Desde que te vi

16. La gata ladrona

April:

Con el corazón retumbando en mi pecho como si en cualquier momento fuese a explotar, cierro la puerta de la habitación, me apoyo en la madera y me dejo caer por ella hasta quedar sentada en el suelo.

¿Qué coño ha sido eso?

Paso las manos por mi rostro intentando, en vano, aclarar mis ideas… No sé cómo rayos terminamos en el suelo enredados en ese manojo de piernas y manos; honestamente, pensaba que ese tipo de situaciones absurdas solo se daban en los libros. Ya veo que no.

Juro que, a pesar de la confusión, intenté incorporarme lo más rápido posible y sin tocarlo demasiado, pero mi brazo flaqueó. No pudo contener el peso de mi cuerpo y caí completamente encima de él, con mucho más contacto que al inicio. Mis labios quedaron sobre su clavícula y mi primer instinto fue morderlo, sin embargo, lo olvidé cuando sentí su miembro endurecerse contra mi cadera.

¡Qué se excitó, joder!

Intento que mi mente no viaje a ese instante, a los deseos casi irrefrenables de restregarme contra él para poder sentir su dureza en todo su esplendor; para poder deducir el tamaño real de su miembro y así responderle a Hayley cuando pregunte, pues sé, a ciencia cierta, que será lo primero que haga cuando le cuente lo ocurrido.

Lamentablemente… ¡No, joder, April, no! Lamentablemente no… Afortunadamente, él se levantó como si tuviese un cohete prendido en el trasero y huyó a su habitación.

Vuelvo a pasar mis manos por mi rostro, intentando aclarar mis pensamientos o sentimientos, dicho sea de paso. Porque sí, puedo intentar engañarme a mí misma y decir que la situación me pareció de lo peor, fuera de lugar, que no se puede repetir, que está terriblemente mal que me dé curiosidad el tamaño del miembro del que fue mi mejor amigo y que, resulta, también era mi cuñado. Sin embargo, no puedo ignorar la piel de gallina ahí donde sus dedos rozaban mi cintura, lo bien que se sintió estar tan cerca de él, las ganas de arrastrar mis dientes por su cuello o de moler mi cuerpo contra su entrepierna; el olor de su champú y el repentino pensamiento de que subiera su mano, la colara por debajo de mi blusa y sobara mis senos.

Estoy tan jodida…

A la mañana siguiente y a pesar de mis nervios por no saber cómo reaccionar ahora ante su presencia, me levanto para preparar a Nathan para la guardería. Hago el desayuno con el credo en la boca, debatiéndome sobre si debo ignorar lo que sucedió o si lo mejor es hablarlo como dos personas adultas; sin embargo, nada de eso es necesario porque él no aparece en ningún momento. Justo antes de salir de la casa, decido ir a su habitación para decirle que le dejé algo de comer y asegurarme de que se sienta bien, pues ya es bastante tarde, pero menuda es mi sorpresa al darme cuenta de que su cuarto está vacío y su cama hecha.

Se ha levantado mucho antes que yo. Al parecer, ha decido ignorarme… Otra vez…

Lo primero que hago luego de dejar a Nathan en la guardería es ir a hablar con el fontanero para ver cómo van las cosas. Menuda decepción me llevo cuando descubro que no han conseguido todos los materiales que necesitan, así que no podrán iniciar aún la obra. Me digo a mí misma que solo ha pasado un día, que no me martirice, pero, precisamente, solo ha pasado un día y las cosas con Noah ya son insostenibles. ¿Cómo aguantaremos una semana? Y, peor, si no consiguen los dichosos materiales, no pueden comenzar las labores, lo que significa que mi tiempo fuera de casa incrementa. ¿Cómo podríamos soportar más de una semana bajo el mismo techo?

Ofuscada, me dirijo a la universidad. Hoy solo tengo una clase, sin embargo, me toca turno en la cafetería de Esther Diango. Trabajo como mesera cuatro veces a la semana, pero en días como hoy que tengo un poco más de tiempo libre, Coco, como la bautizó Noah hace ya tantos años, me permite entrar en su cocina para hacer postres. Es un ganar-ganar. Yo pongo en práctica las nuevas recetas que he creado y ella tiene más clientes de lo usual. La cafetería se llena y yo puedo ver si mis creaciones son aceptadas por el público o no.

Así que me paso el día enfrascada en la cocina, tal y como me gusta, y luego en la tarde asumo mi posición como camarera. Llego a casa de Noah alrededor de las siete de la noche y él brilla por su ausencia. Mi madre recogió a Nathan de la guardería y lo traerá luego de la cena, así que después de echarle un poco de comida a Pelusa y acariciarla un rato, decido darme un baño. Últimamente están haciendo unos calores terribles, me pregunto si no piensa llover para aliviar un poco.

Voy a mi habitación, cojo mi ropa y me dirijo al baño. Hago mis necesidades y luego me recreo en la ducha mientras me lavo la cabeza con agua fría refrescándome instantáneamente. Siento un ruido extraño al otro lado de la cortina, así que me paso las manos por el rostro para eliminar el exceso de agua y la abro justo a tiempo para ver la cola de mi gata salir al pasillo.

Miro a mi alrededor a ver qué demonios ha tumbado y me cago en toda la ascendencia del maldito animal al ver mi sujetador en el suelo junto a un pote de crema; el resto de mi ropa ha desaparecido, otra vez…

Resoplo, fastidiada.

Enrollo una toalla en mi cabello con rapidez y aunque algunos mechones quedan sueltos, no lo corrijo. Con la otra seco mi cuerpo lo mejor que puedo y luego la envuelvo a mi alrededor. Es pequeña, a penas cubre mis pezones y mi trasero, pero es mejor que nada, además, estoy sola en la casa. A pesar de ese pensamiento, cuando llego a la puerta asomo mi cabeza y espero unos segundos a ver si escucho algún sonido raro.




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