Desde que te vi

26. Que seas feliz

Capítulo dedicado a mi prima bella. Emmy, feliz cumpleaños...

Noah:

Con la euforia de una declaración hermosa e inesperada recorriendo por mis venas, veo a April marcharse, aunque lo que quiero de verdad es retenerla junto a mí por el resto de la eternidad.

Aún no lo puedo creer...

Me ama...

Joder, ¡ME AMA!

Mi primer amor...

La chica de mi hermano...

La que nunca pensé que tendría para mí...

Me ama...

Me ama y juro que me siento el tipo más afortunado de este jodido mundo porque... ¡ME AMA!

¿Entienden lo importante que es eso?

Cuando todo esto entre nosotros comenzó, nunca esperé escuchar esas palabras de sus labios, creo que me habría conformado con las migajas de cariño que se hubiese permitido entregarme.

Sin poder borrar la estúpida sonrisa de mi rostro, cojo los cuadernos que escribió mi hermano y me dirijo a mi habitación. Llevo días retrasando lo inevitable... Sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que tuviera que tomar el toro por los cuernos y enfrentarme de una jodida vez a mis demonios.

Pues bien... Llegó la hora...

La burbuja en la que hemos estado viviendo me encanta, pero es hora de explotarla; de luchar... Ella se lo merece.

El primer paso es hablar con mi madre y que me parta un rallo si eso no me tiene acojonado. ¿Cómo se lo tomará? ¿Me recriminará? ¿Me llamará egoísta, mal hermano?

Espero que no, porque no sé cómo reaccionaría ante sus palabras.

Dejo los cuadernos sobre la mesita de noche al lado de mi cama y los observo por un segundo. Una sonrisa melancólica se adueña de mi rostro al ver el mensaje escrito en la carátula de uno de ellos: “No lo toques, Noah, o tendremos problemas". Cada vez que lo leo, casi puedo escucharlo decírmelo a la cara, con rictus enojado, mostrándome su dedo índice en modo amenazador.

Intentaría lucir bravo, pero ese es un rasgo que nunca se podría asociar con Nathan. Su ropa colorida evitaba que lo pudieras tomar en serio; eso sin contar su sonrisa fácil. Contrario a mí, para él, sonreír era como respirar y cada vez que intentaba hacerze el enojado, terminaba riéndose como un flojo.

Me encantaba eso de él.

April me dio los cuadernos para que los leyera, pero sigo sintiendo que es una violación a su intimidad. Él no los escribió para mí, no creo tener el derecho de leerlos. Tal vez lo haga algún día, tal vez no, no lo sé. Siempre he tenido curiosidad sobre qué escribió en ellos y, ahora que ya tengo una idea, no creo que sea necesario adentrarme en cada página. Según April, nos da su bendición, tal y como hizo con su carta, eso debería ser suficiente.

Respiro profundo.

No voy a decir que después de la confesión de April ya no tengo miedo o que ese sentimiento de estar usurpando su lugar ha desaparecido. Para nada... Y, no lo sé, tal vez deje de sentirme así algún día o simplemente deba acostumbrarme a vivir con esa mochila sobre mis hombros... Lo único que sé es que justo ahora debo apartar mis miedos, mis preocupaciones y convertirme en el hombre que ella espera que sea.

Así que, inspiro profundo varias veces infundiéndome de valor y me dirijo a la habitación de Nathan. Está sentado frente a su escritorio, dibujando, pero al escuchar el sonido de la puerta al abrirse, levanta la cabeza y me mira.

—¿Te gustaría ir a ver a la abuela Diana?

—¿No íbamos a ver una película?

Me encojo de hombros.

—Cambio de planes. ¿Te apetece?

Se lo piensa unos segundos antes de cerrar el estuche de sus colores y correr hacia mí. Lo ayudo a ponerse unos zapatos y juntos nos dirijimos a casa de mi madre.

Al llegar, la mujer que me trajo al mundo, luego de besuquear a su nieto por todos lados, me observa con los ojos entrecerrados como si pudiese ver a través de mí. Es tan desconcertante, que mi piel se eriza ante esa sensación tan extraña.

Nathan parlotea sin cesar sobre todo lo que se le ocurre y es entonces que me doy cuenta de un pequeño detalle. Él sabe de mi relación con su madre, ¿cómo es que no lo ha contado aún?

Cuando nos adentramos a la cocina, Diego está sentado frente a la isla concentrado en su laptop; trabajando, supongo. Nos saluda distraídamente y mientras mi madre pone la cafetera, él teclea algo con rapidez, luego apaga el aparato y se centra en la conversación de mi sobrino.

Apartado en una esquina, espero con impaciencia el café antes de pedirle a mi madre unos minutos para charlar. En realidad, solo estoy dejando el tiempo correr, retrasando lo inevitable una vez más. Por eso me sorprendo cuando, luego de servir tres tazas de café, intercambia una mirada significativa con Diego y este sale de la habitación, llevándose a Nathan con él.

Me siento frente a la isla de la cocina mientras le doy pequeños sorbos a mi bebida y mi madre se acomoda frente a mí. No dice nada, yo tampoco, solo se limita a mirarse las uñas de la mano que tiene apoyada en la encimera.




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