Desencuentros

Relato 1: "Conflicto del Exilio Días del 2017"

"Las cicatrices del exilio no siempre están a la vista; algunas se ocultan en encuentros y despedidas."

En 2017, en medio del exilio de venezolanos dispersos por el mundo, Benjamín asistió a una fiesta de chilenos en el corazón de Europa. Era un evento pequeño e íntimo, donde las familias se entrelazaban más allá de los lazos de sangre. Benjamín, recién llegado de México, apenas conocía a los presentes. La fiesta, lejos de ofrecerle camaradería, lo hizo sentir más ajeno; los vínculos entre los chilenos eran tan evidentes que le resultaban dolorosos. Hermanos bailaban con primas, tías reían con sobrinos, y el vino fluía junto con la nostalgia, llenando el ambiente de risas y melancolía.

Al despuntar el amanecer, la tranquilidad se rompió. Un joven chileno, al que llamaremos Ulises, se acercó a Benjamín con una excusa banal, un comentario cualquiera que escaló rápidamente hasta convertirse en una acalorada discusión. Ulises, con la arrogancia de quien cree saberlo todo, citaba nombres y teorías de manera desordenada, confundiendo a Marx con Feuerbach, al Che con Fanon, a Rodó con Mariátegui. Su erudición era caótica, y Benjamín, cansado y cínico, respondía con sarcasmos que cortaban el aire.

Barcelona, en esa hora del amanecer, podía enloquecer a algunos y dar fría lucidez a otros. En Benjamín, el cansancio afilaba sus palabras. La pelea parecía inevitable, pero cuando el momento llegó, Benjamín simplemente se levantó y se marchó. Ulises lo insultó, golpeó la mesa, quizá la pared, pero fue en vano. Benjamín ya no estaba allí. Ni en la fiesta, ni en el conflicto, ni en la comunidad que nunca llegó a sentir como propia.

Para Benjamín, aquella escena no fue más que una pelea de liceo, una repetición ridícula de la violencia oculta tras el velo de las ideologías. Ulises, militante de una izquierda que Benjamín alguna vez miró con simpatía, ahora representaba todo lo que despreciaba: demagogia, dogmatismo, ignorancia. Con el tiempo, Benjamín entendió que esos vicios no eran exclusivos de un grupo, sino defectos universales del ser humano.

Aunque Benjamín intentó olvidar el altercado, las noticias sobre Ulises le llegaban inevitablemente. Supo que Ulises obtuvo la nacionalidad española y asistía a conciertos de música folklórica con su esposa, Amara, una mujer que Benjamín apenas recordaba de aquella noche, como una figura lejana con grandes ojos plácidos.

Luego, una noche, llegó una noticia perturbadora: Ulises había sido internado en un psiquiátrico tras intentar matar a su esposa. Benjamín escuchó el relato de una pareja de chilenos, Rodrigo y Camila, durante una cena, y sintió un extraño y mezquino triunfo. Se imaginaba a Ulises, corriendo por una calle vacía, gritando, mientras las luces de la ciudad brillaban indiferentes.

Desde entonces, cada encuentro con Rodrigo y Camila era una oportunidad para preguntar por Ulises. Las noticias llegaban en fragmentos amargos: Ulises había salido del psiquiátrico, había dejado de trabajar, pero Amara no lo había abandonado. Benjamín, por alguna razón, admiraba aquello. ¿Cómo podía una mujer seguir junto a un hombre como él? En su mente, los imaginaba juntos, y esa imagen persistía como una herida abierta.

Un día, paseando por las Ramblas, Benjamín se cruzó con Ulises y Amara. El encuentro fue casual. Ulises lo saludó con indiferencia, casi sin reconocerlo, mientras Amara le sonrió cálidamente, como si nada hubiera pasado. Incluso le ofreció prestarle un libro que acababa de comprar. Benjamín, desconcertado, balbuceó una respuesta torpe y se despidió. Mientras se alejaba, se dio cuenta de que Ulises ya no le parecía tan imponente. En cambio, la figura de Amara crecía en su mente, brillante e inalcanzable.

Con el tiempo, Benjamín dejó de preguntar por Ulises. La vida siguió, pero sabía que algo de aquella historia no se había cerrado. Ulises representaba más que un simple rencor; era un espejo oscuro de las inseguridades y frustraciones que Benjamín arrastraba. La historia no había terminado, y Benjamín lo sabía. Lo que no entendía era si algún día lograría desprenderse del peso de esa sombra que, aunque tenue, seguía proyectándose en su vida.




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