Desde que te vi

15. Una mala broma del destino

Felicidades atrasadas mi querida Mairy.

Te quiero muchísimo

Noah:

Joder, joder, joder...

¿En qué coño estaba pensando? ¿En qué maldito momento se me ocurrió creer que tenerla bajo mi propio techo era una puta buena idea?

Por el amor de Dios, llevo más de un mes evadiéndola, intentando por todos los medios no quedarme a solas con ella en una misma habitación para evitar comentarios indeseados mientras rezo para que estos estúpidos sentimientos desaparezcan de una vez. No es que tenga muchas esperanzas al respecto, pues, si no logré olvidarla en los cinco años que estuve fuera, no creo que pueda hacerlo ahora, pero soñar no cuesta nada, ¿no?

April, que pareció odiar la idea con toda su alma, luego de la emoción de Nathan al saber la nueva noticia, no le quedó más remedio que claudicar y subió a su habitación a recoger lo necesario e imprescindible junto a su madre. Yo salí al jardín y llamé a la mía para contarle lo sucedido y ver, de qué forma, podía remediar la situación. Pensé en pedirle que los alojara en su casa, después de todo, tiene una habitación libre que ha acondicionado para cuando Nathan se quede allá. La cama es personal, pero seguro que podían llegar a un arreglo. Sin embargo, mi queridísima progenitora, antes de que yo pudiese hacer mi petición, llegó a la conclusión de que era una excelente idea que se quedaran conmigo; eso me ayudaría a estrechar lazos con mi sobrino y a retomar mi amistad con April.

No entiendo cómo es que las dos mujeres ven que todo está bien, que no notan la enorme tensión que hay entre nosotros por mi culpa. ¡Joder!, no tengo ni puta idea de cómo no ven que me estoy ahogando en mis sentimientos por ella.

En fin, que no hubo forma de pedirle a mi madre que los acogiera ella sin que terminase admitiendo que estoy absoluta e irremediablemente enamorado de April London y, peor, que no me creo con la fuerza suficiente como para seguir escondiéndolo. Razón por la que ahora estoy deteniendo mi moto junto a su auto frente a mi casa, con los nervios a flor de piel.

Nathan se baja primero, coge al gato y, trotando, se dirige al portal mientras nosotros sacamos las maletas del auto en un incómodo, no, incomodísimo silencio. Cierro el maletero y mi mirada se encuentra con la de la señora Fargas, una mujer de cincuenta y tantos años, que usa de excusa el estar regando las plantas de su jardín para no perderse detalle de nuestra llegada.

Me tenso instantáneamente.

Genial. Sencillamente genial.

En unos minutos el jodido pueblo entero sabrá que April London, su hijo y su gato están viviendo con el gemelo vivo que todo parece indicar que quiere usurpar la vida de su hermano.

Puta mierda, ¡joder!

Han hablado de nosotros como les ha dado la gana por culpa del maldito baile en el cumpleaños de Hayley. Después de eso me he alejado para no avivar los comentarios, incrementando así la brecha existente en mi relación con April. Si al volver a Andarsa tenía la esperanza de recuperar mi amistad con ella, se ha ido muriendo con cada día desde entonces.

Abro la puerta de la casa mientras intento convencerme de que he tomado la decisión correcta con independencia de lo que digan los demás. Es decir, ¿qué se supone que debía hacer? ¿Dejarlos a su suerte? ¿Permitir que gastaran sus ahorros en un motel? Joder, no.

Me aparto para permitirles el paso. Nathan entra sin pensarlo y luego de dejar a la gata en el suelo, se dirige a su habitación, la que he ido acomodando para los días que se queda conmigo. Él ha venido varias veces, April nunca ha entrado.

Ella pasa por mi lado y la fragancia de su champú de vainilla impregna mis fosas nasales. Revuelvo mi cabello y suspiro con resignación.

«Es solo una semana. Puedo con esto.»

Cierro la puerta detrás de mí y me detengo al ver a April en el salón, analizándolo todo con detenimiento.

—Es un desierto —susurra y yo frunzo el ceño; luego se voltea hacia mí con una sonrisa preciosa que hace que mi corazón lata con todas sus fuerzas.

Vale. Si quiero sobrevivir a esta semana, tendré que dedicarme al trabajo. Completamente.

—La primera vez que Nathan estuvo aquí, me dijo que tu casa parecía un desierto. Cuando me explicó que no tenías prácticamente ningún mobiliario, no imaginé que fuera tan literal.

Barro la estancia con la mirada.

Un televisor colgando de la pared, un sofá negro de tres plazas al frente y una lámpara de pie a su lado. Nada más.

La habitación es amplia porque se supone que es sala-comedor, pero como no tengo ni la mesa para comer, todo está terroríficamente vacío. La cocina, que desde aquí no se ve, no está mucho mejor y mi cuarto solo tiene una cama, un escritorio y un espejo de cuerpo entero. Las únicas señales de que hay alguien viviendo aquí es que la nevera está llena (gracias a mi madre), el armario tiene toda mi ropa, que ella misma me trajo cuando se mudaron hacia acá y en el baño están mis productos de higiene. Ah, y la habitación de Nathan. El resto da a pensar que la casa está deshabitada.

—¿Acaso estás pensando marcharte de Andarsa? —pregunta, llamando mi atención.




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