Desde que te vi

Epílogo 1

Capítulo dedicado a Anna Rodriguez. Feliz cumpleaños, mi reina, espero que hayas tenido un día maravilloso

Noah:

Han pasado cuatro semanas desde que le pedí matrimonio a April en la plaza principal con gran parte del pueblo como testigo y debo admitir que las cosas han estado más tranquilas de lo que esperaba. Sí, ha habido algunos comentarios malintencionados, pero son muchas más las personas que nos han felicitado, otras, incluso, han dicho que la historia ha tomado su cauce original.

April y yo hemos decidido hacer de oídos sordos a aquellos que nos juzgan solo por el placer de hacerlo y nos dedicamos a vivir nuestras vidas como queremos.

Lo primero que hicimos fue planear una cena familiar en la que su hermano más pequeño, Dago, que está en la universidad, estuvo presente. Queríamos hacer oficialmente pública nuestra relación, bueno más pública de lo que ya era luego de mi declaración, obviamente. Me llevé una grata sorpresa cuando la madre de April se me acercó, me abrazó y me susurró al oído que siempre creyó que ella y yo terminaríamos juntos. Al parecer, cuando éramos unos niños, ella y su esposo tuvieron una especie de discusión que terminó en apuesta en la que él decía que Nathan era el indicado y ella que yo.

Yo flipé en colores porque, siendo honesto, siempre creí que no le caía bien.

Luego fuimos a ver a la ginecóloga del pueblo. Todo parecía indicar que April tenía cuatro semanas de embarazo, pero, por lo que entendí, eso no significa que realmente lleve ese tiempo de gestación. ¿Por qué tienen que complicar tanto el asunto? Según mis cálculos posteriores, la dichosa cantidad de semanas con la que se supone que debe dar a luz no coincide para nada con los clásicos nueve meses. ¿Quién demonios inventó esa forma de llevar el tiempo? ¿No se dieron cuenta de que los hombres también formamos parte del proceso y que nuestra mente funciona de un modo mucho, pero mucho más práctico y menos complejo? En fin, que es un jodido trabalenguas.

Ese día nos concertaron una cita para hacer una ecografía y, por fin, luego de cuatro semanas interminables de espera, ha llegado el día y yo no puedo estar más impaciente.

—Deja el pie quieto, me estás poniendo nerviosa —murmura April, sentada a mi lado en la sala de espera de la consulta.

—No es tan fácil, ya tú pasaste por esto, yo no. ¿Por qué demoran tanto?

Ella se ríe por lo bajo y enciende la pantalla del celular.

—Palitroque, llevamos, exactamente, seis minutos aquí. Relájate un poco.

Resoplo, inconforme. Si te dicen a las nueve, es sentido común empezar a las putas nueve, ¿no?

April toma mi mano derecha entre las suyas y la besa al dorso, luego se apoya en mi costado y se acurruca junto a mí. Con una sensación cálida en el vientre, la rodeo con mi brazo deseando poder tenerla siempre así, a mi lado, a salvo.

Se me ocurre decírselo, pero me arrepiento en el último instante para evitar otra discusión, porque sí, estas últimas semanas han tenido de todo, incluidas nuestras primeras discusiones. Según ella, soy demasiado intenso en cuanto a su seguridad se refiere. ¿Qué culpa tengo yo de querer que mi futura esposa y mi hijo o hija estén bien?

Es perfectamente normal el hecho de que haya aparcado mi moto en el garaje de Diego hasta que la criatura nazca. Por muy buen conductor que sea, no hay ninguna necesidad de que ella se monte en un vehículo de dos ruedas, peligrosamente mortal. Para eso está el coche.

También me parece racional que no quiera que limpie la casa. ¡Joder, que se puede resbalar y caer! ¿Y qué me dicen de los bancos del parque o las sillas de la cafetería o del restaurante, incluso las de la casa de su madre? Si no las pruebo yo antes para asegurarme de su fortaleza, no le veo sentido a que lo haga ella.

Además, poner mi mano en las esquinas de las superficies cada vez que ella pasa para asegurarme de que no se de en la barriga, no es ser exagerado. Es ser precavido. ¡Joder, que ella anda como loca por todos lados!

¿Y las compras? Si estoy yo ¿por qué demonios tiene que cargar con las jabas?

Ella alega en todo momento que está embarazada, no impedida y que seguirá haciendo lo que quiera.

También le sugerí que pidiera licencia en la universidad… Solo diré que con su mirada me vi clarito dentro de un ataúd, mientras me bajaban tres metros bajo tierra. Se limitó a comentar, con un tono de voz que me dejó claro que estaba conteniendo su ira por poco, que, si volvía a pedir licencia, jamás terminaría la carrera. Luego se marchó y no me habló en toda la tarde.

—Esto se siente bien —susurra, enterrando la nariz en mi cuello para aspirar mi olor.

Me encanta que haga eso, aun cuando me pone toda la piel de gallina.

—¿El qué exactamente? —Dejo un beso en su frente y ella me recompensa con una radiante sonrisa.

—Tú y yo aquí, a punto de ver a nuestro pequeño por primera vez. Cuando Nathan, vine con Hayley y mi madre. Siempre tuve el apoyo de mi familia, pero no es lo mismo.

La aprieto más contra mi cuerpo con un nudo en la garganta. Me sienta como un puñetazo en el estómago cada vez que me acuerdo de lo mucho que la lastimamos, de todo lo que tuvo que pasar sin nosotros a su lado.




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