April:
Luego de mi colapso mental, Noah se queda a mi lado hasta que me duermo en el incómodo sofá, con el ruido del televisor en voz baja de fondo y la cálida caricia de sus dedos enredados en mi cabello. Supongo que el cansancio acumulado durante el día y el agotamiento producto a mi debacle emocional, me dejan frita porque ni siquiera soy consciente de cuando me carga en sus brazos y me lleva a mi habitación.
Fiel a su palabra, a las ocho de la mañana, Noah toca la puerta de mi casa para acompañarme al hospital a hacerle unas pruebas a Nathan y así salir de dudas y poder respirar en paz. Nada de lo que se le haga podrá evitar que contraiga la enfermedad, pero al menos podremos saber que, justo ahora, no hay nada de qué preocuparnos.
Cerca de la hora de almuerzo, cuando por fin salimos del pediátrico, el peso que cayó repentinamente sobre mis hombros ayer, ya no está. Todo parece indicar que mi pequeño, por el momento, está sano.
Gracias a Dios.
Decido aferrarme a esa realidad y no pensar más, por difícil que sea, en la posibilidad de que el destino de mi hijo sea como el de su padre y su abuelo. O no tendré vida.
—¿Qué haces? —pregunta Noah de repente, dos días después, apoyado en el marco de la puerta de mi cocina y yo me sobresalto.
Lo miro.
Como cada noche desde que regresó a mi vida, le ha tocado dormir a Nathan que, de alguna manera, siempre se las arregla para hacer que su tío le lea un cuento y lo arrope en la cama.
Miro la encimera.
—Un pastel. Mañana es el cumpleaños de Hayley.
Asiente con la cabeza.
—¿Necesitas ayuda?
Enarco una ceja, divertida.
—¿Y desde cuándo Noah Smith es una ayuda en la cocina y no un estorbo?
Recuerdo que los dos gemelos eran pésimos cocineros.
—Desde que nos fuimos a recorrer el mundo. Cada vez que nos tocaba asentarnos en algún lugar por un tiempo para hacer un poco de dinero y poder continuar nuestro viaje, nos tocaba inventar para ahorrar. Google fue de gran ayuda, para qué mentir.
—Se hicieron dos hombrecitos en su viaje.
Me dedica una media sonrisa.
—Eso mismo dice mi madre. —Se separa del marco de la puerta, pasa sus manos por su pantalón y se revuelve el cabello—. Bueno, si ya no me necesitas, me voy.
—Ten cuidado.
Asiente con la cabeza, me mira detenidamente por varios segundos de más como si quisiera hacer o decir algo, sin atreverse a dar el paso realmente. Luego vuelve a asentir, se da la media vuelta y se marcha.
Yo, una vez más, me quedo añorando su abrazo de despedida.
Suspiro profundo y regreso al pastel. Joey, el prometido de Hayley, alquiló el bar de la ciudad para hacer una pequeña fiesta para ella y yo acordé encargarme del pastel y otros dulces. Tengo que esmerarme si quiero que me perdone por ausentarme a su cumpleaños. La verdad es que no estoy de ánimos para festejos y no me gustaría contagiarle mi estado de ánimo y terminar arruinándole el día.
A la mañana siguiente, luego de dejar a Nathan en la guardería, me dirijo a la universidad. Aún no tengo el pastel totalmente terminado, así que solo iré al primer turno que es el realmente importante y luego regresaré a casa para culminar.
Me encuentro a mi mejor amiga sentada en un banco en el pasillo, concentrada en algo en su celular. Así que, lo más sigilosa posible, camino hacia ella.
—¡Felicidades! —grito, de repente, sobresaltándola.
La pobre da un brinco y el celular se le escurre de las manos. Gracias a Dios, luego de varios malabares dignos de una actuación de circo, evita que caiga al suelo.
—Madre mía, April. Gracias, pero me vas a matar de un infarto —dice, llevándose las manos y el móvil al pecho, como si de esa forma pudiese relantizar los latidos de su corazón.
Me río sin poderlo evitar y me siento en el otro extremo del banco, enfrentándola.
—¿Qué veías que estabas tan entretenida?
Desbloquea el celular y me lo tiende. En la pantalla está su amor platónico. Ian Lewis, el mejor actor de New Mant, la cara bonita del país, el soltero más cotizado y, en mi opinión, el tipo más mujeriego sobre la faz de la tierra.
—Es un artículo sobre su nueva película.
Asiento con la cabeza y debo admitir que, aunque está para rechupetearse los dedos, su trabajo no me gusta tanto. O sea, sí es un actor cojonudo, pero lo único que hace son películas de acción y eso, al menos a mí, ya me aburre bastante. ¿Qué le pesa hacer algo romántico por una puta vez? Así se ganaría el corazón de las tías románticas como yo. Aunque dudo que eso le importe, claro.
—¿Y realmente leías el arrículo o solo babeabas por los abdominales que muestra?
Juro que, por la foto que han puesto, pensaría que protogonizará una peli erótica.
—Me conoces lo suficiente como para saber la respuesta a esa pregunta.
Ruedo los ojos divertida y le tiendo el teléfono.