Desde que te vi

19. Pervertida

Noah:

¿Qué cojones estás haciendo, Noah Smith?

¿En qué momento se te ocurrió que era buena idea esta escapada improvisada a comprar muebles como si fuesen una puta familia tradicional?

Ah, ya sé, justo esta mañana cuando tu cerebro hizo cortocircuito por no sé qué vez en los últimos días, luego de verla en tu cocina como si fuese la suya propia.

Anoche, luego de regresar a mi habitación, pasé las horas recriminándome por mi confesión fuera de lugar, pero April merecía saber la verdad para poder entender el por qué de mi comportamiento y, siendo honesto, yo también necesitaba decirlo, pues a veces siento que voy a explotar por todo lo que callo. Después de vueltas y más vueltas que de puro milagro no despertaron a Nathan a mi lado, llegué a la conclusión de que lo mejor era no volver a tocar el tema y, si ella lo mencionaba, restarle importancia de alguna forma.

Mis planes se vinieron abajo apenas entré a la cocina y la encontré de espaldas, lavando los platos luego de haber hecho el desayuno. La imagen fue tan íntima, tan cotidiana y tan insólita a la vez, que sacudió el mundo bajo mis pies. El deseo de acercarme a ella por detrás, rodear su menudo cuerpo con mis brazos para besar su clavícula y subir por su cuello hasta su mejilla, fue casi insoportable. Y ahí me di cuenta de que quería eso. Quería despertar y tenerla a mi lado bajo las mantas, poder abrazarla sin sentirme culpable, besarla sin pedir permiso, cocinar con ella por las tardes luego de regresar del trabajo, ver películas acurrucados en el sofá, discutir por cosas sin sentido, reír como si no hubiese un mañana, poder ver a Nathan crecer, aprender, tomarlo de la mano en cada paso de la vida. Quería todo eso y más, pero jamás lo tendría si no superaba mis miedos, si no recogía mis traumas y los metía en un puto baúl.

Así que, tal vez por eso, cuando Nathan hizo aquel comentario tan inocente sobre mi forma de mirar a su madre, el piropo salió fácilmente de mis labios. En cuestión de segundos había tomado una decisión… iba a intentarlo. Mi hermano estaba en paz con la idea, ¿por qué mi cabeza tenía que seguir poniéndome trabas? Merecía ser feliz, ¿no? Pues era momento de luchar para conseguirlo.

Sin embargo, justo en este momento, poco más de seis horas después, ya no me parece tan buena idea.

«El problema es que estás acojonado, imbécil.» me recrimina mi subconsciente. «Tienes miedo a que ella no sienta nada, a que todavía ame a tu hermano, a arriesgarte y salir lastimado, a perder su amistad.»

Suspiro profundo justo cuando detengo el auto de mi madre en el estacionamiento de la única tienda en el pueblo que vende todo lo necesario para un hogar.

—¿Por dónde pretendes comenzar? —pregunta April apenas atravesamos la puerta.

El olor a madera y barniz impregna mis fosas nasales con tanta fuerza que debo frotarme la nariz para eliminar el cosquilleo y evitar así el inminente estornudo. La tienda, nombrada Casa Wylan, no es muy grande. Según lo que he averiguado, la familia propietaria, en el taller del fondo, es quien fabrica la gran mayoría de los muebles y repara el que le traigan.

Miro a mi alrededor y sonrío en mi interior ante el caos que reina. No hay orden específico, está todo ligado y a pesar de eso, se siente acogedor.

—¿Entonces? —Insiste April ante mi abstracción.

—Me da igual. ¿Qué sugieres tú?

—Comencemos con tu cuarto, que ya tienes lo básico. ¿Dónde estás guardando tus zapatos?

—Debajo de la cama. —Me encojo de hombros, como si fuese una respuesta lógica. Ella se limita a rodar los ojos, divertida.

—Comencemos por una zapatera, entonces. ¿Algún escritorio?

—No tengo tiempo para nada de lo que se hace en él.

A no ser que pueda sentarte sobre él mientras envuelves tus piernas en mi cintura, claro. Ahí sí necesito uno con urgencia.

Sacudo la cabeza con la misma rapidez que ha aparecido ese pensamiento y me obligo a seguirla por uno de los pasillos.

—¿Tienes ropa de cama de respuesto?

Frunzo el ceño sin estar seguro. Quien empacó mis cosas y luego ayudó a arreglar mi armario fue mi madre, solo ella sabe lo que metió ahí. Las últimas semanas he lavado la ropa de cama y la he vuelto a poner, así que no sé si tengo más. Para la de Nathan sé que sí hay.

—En la tienda del frente venden. Cuando terminemos aquí, pasaremos por allá.

Asiento con la cabeza.

—Para la sala necesitas dos butacas, una mesita de centro, un multimueble, algunos cuadros porque hay que darle un poco de vida a aquellas cuatro paredes y...

—Un sofa también. —La interrumpo—. El que tengo es de muelle y tiene unos cuantos rotos. Lo odio.

—Vale. Para el comedor, una mesa con sus respectivas sillas, ¿alguna planta?

—Negativo. Se me moriría —respondo hundiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta.

—Qué aburrido. Hay que darle un poco de alegría a tu casa, Noah.

—Acepto que pongas cuadros, pinturas, lo que te apetezca, pero nada de plantas a no ser que pretendas visitarme a diario para cuidarlas tú.

—¿Tantas ganas tienes de verme? —pregunta con una ceja por todo lo alto, sorprendiéndome.




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