April:
Observo el techo de la habitación con detenimiento, mientras espero que el maldito reloj marque las seis de la mañana. Faltan dieciséis minutos para eso.
Suspiro profundo y me volteo hacia la derecha. Cierro los ojos con la esperanza de que se queden así, aunque ya casi sea la hora de levantarse, pero a pesar de que me arden por el sueño, no consigo que se mantengan pegados. Mi cerebro está en un estado de excitación que no me deja descansar en paz. No he podido dejar de pensar en lo que sucedió anoche y, como consecuencia, me he desvelado.
Me volteo hacia el lado izquierdo y los recuerdos vuelven a mí. La discusión, sus palabras, la escasa distancia entre nosotros, el manojo de nervios en el que me convertí, las mariposas en mi vientre…
Dios mío, Noah se me declaró…
No dijo que me amaba con todas sus letras, pero admitió que quería besarme, tocarme, que volver a ser mi mejor amigo le estaba resultando muy difícil.
¿Y cómo me sentí yo?
Pufff, ¿por dónde empiezo?
Estaba nerviosa, confundida a tal punto que, por un instante olvidé mi realidad y temí que Nathan, su hermano, abriera la puerta principal y nos descubriera en esa tesitura. Creo que se sentía un poco raro, no estoy segura, pero, a pesar de eso, no puedo ignorar las cosquillas en mi vientre, la piel de gallina allí donde me tocaba, las ansias locas de acariciarlo a él de la misma forma que él lo hacía conmigo y el deseo de que me besara cada vez que su mirada se posaba en mis labios…
Estoy segura de que, si hubiese intentado besarme, no me habría apartado, al contrario, le habría devuelto el beso. ¿Qué significa eso exactamente? ¿Es cierto lo que dice Hayley? ¿Yo tenía sentimientos por los dos gemelos?
No lo sé y no creo que sea algo que vaya a averiguar ahora, no cuando mi opinión estará eclipsada por la resaca de lo sucedido. Está demasiado reciente. Aún puedo sentir su olor, el calor de su cuerpo, su respiración irregular, sus palabras con esa voz baja y ronca que parecía una caricia en mi piel. Vuelvo a cerrar los ojos y los últimos minutos de nuestro intercambio vienen a mi mente derritiendo mis entrañas.
—Solo quería que supieras que no es que no te tome en serio o a Nath, es solo que me está costando un poco asumir nuevamente mi papel de mejor amigo —dijo bajito, sin apartar su mirada de la mía y juro que pude sentir su dolor, incluso su frustración.
Luego sonrió de medio lado y el mundo tembló bajo mis pies. Un gesto como ese en él siempre es sinónimo de peligro, pero esta vez, lejos de augurar una de sus locuras, me transmitió ternura, mucho más cuando acomodó mi cabello detrás de mi oreja y dejó un casto beso en mi frente.
—Venga, pastelito, es hora de dormir.
Noah dio la media vuelta y se dirigió a su habitación. Solo cuando sentí la puerta cerrarse, me permití volver a respirar. Los truenos ya habían remitido o al menos no estaban tan fuertes así que regresé a mi cuarto y desde entonces no he hecho más que dar vueltas en la cama.
Miro mi reloj por enésima vez y frunzo el ceño al ver que son las seis y un minuto de la mañana. La alarma no ha sonado, es lo primero que pasa por mi cabeza antes de percatarme de que hoy es sábado y que, por tanto, no sonará hasta dentro de una hora.
Genial, malditamente genial.
Aburrida de estar acostada sin poder dormir, me levanto dispuesta a iniciar el día. Voy al baño, me aseo y luego me dirijo a la cocina para preparar el desayuno. Como no he sentido movimiento, supongo que Noah aún está en casa, así que con los nervios a flor de piel preparo unas tostadas francesas con canela y sirope de arce, crepes finos rellenos con queso ricotta y miel y unos mini muffins de plátano y nuez.
No estoy ansiosa ni nada por el estilo…
Alrededor de las ocho y media de la mañana, mientras estoy fregando, aparece mi hijo olisqueando a su alrededor. Sonrío al verlo observar la isla de la cocina sobándose la barriga.
—Huele rico —murmura, acercándose. Levanta una mano para robarse una tostada y yo lo detengo, sujetándolo por la muñeca.
—No, no, no. Al baño.
—Pero, mamá…
—Al baño.
—Está ocupado.
—Pues busca tu ropa mientras Noah termina.
—¿Puedo comerme dos muffins?
—Si cuando pruebes las tostadas y te comas un croissant, aún tienes hambre, te puedes comer los dos muffins —negocio, pues, si lo dejo, se comería la mitad de estos últimos él solito. Es uno de sus dulces favoritos.
—Eres la mejor mamá del mundo.
Me planta un beso en la barriga y luego sale a toda velocidad.
Con una sonrisa tonta en el rostro, regreso al fregadero y continúo mi labor.
—¿Por qué miras así a mi mamá? —pregunta Nathan varios minutos después y a mí se me resbala el sartén de las manos por la impresión.
Me encojo ante el estruendo que produce la colisión y luego me volteo para encontrarme con la mirada de los dos hombres de la casa, la de Nathan un poco extrañada, la de su tío, divertida con un toque de algo más.