April:
Calor, calor, calor, tengo mucho calor.
Acuno mis mejillas como si de esa forma pudiese contener el sonrojo.
Demonios, no sé qué ha sido lo más hilarante de los últimos minutos. Si que haya admitido que leyó mi libro, que haya afirmado que se masturbó con mis bragas, o que haya admitido que le gusto... Otra vez.
¿Qué crees tú que hace un hombre con las bragas de la chica que le gusta, pastelito?
Sus palabras vienen a mi mente y las mariposas en mi vientre, esas que nunca creí que sentiría otra vez, vuelven a estallar.
¿Realmente se masturba con mis bragas?
Pensaba que ese tipo de cosas solo le sucedían a las protagonistas de los libros. Qué pervertido... Qué excitante.
Sacudo la cabeza y me obligo a centrarme en la colección de autos para estar despejada a su regreso. Algo me dice que la tarde aún es joven, que este no será nuestro primer enfrentamiento. Me dirijo a su habitación y, sin perder tiempo, me arrodillo al lado de la cama. Saco no una, sino dos cajas de diferente tamaño y las coloco sobre el colchón. Estoy a punto de abrir la más grande, cuando mi nombre, escrito con la descuidada caligrafía de Noah en la tapa de la otra, llama mi atención. Frunzo el ceño, la abro y el mundo tiembla bajo mis pies.
La puerta se abre de repente y al levantar la cabeza, veo a Noah, observándome con los ojos abiertos de par en par. Ya no hay rastro de la diversión o picardía de hace un instante, ahora solo hay temor.
—Se... Se supone que no... deberías estar viendo eso —murmura, tropezando con sus propias palabras.
Centro mi atención nuevamente en la caja. Lo primero que veo son mis bragas, pero eso ni siquiera me sorprende, lo que definitivamente me deja completamente fuera de juego es el resto.
Mi felpa favorita, rosada, con las figuritas de una rosquita y un cupcakes colgando de ella. Eran dos y solía amarrar mis trenzas con ellas hasta que un día una desapareció.
Mi goma de borrar con forma de pastel mordisqueada por uno de los bordes, a la que le falta la vela porque un día, entretenida, se la arranqué y casi me atraganto con ella. Noah me estaba explicando unos ejercicios de matemáticas. Jamás la volví a ver, pero no lo asocié con él.
El marcapáginas que siempre usaba.
Un lapicero azul con el casquillo todo mordido.
La funda de una de las almohadas chiquitas de mi cama, blanca, con el dibujo de unos caramelos. Estaba descocida por uno de los laterales, pero me negaba a cambiarla a pesar de que mi madre decía que la iba a botar desde que volviera a lavarla. Un día desapareció. Le grité a mi madre pensando que ella la había desechado.
Los ojos se me llenan de lágrimas al ver retazos de mi niñez y parte de mi adolescencia encerrados en esa caja. Muchas cosas sí supe que él se las había llevado, otras pensé que las había perdido en mi eterno despiste; lo que jamás imaginé es que, después de tantos años, aún las conservara.
La primera lágrima cae y yo la seco con mi antebrazo. Siento su presencia a mi lado, pero no lo miro, ni siquiera cuando me sujeta las muñecas y saca mis bragas de una de mis manos. Vagamente soy consciente de que las coloca en el bolsillo trasero de su pantalón y aunque quiero pedirle que me las devuelva, no lo consigo.
—¿Que es esto? —Es lo único que puedo murmurar, con la voz cargada de emoción.
—Tú —susurra, cogiendo el contenido de mi otra mano para dejarlo dentro de la caja una vez más. Luego, sujeta mi barbilla con dos de sus dedos y me incita a mirarlo—. Todo esto son pedazos de ti que robé porque no sabía cómo decirte que eras mi mundo.
Cubro mi rostro con mis manos y lloro sin poder detenerme. Sus brazos se envuelven a mi alrededor, atrayéndome a su pecho y esa sensación de estar en casa, a salvo, que se adueñaba de mi alma cada vez que estaba con él, regresa.
—¿Por qué lloras? —pregunta bajito, acariciando mi cabello con sus dedos.
—Porque creo que eso es lo más lindo que me han dicho jamás.
No me malentiendan, Nathan era un romántico, pero, no sé si es por el significado de sus palabras, lo que he encontrado en la caja o lo que sé de él por los cuadernos de su hermano, pero esa frase me ha llegado al alma.
Deja un beso en la cima de mi cabeza y yo me separo un poco, centrando mi atención en el pequeño rincón del pasado una vez más, y veo una bolsita de tela marrón que no reconozco.
La cojo y me extraño al sacar de ella unos papeles. Son notas, en su mayoría... Notas que yo solía colgar en su refrigerador o colar por debajo de su puerta si necesitaba dejarles algún recado o citarlos en algún lugar. Desdoblo una hoja de libreta y me sorprendo al ver una misma frase repetida más de quince veces: “No puedes matar a Noah Smith". Aunque no la recuerdo haber escrito, por la caligrafía tan meticulosa y el contenido, sé que se remonta a esos primeros meses de haberlos conocido, cuando aún no éramos amigos y él se limitaba a joderme la existencia.
Noah se ríe a mi lado y yo no puedo evitar seguirlo. Cojo el último papel en mis manos y, aunque hace el intento por quitármelo; soy más rápida y consigo alejarme a tiempo.