Desde que te vi

13. Me has invitado a bailar

Noah:

Cuando decidí ir a casa de April para convencerla de que no ir a la fiesta de cumpleaños de Hayley era un error, no imaginé que una hora y veinte minutos después, luego de dejar a mi sobrino con mi madre, estaría entrando al bar del pueblo a su lado, como si fuese un invitado más.

Estoy seguro de que no habrá problema alguno al aparecer sin invitación, el royo es, ¿qué mierda hago yo en una fiesta? Ni estoy de ánimos, ni tengo demasiados motivos para celebrar; eso, sin contar con que nunca he sido fiestero. Sin embargo, no puedo llegar y decirle a April que tiene que salir adelante, superar la pérdida de mi hermano, si ni siquiera yo puedo seguir el maldito consejo.

Así que aquí estoy, en contra de mi voluntad y mi buen juicio, abriendo la puerta del bar para que April entre. Como si no pensara ya que todo esto es una pésima idea, lo confirmo cuando nos adentramos en la estancia y la mirada de todos y cuando digo todos no exagero, se centran en nosotros. Las conversaciones se detienen, gracias a Dios la música no, si no, daría la vuelta en U y me iría pitando leches de aquí. Aun así, no deja de ser incómodo. Siento que nos juzgan con cada codazo que se dan entre ellos, cada mirada significativa, cada susurro. Me los imagino preguntándose qué cojones hacemos aquí si deberíamos estar llorando en cada rincón de la casa, la pérdida de mi hermano.

—¡April! —grita Hayley de repente, saliendo de entre la multitud.

Corre hacia nosotros y, con una sonrisa radiante, abraza a su mejor amiga. April no tarda en devolverle el gesto y reír por lo bajo ante la efusividad de Hayley, quien, no sé si es que ya tiene algunos tragos en su sistema, da saltitos en su lugar de tanta emoción.

—Dios, no puedo creer que estés aquí —dice, separándose un poco, pero dejando sus manos sobre los hombros de su amiga—. Esta fiesta no habría sido lo mismo sin ti. Mi hermana de alma.

A las dos mujeres frente a mí se les humedecen los ojos. Siempre me gustó la amistad entre ellas, se protegían la una a la otra a capa y espada. Me alegra saber que los años no les han arrebatado esa cualidad.

Hayley se aclara la garganta y me mira.

—Felicidades —digo más seco de lo que pretendía, así que me obligo a agregar—: Espero que no te moleste que haya venido sin avisar.

—Eres más que bienvenido, Noah; fundamentalmente, porque sé que si está aquí es porque tú la has obligado. Me has hecho el mejor regalo.

—No la he obligado a nada.

—Vale, pues le diste el empujoncito que necesitaba.

Me encojo de hombros como única respuesta.

—Bueno, son más que bienvenidos. Coman y beban todo lo que quieran. —Señala detrás de ella hacia la barra y una mesa dispuesta con todo tipo de dulces.

Se voltea hacia April.

—Vengo ahora. Justo iba a ver a Joey cuando llegaron.

—Ve tranquila. No te preocupes.

Hayley asiente con la cabeza, pero no se mueve. Mira a su amiga unos instantes de más y luego se acerca para darle otro abrazo. Le dice algo en el oído que no alcanzo a escuchar y April solo rueda los ojos, entre divertida y exasperada. Luego se marcha.

April se acerca a mí.

—¿Quieres algo de beber?

Si bien estoy conduciendo y cuando lo hago procuro mantenerme lejos del alcohol, también es cierto que necesito algo fuerte si quiero sobrevivir a esta noche. El pueblo es pequeño, siempre podemos regresar a su casa caminando o pedirnos un taxi.

Asiento con la cabeza y juntos nos dirigimos a la barra.

Pido dos cervezas para ambos y una vez tengo el vaso en mi mano, me volteo hacia la multitud. Apoyando mi espalda en la barra, le doy un trago a mi bebida y presiono los labios, incómodo, deseando estar en cualquier otro lugar al notar que, si bien ahora intentan disimular un poco, la mayoría de los presentes continúan cuchicheando mientras nos miran por el rabillo del ojo.

Los minutos pasan con una lentitud tortuosa y, aunque lo intento, no consigo relajarme, ni siquiera con la bebida. Hay varias personas que no conozco, pero a la gran mayoría sí y se me hace raro, a un nivel inquietante, estar rodeado de ellas y no tener a mi otra mitad al lado. A esa que me obligaba a poner buena cara cuando alguien nos saludaba; que hundía su codo en mis costillas para que hablara más de tres frases seguidas o para que respondiera alguna pregunta estúpida que me hicieran. Hoy toda esa ardua labor llamada socialización me toca solamente a mí. Y no me gusta. Ni un poco.

Es por eso que, veinte minutos después de una charla sin sentido, tiempo que en mi opinión es más que suficiente, me recluyo en una mesa lo más apartada posible y no me levanto de ahí a no ser al baño o a buscar más bebida. Gracias a Dios, no mucho después, April se me une. Por suerte o por desgracia, su presencia es la única que siempre he tolerado sin necesidad de imponérmelo, incluso cuando no nos llevábamos bien.

¿Y saben qué es lo peor de todo?

Solo ha pasado una hora con diecisiete minutos desde que llegamos. ¿Habrá transcurrido tiempo suficiente como para sugerir largarnos de aquí y que no se vea mal? Ya son pasadas las once de la noche y ya cantaron las “Felicidades”; me parece que…




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