a oscuras y en completo silencio. Sin importarme mojar el suelo a mi paso, me dirijo a la cocina, me tomo un vaso de agua y luego voy a la despensa en busca de alcohol. Necesito algo fuerte que me permita acallar mis pensamientos; que me permita olvidar, aunque sea por unos instantes, el infierno en el que estoy viviendo.
Me encamino a mi habitación, o, mejor dicho, la de invitados que hice mía cuando regresamos de nuestro viaje y Nathan ingresó al hospital. He dormido poco en ella, pues he pasado la mayor parte de estos últimos meses junto a mi hermano, sentado a su lado, sin querer perderme ni un segundo del poco tiempo que le quedaba.
Al pasar por la puerta de mi madre, me detengo al escuchar sus sollozos y el murmullo de Diego mientras intenta calmarla. El corazón se me encoge un poco más, pero, sin saber qué hacer, continúo mi camino. Una vez llego, me siento frente a la cama, apoyo la espalda en ella, estiro los pies frente a mí y abro la botella de Bacardí.
Bebo un trago directamente del pico y hago mil muecas ante el ardor que me produce.
Dios, esto sabe a rayo.
Aun así, me doy otro…
Y otro más…
Para cuando me doy cuenta ya voy llegando a la mitad de la botella, pero los pensamientos no cesan. No consigo sacar de mi mente la imagen de mi hermano postrado en esa cama luchando por su vida sin esperanza ninguna. Sus palabras el día que me di cuenta de que no era más que un rostro desconocido para él, me atormentan sin cesar; creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que, desde entonces, no puedo dormir.
Cierro los ojos con fuerza y los restriego con mis puños deseando poder enajenarme, desconectar por completo, apagar mi cerebro para no ver su mirada triste, sus lágrimas de dolor y frustración; para no sentir sus lamentos. Quisiera olvidar la imagen que ha quedado grabada en mis retinas a fuego lento. de él amarrado a la cama, cuando no era más que un cuerpo sin recuerdos, pues no dejaba de quitarse los sueros. Quisiera arrancar de mi memoria esa noche en la que, con la mirada brillante por las lágrimas, me dijo que quería morir.
Pero es en vano…
El alcohol me aturde, me marea, pero no hace que los recuerdos desparezcan.
Continúo bebiendo y, en algún momento de la noche, la inconciencia me alcanza aliviando un poco mi pobre corazón. Sin embargo, a la mañana siguiente, el dolor de cabeza es una puta que no quiere dejarme en paz. Mejor así, de esa forma puedo concentrarme en algo más.
Mi madre intenta que coma algo. No puedo… La opresión en mi garganta y el nudo en la boca de mi estómago no me deja tragar. Veo el dolor de su mirada, un reflejo del mío propio, pero no hago nada al respecto. No puedo…
Continúo bebiendo.
En algún momento, vuelvo a dormirme.
No sé qué hora es cuando un chorro de agua fría cae sobre mi cuerpo, despertándome de golpe. Veo a Diego sosteniéndome a duras penas en lo que creo que es un baño y a mi madre, no muy lejos de nosotros, con los ojos hinchados e inyectados en sangre, observándonos con dolor.
Intento zafarme de su agarre, sin embargo, es un tipo fuerte y yo no estoy en mis mejores condiciones, así que no lo consigo.
—Déjame. —Quiero gritar, pero me sale como un lamentable susurro.
Tengo la garganta seca, a fuego vivo y es un asco.
Intento alejarlo de nuevo y casi me caigo en el proceso.
—Estate quieto, Noah, necesitas despejar un poco.
—No quiero.
—Llevas dos días sin probar nada; solo has bebido. No puedes seguir así.
—No es tu puto problema.
—Estás en mi casa, así que sí, lo es.
—Bien, me voy entonces.
Siento a mi madre jadear, pero la ignoro.
—Lo siento, amigo, eso no va a suceder. Y mucho menos pienso permitir que destruyas tu vida de esta forma; tu hermano no lo habría querido.
La sola mención de Nathan hace que mi cuerpo cobre fuerzas. Cogiéndolo desprevenido, consigo zafarme de su agarre; él intenta arremeter nuevamente contra mí, pero se lo impido estampando mis manos en su pecho. Retrocede varios pasos hasta colisionar contra la pared.
—¡Noah! —Escucho gritar a mi madre.
—Tú no tienes ni puta idea de lo que querría mi hermano —gruño mientras el mundo da vueltas a mi alrededor—. Váyanse.
—Noah, cielo…
—Váyanse.
—Hablemos un segundo, mi…
—¡He dicho que se larguen! —grito a todo pulmón, interrumpiendo las palabras de mi madre—. ¡Váyanse de una puta vez! —Completamente ciego por el dolor y la ira, cojo los pomos de champú, gel, el jabón y todo lo que mis manos encuentran y comienzo a lanzarlos hacia todos lados—. ¡Quiero estar solo! ¡Solo!
Mi madre, enternecida en llanto, sale del cuarto de baño acompañada de su novio y yo me dejo caer por la pared hasta terminar sentado en el suelo, temblando y con el corazón hecho pedazos, pero sin ser capaz de derramar una lágrima.