Desencuentros

Relato 1: "Conflicto del Exilio Días del 2017"

En los días de 2017, cuando los exiliados venezolanos estaban dispersos por el mundo, B asistió a una fiesta de chilenos en el corazón de Europa. Era un evento pequeño, íntimo, de esos donde las familias se entrelazan más allá de los lazos de sangre. B, que había llegado desde México hacía poco, apenas conocía a los presentes. La fiesta, lejos de ser un refugio de camaradería, lo hizo sentir aún más ajeno; los lazos de fraternidad entre los chilenos eran tan evidentes que resultaban dolorosos. Los hermanos bailaban con las primas, las tías reían con los sobrinos, y el vino, al igual que la nostalgia, fluía en abundancia, inundando de risas y melancolía el aire.

Cuando el amanecer empezaba a despuntar tímidamente, la tranquilidad se rompió. Un joven chileno, al que llamaré U, se acercó a B con una excusa banal, un comentario cualquiera que, casi sin darse cuenta, escaló hasta convertirse en una acalorada discusión. U, con la arrogancia del que cree saberlo todo, citaba nombres y teorías sin orden ni concierto, confundiendo a Marx con Feuerbach, al Che con Fanon, a Rodó con Mariátegui. Su erudición era un caos desordenado que B, cansado y cínico, respondía con sarcasmos que cortaban el aire como cuchillos.

Barcelona, en esa hora del amanecer, podía enloquecer a algunos y darles fría lucidez a otros. En B, el cansancio le daba a sus palabras una aspereza que no tenía intención de suavizar. Las frases se volvían afiladas, hirientes. La pelea era inevitable, pero cuando finalmente el momento llegó, B simplemente se levantó y se marchó. U lo insultó, golpeó la mesa, quizás la pared, pero fue inútil. B ya no estaba allí. Ni en la fiesta, ni en el conflicto, ni en la comunidad que nunca terminó de sentir como propia.

Aquella escena no fue más que una pelea de liceo para B, una repetición ridícula de la violencia que se escondía tras el velo de las ideologías. U, militante de una izquierda que B alguna vez había mirado con simpatía, ahora era el epítome de todo lo que despreciaba: la demagogia, el dogmatismo, la ignorancia. Con el tiempo, B había aprendido que estos vicios no pertenecían exclusivamente a un grupo, sino que eran defectos universales del ser humano.

El tiempo pasó, y aunque B intentó olvidar el altercado, las noticias sobre U le llegaban de forma inevitable, como susurros que se filtraban en su vida. Supo que U había obtenido la nacionalidad española, que asistía a conciertos de música folklórica junto a su mujer, una mujer que B apenas recordaba de aquella noche, como una figura lejana con grandes ojos plácidos, observando desde otro mundo.

Luego, una noche, llegó la noticia que lo sobresaltó: U había sido internado en un psiquiátrico después de intentar matar a su esposa. El relato le llegó a B como un río oscuro y retorcido, traído por una pareja de chilenos con quienes compartía una cena. Al escuchar la historia, sintió un extraño triunfo, una pequeña victoria mezquina. Se imaginaba a U, corriendo por una calle vacía, gritando, mientras las luces de la ciudad brillaban indiferentes a su alrededor.

A partir de ese momento, cada encuentro con esa pareja chilena se convertía en una excusa para preguntar por U. Las noticias llegaban en fragmentos amargos: U había salido del psiquiátrico, había dejado de trabajar, pero su mujer no lo había abandonado. B, por alguna razón, admiraba aquello. ¿Cómo podía una mujer seguir junto a un hombre como él? En su mente, los imaginaba juntos, en la intimidad, y esa imagen persistía como una herida abierta.

Un día, paseando por las Ramblas, B se cruzó con U y su esposa. Fue un encuentro casual. U lo saludó con indiferencia, casi sin reconocerlo, mientras su mujer le sonrió cálida, como si nada hubiera pasado. Incluso le ofreció prestarle un libro que acababa de comprar. B, desconcertado, balbuceó una respuesta torpe y se despidió. Mientras se alejaba, se dio cuenta de que U ya no le parecía tan imponente como antes. En cambio, la figura de su esposa crecía en su mente, brillante e inalcanzable.

Con el tiempo, B dejó de preguntar por U. La vida siguió su curso, pero en el fondo sabía que algo de aquella historia no se había cerrado. U representaba más que un simple rencor; era un espejo oscuro de las inseguridades y frustraciones que B arrastraba desde hacía tiempo. La historia no había terminado, y B lo sabía. Lo que no podía entender era si algún día lograría desprenderse del peso de esa sombra que, aunque tenue, seguía proyectándose en su vida.




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