Capítulo dedicado a María Rodríguez
Alias: “Mis intensa número 1"
Noah:
La he besado…
Joder, he besado a April London y, esta vez, no fue un beso robado. Fue consensuado y, más importante, de verdad, no un roce de labios nervioso como ese que compartimos cuando éramos niños, cuando aún me permitía tener la esperanza de un nosotros.
Han pasado quince minutos desde ese momento mágico, desde que mi sueño más antiguo se hizo realidad y no hemos hablado al respecto. Cuando nuestros labios se separaron, su móvil comenzó a sonar, sacándonos de la pequeña burbuja en la que estábamos envueltos. Era Hayley para avisar que Nathan quería pasar la noche en su casa.
Desde entonces, ninguno de los dos ha dicho nada. Nos hemos limitado a terminar de acomodar las cosas (no fui a casa de mi madre, he decidido dejarlo para mañana) porque quiero hablar con ella. Esta vez no voy a permitir que el tiempo pase, no después de descubrir cómo son sus besos, cómo se siente tocarla, abrazarla o ser acariciado por ella; no después de escucharla gemir de la forma en que lo hizo.
April termina de fregar los vasos con el dibujo de Ben 10 y yo los pongo a escurrir, sintiendo cómo la tensión va en aumento. Ya no queda nada por acomodar, bueno sí, una cosa.
Se dirige a la nueva mesa del comedor y abre la única bolsa de nylon que queda. Saca la dichosa alfombra negra y me la muestra, sonriendo con timidez.
—¿Quieres hacer los honores?
Ruedo los ojos, doy dos pasos hacia ella y le arrebato la maldita alfombra, ganándome una risita baja de su parte antes de dirigirme a la entrada.
—Deja la mala leche, por Dios, pudo ser peor.
Yo, que estaba a punto de abrir la puerta principal, me detengo y me volteo hacia ella con una ceja por todo lo alto.
—Había una que decía: “Bienvenido, aquí no se cobra la entrada, sino la salida” —se explica—. O la otra: “Si vas a criticar, mejor trae pizza”. Pensándolo mejor, esas eran mucho más originales.
—No te habría dejado poner ninguna de las dos.
Se encoge de hombros.
—Apuesto a que habría encontrado la forma de salirme con la mía.
Sonríe y yo suspiro profundo.
Yo también lo creo…
Negando con la cabeza, medio divertido, abro la puerta principal y dejo caer la alfombra en el portal.
—¿Contenta? —pregunto, enfrentándola mientras abro los brazos con un poco de drama.
Vuelve a encogerse de hombros.
—Todavía. Me falta agregar algunas plantas, ¿recuerdas?
Regreso al interior de la casa y cierro tras de mí.
—Ya te dije que solo permitiría algo así, si eres tú quien las cuida.
—Bueno, ahora nos veremos un poco más, ¿verdad? —pregunta dubitativa y mi corazón comienza a acelerarse—. Digo… —Cambia el peso de su cuerpo de un pie al otro con evidente nerviosismo—. Ya no vas a ignorarme, ¿cierto?
Elimino la distancia que nos separa con pasos lentos, deliberados, mientras le dedico mi media sonrisa, no la burlona o pícara, sino esa que prácticamente solo tengo reservado para ella. Es tierna, cálida y sé que le gusta. Solía decírmelo cada vez que se la mostraba, que no era mucho.
Cojo sus manos y enredo mis dedos con los suyos.
—¿Podemos hablar de lo que ha pasado? —Contengo la respiración en espera de su respuesta y dejo salir el aire poco a poco cuando asiente con la cabeza.
Sin soltarla, porque, joder, amo tocarla, dirijo el camino hasta el nuevo sofá. La incito a sentarse y luego tomo lugar frente a ella.
Por unos minutos, observo la unión de nuestros dedos sin poder emitir palabra alguna. Hay tantas cosas que quiero decirle, que no sé ni por dónde empezar.
—Escucha, no hay forma de preguntar esto y que suene bonito, aun así, necesito saber dónde me estoy metiendo. —Busco su mirada y aunque sé que está nerviosa, agradezco que no la aparte—. ¿Todavía sientes algo por Nathan?
Sus ojos se abren ligeramente sorprendidos, supongo que no esperaba una pregunta tan directa.
—Si aún siente algo por él… —Hago una pausa un tanto desesperada sin saber qué pretendo decir exactamente: ¿Estoy dispuesto a conquistarte hasta que solo me veas a mí? ¿Retrocederé? No lo sé; sin embargo, no me da tiempo a descubrirlo, pues suelta mis manos de repente, coloca las suyas sobre mis hombros, se inclina hacia arriba y deja un beso casto sobre mis labios.
Mis ojos se abren de par en par y mi corazón late veloz contra mis costillas.
—No siento nada por Nathan —susurra con su rostro a escasos centímetros del mío y mi cuerpo se destensa al interiorizar sus palabras. Se sienta nuevamente en el sofá mientras coloca mechones sueltos de su cabello detrás de sus orejas—. Es decir, fue mi primer amor y es el padre de mi hijo; siempre lo voy a querer.
Me sostiene la mirada con aplomo y, aunque nerviosa, su voz suena segura y dulce al mismo tiempo, como si estuviese explicándole algo a un niño pequeño, en este caso, a mi pobre corazón.