April
¿Qué coño ha sido eso?
Con el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho, me miro en el espejo frente a mí y por un pequeño instante, no me reconozco. La mujer que me devuelve el reflejo nada tiene que ver con esa que creía ser hace solo unas semanas, antes de que Noah regresara y pusiera mi mundo de cabezas. Esa chica centrada en su hijo, su trabajo y sus estudios, que había aprendido a base de mucho esfuerzo a volver a sonreír, se ha visto eclipsada por una réplica dolida, resentida con la vida por lo injusta que ha sido y confundida… muy confundida.
Apoyo las manos en el mármol de la encimera frente a mí y bajo la cabeza, permitiendo que los recuerdos de la última media hora regresen.
¿En qué demonios estaba pensando cuando lo invité a bailar?
¿Cómo pude creer que era una buena idea?
En mi defensa, diré que quería demostrarme que podía salir adelante a pesar de que Nathan ya no está y que no me importa lo que digan las personas de mi alrededor. Sé que los presentes nos juzgaron, ya sea por estar en una fiesta o por intentar divertirnos, sin embargo, toda mi preocupación al respecto terminó cuando la voz de Dani Fernández se adueñó de la pista y mi cuerpo se unió al de Noah en un baile lento que ni siquiera estaba acorde al ritmo de la canción.
La piel se me eriza al recordar la sensación de sus manos sobre mi cintura o de las mías tras su cuello. ¿Cuántas veces en el pasado Noah y yo nos tocamos? ¿Cuántos abrazos, de esos en los que entierro mi rostro en su pecho hasta que no queda ni una molécula de aire entre nosotros, nos dimos? ¿Por qué ninguno se sintió tan íntimo, tan electrizante como el pegar nuestros cuerpos para lo que debió ser un simple baile?
Las palabras de Hayley vienen a mi mente como si quisieran darle respuesta a mi interrogante: “Tu amistad con Noah nunca evolucionó a algo más porque su hermano estaba ahí, inconsciente o no, para frenarlo. Y eso es justo lo que sientes que falta. Nathan ya no está; no hay barrera en vuestra amistad; así que todo lo que digan o hagan, podría comprometer lo que tenían.”
Sacudo la cabeza para alejar el pensamiento.
No… Aceptar eso significa restarle importancia a mis sentimientos por Nathan, a nuestra historia y no es cierto. Nath era mi vida, joder, mi primer amor, mi primer todo… Noah solo era mi mejor amigo.
«Técnicamente, tu primer beso fue Noah», me recuerda mi estúpido subconsciente y yo vuelvo a sacudir la cabeza.
Fragmentos de la canción vienen a mi mente atormentándome: “¿Cómo no te voy a cuidar? Si haces que me quiera quedar y llevaba fuera de casa tanto ya…” “Casi puedo levitar con esta electricidad, que me recorre por dentro cuando estoy contigo…” “Quiero que me dejes entrar, donde no te han visto jamás y antes de llegar al final, apunta y dispara y que vuele por los aires lo demás…”
La cantó…
Madre mía, su voz ronca entonó la letra de tan preciosa canción en mi oído como una confesión prohibida… ¿Era ese su objetivo?
Las palabras de Nathan en el diario vienen a mi mente: “Noah te tiene en un pedestal y sus sentimientos no han mermado ni un poco. Él te ama...”
¿Será cierto?
¿Realmente siente algo por mí?
¿Realmente está… está enamorado de mí?
¿Y cómo diantres me hace sentir eso a mí?
Asustada… Sí, esa es una buena palabra… Traicionera, aun cuando sé que Nathan aprobaría algo así… ¿Emocionada? No estoy segura, pero no puedo ignorar las mariposas en mi vientre cuando nuestras miradas se cruzaron, cuando, por una milésima de segundo, pensé que me besaría.
Sacudo la cabeza una vez más para alejar mis preocupaciones, mis sentimientos contradictorios y me obligo a centrarme. Este no es el momento ni el lugar para aclararme, así que, mareada, no sé si por la cerveza o por los últimos sucesos y asqueada por el desagradable olor a orine del pequeño baño, abro el grifo ante mí, mojo mis manos, las paso por mi nuca para refrescarme un poco y luego de respirar profundo varias veces para infundirme un poco de valor, regreso a la fiesta.
Con el corazón retumbando en mi pecho busco a Noah con la mirada hasta encontrarlo apoyado en la barra, con la mirada perdida frente a él y un vaso de algo que no es cerveza, en la mano.
—Vamos, April, tú puedes —susurro antes de dirigirme hacia él.
Sus ojos perezosos viajan por mi cuerpo, desde la punta de mis pies hasta mi cabeza, a medida que me acerco a él. Me muerdo el labio inferior con los nervios a flor de piel y miro a mi alrededor.
—¿Quieres quedarte un poco más o nos marchamos ya? —pregunta, rompiendo el silencio tenso entre nosotros y yo me centro en él.
—Vámonos.
Asiente con la cabeza y, sin decir nada más, se termina el trago que le queda en el vaso, lo deja sobre la barra y conduce el camino hacia la salida. Una vez fuera de la discoteca, le envío un mensaje a Hayley para decirle que nos hemos marchado.
—Creo que lo mejor es que caminemos. Mañana recojo el auto —dice mientras guardo el móvil en mi bolso—. El trayecto es corto, pero he tomado más de lo que esperaba y no me gustaría arriesgarme.
Asiento con la cabeza.
—Por mí está bien —respondo intentando sonar despreocupada, aunque por dentro todas mis tripas se están haciendo nudos debido a los nervios.
Caminar implica pasar más tiempo juntos, cuando, justo ahora, lo único que quiero es estar sola bajo el cobijo de mi manta.
Ya es casi la una de la mañana y en un pueblo pequeño como este, las noches son bien tranquilas. Avanzamos por la acera en un silencio incómodo, interrupto únicamente por el repiqueteo de nuestros pasos y el sonido de algún que otro animal nocturno.
Esto se siente tan mal.
Desde que Noah y yo hicimos las pases hace ya tantos años, cuando nos convertimos en amigos, las cosas entre nosotros siempre fueron sencillas. Por eso odio esta situación, la incomodidad, la tensión, la ausencia de conversaciones, la sensación de que él prefiere estar en cualquier lugar menos conmigo, algo que entiendo totalmente porque a mí me sucede igual. Y no debería ser así… Deberíamos estar riendo, bromeando sobre cualquier tontería mientras yo golpeo su costado con mi hombro, lo empujo o incrusto mi codo en sus costillas. Si cierro los ojos puedo vernos con tanta claridad que duele, aunque, también puedo ver a Nathan unos pasos por detrás riendo por lo bajo, rodando los ojos antes de quejarse de lo infantiles que somos.
Supongo que es ridículo seguir esperando que las cosas sean como antes cuando es más que lógico que nunca lo serán.
—Llegamos —dice como si no fuese obvio, una vez nos adentramos en mi jardín.
—Llegamos. —Repito como una tonta, cambiando el peso de mi cuerpo de un pie al otro.
Nuestras miradas se encuentran por un breve segundo antes de que él se centre en mi casa.
—Entra. Quiero asegurarme de que estás segura antes de marcharme.
Asiento con la cabeza, pero no me muevo. No puedo. Estoy anclada al camino de entrada preguntándome qué hacer para acabar con esta incomodidad.
¿Ignoro lo que ha pasado esta noche y espero a que mañana esta tensión entre nosotros se haya diluido?
¿Intento hablarlo con él como una persona madura?
Aunque, pensándolo bien, ¿qué le diría?
¿Ibas a besarme? ¿Por qué? No creo que debamos hacerlo. Es mejor no cruzar esa línea o… ¿Tal vez sí?
Ok, definitivamente, la mejor opción es entrar, acostarme y que este día termine de una vez.
Un movimiento en los arbustos que pegan a la cerca que limita mi propiedad con la vecina, me sobresalta. Inconscientemente, doy un paso más cerca de Noah mientras centramos nuestra atención en el vaivén incesante de las ramas. Consciente de que es un animal, pero sin saber exactamente de qué se trata, contengo la respiración y me dejo llevar por el brazo del hombre junto a mí, que intenta ubicarme tras su espalda en un gesto super protector.
Segundos más tarde, suelto todo el aire de golpe al ver salir a una bola de pelo blanca que, ni corta ni perezosa, camina hacia mis pies y se restriega contra ellos. El gato maúlla, gesto que en cualquier otro momento me haría reír, pero que, justo ahora, me obstruye la garganta por los recuerdos que me trae.
—Pelusa —susurra Noah a mi lado y yo asiento con la cabeza al darme cuenta de que está pensando lo mismo que yo.
Este gato es casi idéntico a ese que trepó al árbol que quedaba entre nuestras casas y que luego no podía descender. Recuerdo como si hubiese sido ayer cómo le supliqué a Nathan que lo bajara, pero él, con el rostro compungido por la vergüenza, admitió que le aterraban las alturas. Luego llego Noah como un caballero de brillante armadura y rescató el pobre animal.
—¿Y esta preciosura de dónde salió? —murmuro mientras me arrodillo.
Con movimientos suaves para no alterar al minino, acerco mis manos hacia él, hasta poder acariciarlo.
—Ten cuidado —susurra Noah justo cuando toco su sucio pelaje.
Él maúlla con mi caricia, arrancándome una sonrisa. Reviso su cuello en busca de algún collar que me dé una pista de dónde pudo haber salido y la ausencia de este, más su estado físico, me dan a pensar que es un callejero. Lo tomo en mis brazos y me levanto.
—¿Qué haces? —pregunta Noah cuando me dirijo a la casa.
—Darle algo de comer.
Me detengo en el portal al sentir sus pasos detrás de mí. No sé lo que pretende, pero justo ahora, necesito espacio. No puedo tenerlo más tiempo aquí, necesito digerir lo que ha sucedido esta noche o lo que pudo haber sucedido, no estoy segura, y ver qué hago con todos los sentimientos contradictorios que justo ahora fluctúan en mi interior. Eso sin contar que la repentina incomodidad entre nosotros, me está asfixiando.
Lo miro por encima del hombro y le dedico la sonrisa más normal y tranquila que soy capaz de esbozar en este instante.
—Gracias por acompañarme, Noah.
Sin esperar respuesta de su parte, hago malabares con el gato, meto una mano en mi bolso, saco las llaves y abro la puerta. Luego entro, cerrando tras de mí, mientras intento no pensar en él de pie en mi jardín observando cada uno de mis movimientos.
Respiro profundo y voy a la cocina. Saco un poco de leche del refrigerador y la vierto en un recipiente que coloco al lado de la encimera, luego me siento en el suelo a observar cómo el minino bebe el líquido, famélico, mientras evito pensar en todo lo que ha pasado esta noche.
A la mañana siguiente, Diana trae a Nathan a la casa. Ambos concuerdan en que mi nuevo amigo, que ahora luce su pelaje blanco como la nieve luego del baño que le di a las cinco de la mañana porque no podía dormir, se parece a la mascota de mi adolescencia. Diana conoció a Pelusa al ser mi vecina, Nathan ha visto innumerables fotos del animal.
Mi hijo, con ojos soñadores, pregunta si nos lo podemos quedar y, después de mirarlo detenidamente, claudico. Siempre que no aparezca un dueño, nos lo quedamos. La verdad es que tener una mascota es otra responsabilidad, apenas doy abasto con la universidad, el trabajo y mi hijo, como para sumarle otra más, pero los recuerdos que evoca el minino, no me dejan decir que no.
Así que, casi dos semanas después, Pelusa Segundo, ya forma parte de nuestras vidas como si siempre hubiese pertenecido aquí. Algo que no puedo decir de Noah, pues siento que cada día que pasa, se aleja más y más.
Desde el cumpleaños de Hayley, desde ese maldito baile, las cosas entre nosotros que, de por sí, estaban raras, no han hecho más que empeorar. La incomodidad que se respira en el aire cada vez que estamos juntos en una habitación es asfixiante, tanto, que mi madre incluso me ha preguntado si hemos peleado. Y eso que realmente no hemos pasado ni un instante a solas… Todas las veces en las que nos hemos visto, ha habido alguien con nosotros, ya sea su madre con su esposo, Nathan, alguien de mi familia o Hayley. No sé si es coincidencia o si él así lo ha querido, pero si la tensión es tanta habiendo alguien con nosotros, no quiero imaginar cómo de catastrófica sería si nos quedamos a solas.
Últimamente siempre está ocupado, viene a casa solo en horarios que sabe que Nathan estará presente y las dos veces que nos hemos topado en la calle, se ha despedido de mí luego de un cordial saludo, alegando que tenía prisa.
El día en el que me di cuenta de que no es que está demasiado ocupado, sino que me está evitando todo lo posible, quise enfrentarlo. Decirle que era un gilipollas por permitir que algo tan simple como un baile se interpusiera en nuestra relación, que éramos amigos, o al menos lo fuimos, pero escuché una conversación que lo cambió todo.
Vivo en un pueblo pequeño. Debí suponer que nuestro baile daría de qué hablar. O sea, supuse que comentarios respecto a nuestra presencia en la fiesta a pesar de la reciente pérdida de Nathan, se esparcirían rápidamente; lo que no imaginé fue que se creyeran con derecho a debatir sobre mi relación con Noah. Que si yo estaba buscando en él al gemelo fallecido; que si él quería ocupar el lugar de su hermano; que qué poca vergüenza teníamos al bailar así, mancillando la memoria de Nath.
Fue impactante escuchar al grupo de señoras hablar al respecto. Al principio no supe cómo reaccionar, pero luego la rabia llegó con fuerza. ¿Quiénes se creían para hablar así de nosotros? ¿Para meterse donde no les importa? Quería enfrentarlas, quería cantarles las cuarentas por juzgarnos sin saber, pero no podía moverme. Me quedé plantada escuchando cómo hablaban sin parar hasta que comencé a llorar por la rabia y la impotencia.
Al hablarlo horas más tarde con Hayley, llegamos a la conclusión de que el comportamiento de Noah, también tenía que ver con las habladurías del pueblo. Quise enfrentarlo a él, decirle que debíamos ignorar a los demás, pero no lo hice. Hablar con Noah significa admitir que ese baile entre nosotros, no fue tan simple como debía ser; tocar el tema es como abrir la caja de Pandora y no creo que ninguno de los dos esté preparado para eso. Así que he dejado que los días pasen con la esperanza de que los andareños olviden el tema y la incomodidad entre nosotros desaparezca.
Spoiler: treinta y siete días después, las cosas siguen exactamente igual.
—Mamá… Mamá… Mamá… —La cantarina voz de mi hijo se cuela en la nebulosa de mi mente, arrancando a mi conciencia de los brazos de Morfeo.
Me remuevo en la cama sin ser capaz de abrir los ojos, pues no sé qué hora es, pero mi cuerpo se siente como si estuviese acabado de acostarse.
Su pequeña mano se hunde en mi pelo y acaricia suavemente mi cabeza, luego, al ver que solo me acomodo un poco más, me toca la punta de la nariz… Suave, pero con insistencia.
—Mamá…
—¿Qué hora es? —murmuro mientras me estiro.
—Ya salió el sol y el teléfono tiene un siete y un dos y otro más que se me olvidó cuál es.
Abro un ojo y sonrío al verlo mirar el teléfono con el ceño fruncido, como si de esa forma pudiese descubrir sus misterios.
Suspiro profundo mientras me siento en la cama. ¡Cómo extraño poder dormir un sábado hasta tarde! Nathan me muestra la pantalla del celular.
—Es un ocho, cariño. Son las siete y veintiocho.
Asiente con la cabeza como si entendiese realmente el significado de mis palabras. Bostezo.
—¡Hay una piscina en el baño! —exclama con demasiado entusiasmo para ser tan temprano y estar acabado de levantar.
—¿Piscina?
—Sí, pero huele feo.
Frunzo el ceño y sin entender a qué se refiere, me levanto. Me pongo las chancletas y sigo a su cuerpo rebosante de energía. Mis pies tocan el agua antes de que logre verla siquiera a penas salgo del cuarto.
¡Madre mía!
El baño está inundado, el agua se ha extendido hasta el pasillo y, tal y como dijo Nathan, huele, feo, no, feísimo, a moho, a alcantarilla. ¿Qué coño es esto?
Le pido que no entre a lo mojado y, con cuidado de no resbalar, entro en el baño. Lo primero que se me ocurre es que dejé alguna llave abierta, pero inmediatamente desecho esa idea, pues el agua sería limpia y aquí hay restos de jabón y pelos flotando. Asco.
Ignorando que tengo los pies metidos en esta podredumbre, busco la fuente de semejante desastre. Una grieta en el suelo al lado de la tasa, una que, definitivamente ayer no estaba ahí, se burla de mí mientras el líquido sigue brotando de ella sin descanso.
«Vale, April, no desesperes. No debe ser tan malo como se ve, ¿verdad?»
Salgo del baño, solo para darme cuenta que el agua se ha esparcido por todo el pasillo hasta las escaleras y ya desciende por ellas a paso lento.
Genial.
Llego a la puerta de mi habitación y cargo a mi hijo para llevarlo abajo sin que termine cogiendo una infección.
—Ya me mojé los pies —dice mientras enreda sus piernas en mi cintura y envuelve sus brazos tras mi cuello.
—Y por eso iremos a lavarte ahora mismo.
—¿Qué pasó?
—No lo sé. Creo que se ha reventado el desagüe.
—¿Por qué?
Dios, es demasiado temprano para una ronda de preguntas. Me sujeto al pasamanos de la escalera con miedo a resbalar y desciendo con cuidado.
—¿Por mal estado? No lo sé, cariño. La casa es vieja.
—¿Y qué hacemos ahora?
Mi primer pensamiento es Noah, pero lleva raro tanto tiempo, que lo descarto inmediatamente.
—Llamar al fontanero —respondo cuando llego al primer piso.
Me quito las chancletas y me dirijo hacia la cocina.
—¿Y ese quién es?
Lo siento en la encimera y lo ayudo a meter los pies en el fregadero. Es asqueroso, pero no tengo baño, así que, no hay de otra.
—El que arregla las tuberías.
—Y…
—Cariño… —Lo interrumpo—. Dale un respiro a mamá, ¿vale? Estoy intentando pensar cómo resolver el asunto. —Sonrío para que no sienta que lo estoy regañando, pero de verdad necesito una tregua.
—Vale.
Le lavo las piernas hasta las rodillas y luego de secarlo lo dejo en el suelo.
Llamo a mi hermano para informarle y de paso preguntarle quién es el fontanero del pueblo, pues yo no tengo la más mínima idea. Hasta ahora, los problemas menores que han existido con este tema los ha resuelto él y en su momento, mi padre.
Esteban me tranquiliza, me dice que ahora mismo viene para acá, que él se encargará de contactar con el profesional y que nos traerá el desayuno, algo que le agradezco cantidad.
Busco los cepillos de diente de repuesto y nos adecento lo mejor que puedo antes de que lleguen. Una vez vestidos, el timbre suena.
Mi hermano tiene llave, así que lo primero que se me ocurre es que se trata del fontanero, sin embargo, me llevo tremenda sorpresa al ver a Noah, con una mano en un bolsillo, mirando la punta de sus zapatos. Levanta la cabeza al sentir la puerta abrirse y cuando nuestras miradas se encuentran, las mariposas de mi vientre aletean con nervios. Es la primera vez desde la fiesta de Hayley, que estamos solo los dos.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, más borde de lo que realmente me gustaría.
—Me encontré con tu hermano mientras les compraba el desayuno. —Levanta una bolsa con el logo de la cafetería de Esther Diango—. ¿Puedo pasar?
—¿Dónde está él? —inquiero mientras me aparto de la puerta para permitirle la entrada.
—Fue a buscar al fontanero y yo me ofrecí a traerles el desayuno. ¿Por qué no me llamaste?
—Últimamente estás muy ocupado. —Le muestro una sonrisa tensa, cojo la bolsa con el desayuno y paso por su lado.
—Por muy ocupado que esté, siempre tendré tiempo para ustedes.
—No me había dado cuenta —comento sin mirarlo y, aunque no quiero, es imposible ocultar el sarcasmo y el enojo en mis palabras.
—Pastelito…
—¡Nathan, llegó tu tío! —grito, interrumpiendo lo que sea que iba a decir.
Justo ahora no quiero escuchar sus excusas que sé de sobra, que no serán reales.
Mi hijo corre hacia la sala y se lanza hacia los brazos de Noah para luego envolverlo en un abrazo.
—¡Hay una piscina asquerosa en el baño! ¡No, una piscina no, es la laguna de los monstruos!
Voy a la cocina dándoles privacidad, cojo un plato y dejo sobre él una hamburguesa para Nathan y una caja de jugo de pera, su favorito. Lo llamo para que desayune y, al verlo solo, pregunto por su tío.
—Fue a ver la laguna.
Se sienta frente a la mesa y mientras devora su desayuno, yo me dirijo a la sala y espero pacientemente junto a la escalera, asegurándome de no pisar el agua que ya llega al primer piso. Al levantar la cabeza noto una mancha de humedad en el techo con los bordes amarillentos y el yeso inflado, como si estuviese conteniendo agua y en cualquier momento fuese a reventar. Genial, esto mejora por segundos.
Noah baja las escaleras con rictus preocupado y ya sé que no dirá nada bueno.
—Tiene muy mala pinta.
—Ya, dime algo que no sepa.
—April… —Sus palabras se ven interrumpidas por la voz de mi hermano y… ¿mi madre?, desde el jardín.
Miro hacia la puerta y unos segundos después, Esteban, mi progenitora, su esposo y otro hombre que supongo que es el fontanero, hacen acto de presencia. Luego del saludo habitual, los cuatro hombres se pierden escaleras arriba mientras mi madre y yo nos dirigimos a la cocina en espera del veredicto.
Un rato después regresan y, por sus caras, sé que estoy realmente jodida.
—Señora, esto no es un arreglo de media hora… —dice el fontanero con mirada lastimera—. La bajante principal está reventada y el sifón del suelo tiene una fisura. El agua no solo ha inundado el baño; se ha filtrado por el forjado y ha corroído las conexiones antiguas.
»Las tuberías son de fibrocemento con amianto, un material que ya está prohibido por ser cancerígeno y la cal y la humedad lo han convertido en queso gruyere a lo largo de los años. Si no lo cambiamos, desde el sótano hasta el techo tendrá goteras eternas… y peor: riesgo de colapso sanitario. —Hace una pausa mientras cruza los brazos sobre su pecho, supongo que esperando alguna pregunta.
—¿Cuánto tardará? —Mi voz es apenas un susurro.
—Con suerte, siete días. Hay que picar paredes, soldar nuevas tuberías, impermeabilizar… Y eso si encuentro los materiales mañana. No puede quedarse aquí: sin agua, con escombros y con el olor insoportable a alcantarilla. Eso sin contar que el fibrocemento con amianto es perjudicial para la salud, es como navajazos a los pulmones. —Saca un trapo sucio del bolsillo y se limpia las manos.
—¿Una semana entera? —pregunto más para mí que para el resto mientas mi mente corre a toda velocidad pensando dónde nos vamos a quedar.
—Si no hay sorpresas… —comenta el hombre mirando a Nathan que juega cerca y, continúa en voz baja—: Pero con estas casas viejas, siempre las hay.
Genial. Simplemente genial.
—¿Y a cuánto ascendería todo esto?
Si la reparación es así de grande, debe ser carísima. Yo no tengo dinero para costear algo así y no sé si el seguro de la casa lo cubra todo.
—Mire, señora… entre retirar el amianto con seguridad, poner tuberías nuevas y arreglar los destrozos, hablamos de unos siete mil pesos newmenses. Y eso si no encontramos más sorpresas al picar. ¿Su seguro cubre materiales peligrosos?
Dios mío, ¿siete mil?
Eso es casi un año de sueldo. Si el seguro no lo cubre, ni usando los ahorros de los últimos años con los que planeaba en un futuro abrir mi propia pastelería, podría pagarlo.
—No te preocupes por eso ahora, cielo, encontraremos la forma —dice mi madre y yo solo atino a asentir con la cabeza.
—Puedes quedarte en casa con nosotros durante esta semana —dice Will, el prometido de mi madre y yo lo miro.
—Gracias, pero no sería justo. Ya Esteban y Ely están ahí y casi no tienen espacio. Sumarnos nosotros es demasiado. Yo… No lo sé… Hablaré con Esther a ver si tiene alguna de las habitaciones encima de la cafetería libre.
—Están llenas —dice Noah.
—Pues iré al hotel.
—No puedes permitirte un hotel justo ahora, A. —Interviene mi hermano como si no fuese obvio.
—Será solo una semana.
—Eso es muchísimo tiempo ante los siete mil que costarán los arreglos y, como dijo el señor Brandon, podría alargarse.
Respiro profundo y me obligo a tragar el nudo de emociones que comienza a formarse en mi garganta.
—Mi casa tiene una habitación libre —dice Noah y todas las miradas recaen sobre él. Se encoge de hombros—. Pueden quedarse el tiempo que sea necesario.
¿Está de coña? ¿Prácticamente no puede estar en la misma habitación que yo si estamos a solas y propone que nos mudemos a su casa?
—No creo que…
—Es una idea maravillosa. —Me interrumpe mi madre y yo la miro suplicante—. Ahí Nathan estará más cómodo, cielo, y así puede pasar tiempo con su tío. Y la verdad es que yo me sentiría mejor sabiendo que estarán a salvo en su casa y no en un hotel.
¿A salvo de qué? En este pueblo ni peligros hay.
—Mamá…
—¿Qué te parece, Nath? —pregunta, volteándose a mi hijo que juega con sus carritos en una esquina de la cocina. Él la mira—. ¿Te gustaría vivir con el tío Noah mientras arreglan la casa?
Su rostro se ilumina de pura felicidad y yo doy la batalla por perdida.
—¡Siiiiii! —grita antes de ponerse de pie y correr hacia mí. Me abraza por la cintura mientras me da besos en el muslo y luego se aleja para hacer lo mismo con su tío.
¿Vivir bajo su mismo techo durante siete días?
Joder. Tengo la sensación de que esto no va a terminar bien.