Desde que te vi

10. El zoológico

April:

El zoológico...

Genial.

Malditamente genial...

Estoy de pie frente a la enorme verja de hierro que nos da entrada a lo que hace muchos años denominé ZALQNV “Zona a la que nunca volveré”. Sí, sí, sí, es dramático, pero no me importa. Tenía como doce años en ese entonces y no me gustaban los animales, de hecho, ahora tengo veintidós y siguen sin gustarme a no ser que sean gatos o perros. Estos últimos, no muy grandes.

Muerdo mi labio inferior y miro a mi hijo que, a simple vista, se nota que está reprimiendo las ganas que tiene de lanzarse a correr hacia el interior. Luego observo a Noah que, aunque intenta permanecer serio, sé que se muere por reír. Sabe lo mucho que odio este lugar.

—¿Algo gracioso que quieras compartir, Noah?

—Para nada. —Niega con la cabeza para dar mayor énfasis a sus palabras y luego pregunta—. ¿Entramos?

No quiero...

De verdad que no...

Le tengo pavor a los leones y cuanto animal exista cuya boca pueda matarme. Las aves son cagonas y los monos me odian.

Solo he estado una vez en un lugar como este y fue lo suficientemente traumático como para no querer regresar por el resto de mi vida. Hasta ahora, lo había logrado. Joder, esta no es la primera vez que Nathan viene. Mi madre, mi hermano, incluso Hayley, lo han traído.

Esta vez intenté negarme alegando que sería mejor que vinieran solo él y Noah, una salida de hombres para estrechar lazos. Mi hijo no tranzó, así que decidí hablar con Noah.

Estaba casi convencida de que tampoco iba a funcionar, es decir, Noah ama burlarse de mí, ¿qué mejor forma de hacerlo que hacerme visitar el lugar que tanto odio? Más cuando él mismo fue testigo de lo mal que me fue la última vez. Sin embargo, lo que no esperaba era que me contara la conversación que él y mi pequeño habían tenido días atrás.

Mi historia de los astronautas ha visto su final. Mi hijo sabe que su padre está muerto y, para mi consternación, solo quiere que yo vuelva a sonreír. Un poco drástica su solución, si tenemos en cuenta que él conoce mi pésima relación con los animales del zoológico, porque no me quedó más remedio que hacerle toda la historia hace un tiempo, pero, bueno, es un niño. Bastante buena es su intención.

El punto es que ahí tuve que hacer de tripas corazón y aceptar mi cruel destino. Es por eso que aquí estamos y, la verdad, no me hace falta ser adivina ni nada por el estilo como para saber que de aquí saldré más traumada que a los doce.

—¿Mamá? —pregunta, llamamdo mi atención—. ¿Entramos?

Suspiro profundo.

«Échale pecho, April. Entre más rápido entres, más rápido sales.» Me animo a mí misma y el hombre a mi lado suelta una risita que me saca de mis casillas. Juro que, si no fuera porque sé que es imposible, pensaría que él puede leerme la mente.

Lo miro con mala cara antes de tomar la mano de mi hijo para adentrarnos en el infierno sobre la tierra.

Noah le entrega al guardia las entradas que compró hace unos minutos y atravezamos el umbral.

Nos recibe la música infantil con todo su esplendor y el barullo de personas a nuestro alrededor. Nos abrimos paso hasta el mapa tallado en piedra que tiene una estatua con cinco animales encima: un pavo real, un león, un delfín, una jirafa y un águila. Es bonita si no tenemos en cuenta que el rey de la selva parace tener excremento de ave en un ojo y, por tanto, se ve medio tuerto.

Noah y Nathan parlotean sin cesar sobre todos los lugares a los que pretenden ir y yo no puedo evitar quejarme internamente por no haber ido al pequeño zoológico del pueblo vecino. No, estos dos se confabularon y me trajeron a uno grande, con acuario incluido. Este día no tiene forma de pasar rápido.

Los dos hombres junto a mí me arrastran a la primera jaula. Es alta y rodea a varios árboles que no me pregunten de qué rayos son, porque no tengo ni la más remota idea. Al inicio no veo nada. No es hasta que del hueco en el tronco de uno, veo salir un bicho alado feo como el demonio...

Vale, tal vez feo, lo que se dice feo, no es, pero sí raro cantidad. El ave es negra, con el buche amarillo y un pico más grande que su cabeza. Como la naturaleza se esmera en demostrarnos lo maravillosa que es, el dichoso pico tiene tantos colores como un arcoíris.

Observo el letrero colgado de la cerca frente a nosotros, que reza Tucán. Ave característica de las selvas y bosques tropicales del sureste de México. Existen más de quince especies, que tienen en común el enorme pico, casi cuatro veces mas grande que su propia cabeza y casi más largo que su cuerpo.

Pobrecitos. Debe pesarles cantidad.

Alrededor de diez tucanes, hacen acto de presencia sobrevolando el lugar y debo admitir en mi fuero interno, que se ven bonitos.

La primera hora transcurre sin problemas, así que, sin esperarlo, termino relajándome un poco. Visitamos el hábitat de las serpientes de cascabel, animales que odio por el simple hecho de existir; los conejos, Nathan se antoja de uno; los coyotes; el águila real; los ciervos y las hienas. Sobre estas últimas debo alegar que son tan feas como las que aparecen en la película de "El Rey León".




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