La primera estrella ya brillaba en el cielo neblinoso. La brisa era fresca y límpida. No se oía más que las olas del mar cercano rompiéndose en los acantilados y los pasos lentos pero profundos de ambos jovencitos que caminaban más cerca el uno del otro de lo que era necesario.
—Háblame, por favor, de este jardín.— rogó Gulf con voz suave.
Sentía que era un sacrilegio romper el silencio que los envolvía.
—El jardín de Kayza tiene más años de los que puedo recordar...
La dulce voz cómplice de Mew lo hizo estremecer. Siguieron caminando y Mew siguió hablando sobre cada flor, cada árbol, cada leyenda. Pero Gulf hacía rato que ya no lo escuchaba. Su mirada pasaba hipnóticamente de sus largas y sedosas pestañas, a sus labios carnosos y pálidos por el frío pero irresistiblemente tentadores.
Gulf se estremeció al darse cuenta de que cada segundo que pasaba, su deseo de besar aquellos labios se hacía cada vez más fuerte.
"¡Deja de pensar en eso!", se retó mentalmente, "Tú no eres así. Es un joven, no una chica...¡ y es pobre!"
Pero al segundo de reprenderse, otro pensamiento surgió con fuerza de lo más recóndito. Gulf volvió a estremecerse al sentir que aquel pensamiento que ahora lo invadía tenía la voz inconfundible de aquella gitana loca.
"Cuanto más resistencia pongas, más hondo calará mi hechizo en tu corazón..."
—¿Nos sentamos?— oyó La voz de Mew algo lejano en medio de su efervescencia mental.
Alcanzó a asentir y se sentó cerca de Mew en un banco de madera, cobijado por las mismas rosas amarillas que él había divisado desde el ventanal del tercer piso.
—Este es uno de mis lugares favoritos. Y a esta hora, en el crepúsculo, es el más bello...—contó Mew en un susurro.
Aquella voz varonil y cómplice hacía estremecer a Gulf de pies a cabeza y lo único que deseaba era seguir oyéndola.
— Cuéntame más sobre tus lugares favoritos...
—Si tuviera que elegir solo uno,— dijo Mew pensativo— sería sin dudas el mirador del faro. Hay un faro en el otro extremo de la isla desde donde puedes observar todo a tus pies e incluso a veces si estiras tu mano alcanzas a tocar el cielo. Voy allí cada vez que puedo, a contar estrellas. Es un lugar tan mágico, tan maravilloso...
"¡Maravilloso eres tú!", pensó Gulf mirando el brillo plateado de la luna que se reflejaba en aquellos ojos rasgados.
— Cuéntame algo sobre ti, Gulf ...
Gulf sintió un estremecimiento en todo su cuerpo al oír su propio nombre en aquellos labios tentadores. Sintió el corazón acelerado. Apenas podía hablar. Y sin ser demasiado consciente, respondió estremeciéndose en lo más profundo de su alma al escucharse. Era la primera vez que hablaba con otro ser humano sin elegir conscientemente las palabras, sin hablar de números o negocios o ganancias.
—Me encanta cocinar. Recetas de la niñez... aromas y sabores simples que evocan recuerdos de hogar. Pero no tengo a quién cocinar. Me encanta sacar fotografías... lugares mágicos como éste: personas interesantes y bellas como tú...
Su corazón se aceleró al escuchar sus propias palabras. Pero junto a la cálida sensación que le producía aquello también comenzó a sentir pánico. Pánico de que Mew lo rechazara, de que lo dejara allí, hablando sólo... o de que se burlara de él y de lo que acababa de decir.
Se sintió de pronto desnudo, vulnerable.
Pero entonces sus ojos hallaron los ojos de Mew que lo miraban intensamente y con una suave sonrisa.
—Me gusta mucho este Gulf...—susurró Mew rozando el rostro de Gulf con su propio aliento— Sabía que no podías ser tan distinto a tu abuelo. Él ama este lugar...
— Yo también empiezo a amar... este lugar.
Gulf no tuvo el valor de decir que a quien estaba empezando a amar era a ese ser maravilloso que ahora acercaba su boca a la suya, sin dejar de comérselo con los ojos.
Pero de un segundo a otro toda aquella magia que parecía envolverlos se desvaneció de repente al llegar hasta ellos una voz potente y masculina.
—¿Mew? ¿Estás aquí?
Un joven apareció de la penumbra detrás de una hortensias. Mew y Gulf se separaron casi violentamente.
—¡ Aquí estás! ¿Qué crees...? Tengo que hacer unos encargos en el sur. Pensé en aprovechar el viaje y llevarte hasta el faro. ¿Pasamos la noche allí contando estrellas? ¿Qué dices?
Gulf sintió como si un terremoto acabará de destruir el suelo a sus pies. No lograba ver bien al joven recién llegado. La luna se había cubierto por una capa de nubes grises. Pero no hizo falta. La rabia que comenzaba a sentir hizo que deseara huir de allí, encerrarse en su habitación y no salir nunca más.
—¿Quieres venir con nosotros?— había oído a Mew decirle.
Pero casi sin mediar palabra, alcanzó a rechazar la invitación, alegando un dolor de cabeza repentino. Y se alejó lo más rápido que pudo, dejando allí a Mew y a aquel intruso.
Se hundió en su cama con el rostro empapado. Nunca había sentido tanta rabia, tanta humillación.
¡¿Por qué ese jardinero le había coqueteado de esa forma tan abierta y descarada si ya tenía alguien con quien contar estrellas?!
Nunca se había sentido así. En medio de una oleada de pensamientos torpes trataba de encontrar la palabra que nombrara con exactitud lo que estaba sintiendo. Y entonces, justo cuando el reloj de la torre del hotel marcaba la medianoche con sus campanadas, Gulf lo entendió.
"Te advierto", le había dicho la gitana, "que no podrás concentrarte en nada más hasta que no te hayas saciado de su compañía; y por supuesto no olvidemos la mejor parte: la de los celos. Vivirás en carne y hueso la más grande pasión que jamás haya vivido ser humano alguno: llorarás por celos..."
Gulf comenzó a llorar en silencio. Todo lo que aquella gitana le había dicho se estaba cumpliendo. Se frotó el pecho. Amaba a Mew por extraño e imposible que esto le pareciera. Pero aquello solo le provocaba dolor. Y, haciéndose un ovillo tembloroso en la cama, balbuceó al rostro de Mew en su mente: