April:
Llego al restaurante en el que mi mejor amiga me citó con el corazón acelerado ante ese momento tan íntimo que compartimos Noah y yo. Le dije que lo amaba y, Dios santo, es abrumador darme cuenta de cuanto lo hago en realidad.
Nunca he sentido nada así y eso me asusta tanto como me emociona. Estoy contenta de haberle profesado mis sentimientos; ya todas mis cartas están sobre la mesa, es su turno. Solo espero que deje de permitir que sus demonios lo gobiernen y se digne a ser feliz. Se lo merece.
Cuando abro la puerta del local, el único restaurante decente en todo el pueblo, con una variedad de comidas entre cubana, italiana y mexicana, la campanita que cuelga encima anuncia mi llegada y la mirada de algunos de los comensales se posa en mí antes de regresar a sus asuntos.
Busco a Hayley y la encuentro sentada en una mesa al fondo, concentrada en su celular. Sin perder tiempo, me acerco a ella y luego de saludarla, me siento al frente. La analizo minuciosamente y no tardo en darme cuenta de que ha llorado. Hayley no llora.
—¿Estás bien?
—He dejado a Joey —susurra y rompe a llorar otra vez.
Me levanto y me siento a su lado para poder envolverla entre mis brazos.
—¿Por qué lloras? ¿Te arrepientes?
—No... —Solloza—. No sé.
Se separa de mí, limpiándose las lágrimas con el dorso de sus manos.
—Llevamos tanto tiempo juntos, que me siento rara al saber que ya no somos nada. ¿Y si he cometido un error? ¿Y si solo estábamos atravesando una mala racha?
No creo que sea solo una mala racha. Para mí, hace mucho que ese amor bonito que una vez existió entre ellos, ya no está. Su relación fue sofocada por la monotonía o simplemente no son la persona indicada el uno del otro.
—¿Cómo era el sexo entre ustedes? —pregunto, descolocándola totalmente.
Hayley me observa con el ceño fruncido, completamente confundida.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Respóndela. —Insisto, satisfecha al darme cuenta de que he logrado mi objetivo. Las lágrimas se han detenido.
Se sorbe la nariz.
—Normal, supongo.
—¿Y eso qué demonios significa?
Se encoge de hombros.
—¿Cuántas veces lo hacían?
Frunce el ceño aún más. Se ve tan adorable que debo evitar los deseos de reír.
—¿Dos o tres veces? —se pregunta a sí misma y yo enarco una ceja.
—¿A la semana?
—Al mes.
Frunzo los labios en desaprobación. Estaban peor de lo que pensaba.
—¿Y cuándo comenzaron la relación?
—Follábamos como conejos.
—Pues ahí está tu respuesta, cariño. No es una mala racha, simplemente la llama de la pasión se extinguió. He escuchado por ahí, que cuando el sexo merma o tu pareja ya no tiene la misma motivación o no te busca como antes, es porque te están siendo infiel.
Sus ojos se abren de par en par y yo me apresuro a corregirme.
—No creo que Joey te haya sido infiel, en serio; pero sí creo que permitieron que la rutina, la monotonía los afectara y no supieron cómo salir de ahí.
—¿Por qué tengo la sensación de que he escuchado un discurso bastante similar?
Sonrío ampliamente.
—Porque se lo he robado a mi queridísima Ariadna Kans. —Para el que no la conoce, es la protagonista del tercer libro de la saga Contigo, nuestras novelas favoritas. Esa mujer es la puta ama.
Hayley asiente con la cabeza como si todo cobrara sentido y yo decido, ahora que ya no está llorando, hablar en serio.
—Hay, siempre fui fan de tu relación con Joey, pero también fui testigo de cómo iba muriendo poco a poco. No creo que sea una mala racha, para mí, él es tu primer amor, no tu felices para siempre.
—¿Y dónde está mi felices para siempre?
Suspiro profundo ante su puchero.
—Vivimos en el culo del mundo, cariño, dale tiempo para que se tropiece con este pueblo.
Puede que esté bromeando, pero lo creo en serio. Conocemos a cada hombre de nuestra edad en este lugar y me consta que ninguno es el indicado para mi amiga. No, el que le moverá el piso y le mojará las bragas, no es de aquí. Estoy convencidísima.
—Tienes una forma rara, pero bastante efectiva de levantar los ánimos, April London.
Me río por lo bajo.
—Gracias. La verdad es que nunca había tenido que ponerla en práctica.
Unos minutos después, la camarera viene a tomar nuestros pedidos y ambas nos decantamos por unos tacos de cerdo y una copa de vino. Es una de mis comidas favoritas, la verdad.
Hayley y yo charlamos de todo un poco hasta que nos traen la cena. Saliveo al ver la perfección del manjar frente a mí. La tortilla de maíz, con ligeras quemaduras en algunas zonas debido a la parrilla; la carne brillante y dorada; los trozos de cilantro fresco y cebolla morada picada. Inspiro hondo el delicioso aroma y mi pobre estómago, lejos de gruñir de emoción, se revuelve un poco.