Noah:
No sé a qué hora consigo quedarme dormido; solo sé que, a la mañana siguiente, cuando abro los ojos, siento como si el mundo me hubiese caído encima. Me duele todo el cuerpo por la posición incómoda en la que terminé, me arde la garganta y mejor ni hablar de la cabeza que parece que me la están golpeando con un puto martillo sin cesar. Pero supongo que me lo tengo merecido, ¿no?
Quería olvidarme de todo engullendo alcohol; lo mínimo que me podía pasar es la resaca del demonio que tengo justo ahora.
Me levanto del frío suelo que ha sido mi compañía en los últimos días y a duras penas me dirijo al baño. Sin siquiera quitarme la ropa porque, si soy honesto, no tengo fuerzas para ello, entro a la ducha y la abro con la esperanza de que el agua alivie, aunque sea un poco, mi malestar. Me apoyo en la pared y cierro los ojos, mientras los recuerdos inundan mi mente una vez más.
La muerte de Nathan, su entierro, el vacío que eso dejó en mi alma y los días de autodestrucción que le han seguido. La carta… Su despedida.
Paso mis manos por mi rostro mientras sus palabras me atormentan. Quiere que sea feliz, pero, ¿cómo se supone que lo haga? Regresar a Andarsa no es una opción. El día en que decidí dar un paso a un lado dejándole el camino libre a Nath, perdí cualquier oportunidad que podría haber tenido con April. Ella se enamoró de él y eso no lo va a cambiar nadie; yo simplemente me convertí en su mejor amigo. Además, a pesar de lo que creía mi hermano, ya no siento nada por ella, al menos románticamente hablando.
Sí, la quiero, y por supuesto que la extraño. Fuimos mejores amigos por casi diez años, pero nada más. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la vi y puedo decir con completa seguridad que he superado mi enamoramiento.
Nathan estaba equivocado.
Con movimientos lentos y pesados, me desvisto, me aseo y, una vez fuera, me cepillo los dientes, sintiéndome persona por primera vez en lo que me parecen años. Cuando regreso a mi habitación, me pongo mi ropa de dormir y veo la caja en el suelo, en el mismo lugar donde la dejé anoche cuando me abandoné al llanto. Con un nudo en la garganta, me acerco. Tengo que admitir que después de leer la carta me siento un poco más ligero; o tal vez se deba al mar de lágrimas que derramé.
Suspiro profundo, cojo las últimas palabras de mi hermano, las doblo y las guardo en mi billetera, luego abro la caja para ver el resto de su contenido. Tal y como mencionó, veo la piedra y una sonrisa se adueña de mi rostro mientras los recuerdos de aquel día en la playa junto a nuestro padre se arremolinan en mi mente. Eran buenos tiempos aquellos en los que nuestra única preocupación era divertirnos.
Observo la piedra en mi mano con forma de estrella, no más grande que una canica. Creo que mandaré a hacer un colgante; de esa forma siempre lo tendré conmigo, como un amuleto.
Conforme con la idea, sigo buscando y doy con varias fotos que me hacen tanto reír como suspirar e, incluso, llorar, hasta que encuentro los cuadernos, esos que Nath guardaba con tanto recelo.
Como si fuesen piedras preciosas, los saco y los coloco sobre mis piernas. Rio por lo bajo al ver su pequeña caligrafía amenazándome: “No lo toques, Noah, o tendremos problemas”.
Siempre tuve curiosidad sobre qué tanto escribía en ellos. Es cierto que muchas veces, debido a la medicación, no tenía ánimos ni para verlos, pero en las ocasiones que los usaba sonreía como un tonto y por esos breves instantes, parecía mi hermano de siempre, ese que estaba totalmente sano y vivía su vida al máximo.
Sin poderlo evitar, abro el primero y las palabras, aunque simple, me golpean con fuerza: “Hola, pulgarcita”.
Cierro los ojos y siento una lágrima descender por mi mejilla, pues casi puedo escuchar su voz repitiendo ese mote sin parar e imaginar la sonrisa de esa niña preciosa, de trenzas enmarcando su rostro, sonriendo como si no hubiese mañana. Salvo la primera vez que Nathan usó ese apodo y ella se encabronó, en todas las demás ocasiones ella parecía brillar al escucharlo.
April adoraba que Nathan la llamara Pulgarcita.
Vuelvo a abrir los ojos y centro mi atención en la primera página:
“Definitivamente, esto de escribir no es lo mío, pero los médicos me recomendaron (casi me obligaron) a tomar este cuaderno y escribir mis recuerdos porque, lamentablemente, terminaré olvidándolos. No hablaré de mi enfermedad porque eso es algo que sí me gustaría olvidar, aunque no creo que sea posible estando encerrado en esta maldita habitación de paredes asfixiantes mientras los demonios de bata blanca, como Noah y yo hemos bautizado a los doctores, merodean a nuestro alrededor.
Hoy amanecí pensando en ti, algo muy normal, pues desde hace mucho tiempo eres mi último pensamiento antes de dormir y el primero al despertar. Me estaba acordando del día en que nos conocimos; tienes una forma bastante peculiar de dar una primera gran impresión.”
Cierro el cuaderno de golpe sintiéndome sucio por invadir su privacidad. Él nunca quiso que yo los leyera y, aunque lo molesté en innumerables ocasiones, siempre respeté su deseo. No puedo simplemente mandarlo todo a volar ahora que él ya no está, fundamentalmente porque, tal y como siempre pensé, estos cuadernos son su despedida para April. Sé que él no pretendía que ella los leyera, pero estoy convencido de que en estas páginas está todo lo que él quería decirle el día que nos marchamos de Andarsa, pero que, por el bien de ella, no dijo.