Desde que te vi

9. Mi papá está muerto

Noah:

Incómodo como carajo ante la mirada escrutadora de las personas a mi alrededor, me dejo tirar fotos con Nathan y sus compañeros, fundamentalmente, con el tal Marcos, que, antes de aceptar que, efectivamente soy un astronauta, me hace un mogollón de preguntas.

Si hace dos días me hubiesen dicho que estaría protagonizando semejante espectáculo, me habría reído a carcajadas o alguien habría recibido un buen golpe por hablar estupideces.

Miro a mi alrededor. Esto está plagado de padres, maestros y varios curiosos que han pasado por la calle y se han detenido ante tanto escarseo. Estoy seguro de que, en poco tiempo, esto estará en internet. Sin embargo, a pesar de lo poco que me gusta la idea, cuando mis ojos se encuentran con el rostro risueño, radiante de felicidad, de mi sobrino, todo deja de importarme. Esto es por él. La gente y sus opiniones pueden irse al quinto infierno

—¡Mamá, mamá! ¡Tenías razón! —grita el pequeño frente a mí, mientras salta en el lugar sin poder esconder su sonrisa.

Cuando levanto la mirada, veo a April y a Hayley acercarse a nosotros.

Me incorporo y ese maldito órgano en mi pecho, late como un loco desesperado al ver la preciosa sonrisa que me ragala la que una vez fue mi mejor amiga.

Sí, definitivamente me importa un carajo lo que diga la gente, si mi espectáculo es recompensado con ese gesto.

—Hola —murmuro con los nervios haciendo estragos en mi interior.

En serio. Tengo que dejar de reaccionar como un puto crío ante ella.

—Hola.

—Te ves bien de astronauta —comenta Hayley, rompiendo la incomodidad que comenzaba a adueñarse del ambiente.

Odio esto...

Odio lo raras que están las cosas cuando entre nosotros todo siempre fue fácil.

—Lo sé —respondo al halago de la chica y ella rueda los ojos con fingido fastidio

—Y yo que pensaba que habías cambiado algo.

—Lo hice, ahora estoy más guapo.

—Dios, no te soporto —dice, haciéndonos reír a los tres.

Me centro en Nathan recordando que, a parte de fingir ser atronauta, vengo con otra misión.

—¿A quién le apetece tomar un helado?

Inmediatamente, Nathan levanta la mano y comienza a saltar en el lugar.

—¡A mí, a mí, a mí! —chilla sin parar y a mi mente viene la clásica escena del burro de Shrek, con el: “Pregúntame, pregúntame”.

Sacudo la cabeza y miro a las chicas.

—Por muy atractiva que me parezca la oferta, tendré que declinar —dice Hayley, intercambiando una mirada rara con April—. He hecho planes con Joey.

—Felicidades por tu compromiso, por cierto.

—Gracias. —Sonríe—. Debo irme.

—Llévate mi coche. Tanto la heladería como la casa están cerca.

Hayley asiente con la cabeza mientras acepta las llaves que April le tiende.

—Gracias. Si Dios quiere, el mío sale del taller mañana y te lo dejo en tu casa.

April asiente con la cabeza y luego de un beso y un abrazo entre ambas, le revuelve el cabello a Nathan haciédolo reír y se aleja de nosotros.

Tal y como dijo April, la heladería queda cerca de aquí, así que vamos caminando. Nathan sujeta a su madre de la mano y luego la mía. Habla sin parar durante todo el trayecto, pero por más que quiero prestarle mi total atención, no lo consigo. Siento la mirada de todos aquellos con los que nos cruzamos sobre nosotros y estoy convencido de que no se debe a mi traje de astronauta.

Antes me observaban con diversión, ahora noto juicio en cada mirada y creo saber por qué.

La escena que estamos protagonizando los tres, caminando con calma por la acera, tomados de la mano, como si fuéranos una familia. Es decir, sí, somos familia, pero no de la clase que aparentamos. April y yo no estamos juntos y Nathan es solo mi sobrino.

A simple vista, parece que estoy usurpando el lugar de mi hermano y no me gusta esa sensación.

Llegamos a la heladería y Nathan, literalmente, se vuelve loco sin saber qué sabor prefiere. Al parecer, siempre le sucede y ante tanta indecisión, pues todos le gustan, termina pidiendo cinco diferentes.

Juro que debo tragar el nudo de emociones, pues mi hermano era igual. Amaba el helado por sobre todas las cosas y no tenía un sabor favorito, para él todos eran especiales. Era tanta su obsesión, que mamá se aseguraba de tener una tina siempre en casa para comer después de la cena. Según April, su hijo es igual.

Al terminar, ella se desvía a su casa mientras yo regreso a la guardería para recoger mi moto. Sin perder tiempo vuelvo con ellos, pues me han invitado a cenar.

Esteban, uno de los hermanos menores de April, está en su casa cuando atravieso el umbral con la que supongo es su hija de tres años en brazos. Al verme, suelta a la pequeña, le dice algo en el oído y esta desaparece, luego se acerca a mí. Me saluda con evidente incomodidad y me da su pésame antes de despedirse de su hermana y marcharse. Al parecer tiene algo que importante que hacer y necesita que le cuiden a su nena.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.