Desencuentros

Relato 12

Mónica Salazar y el Deseo de Reencontrarse

Mónica Salazar despertaba cada día con una sensación de vacío que no podía explicar. Desde que tenía memoria, sentía que una parte de ella estaba ausente, como si su vida hubiera comenzado antes de que ella misma lo supiera. Vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, un lugar tranquilo, pero que para ella parecía una jaula.

Tenía un trabajo sencillo en la biblioteca del pueblo, clasificando libros y atendiendo a los visitantes. Amaba leer y perderse en historias ajenas, pero cada vez que cerraba un libro, el vacío volvía a hacerse presente. Mónica era amable y querida por los habitantes, pero siempre sentía que no pertenecía del todo, como una pieza de rompecabezas en el lugar equivocado.

Una noche, mientras organizaba libros antiguos, encontró un volumen cubierto de polvo en la última estantería. El título era apenas legible: "El Legado de Aurora". Intrigada, lo llevó a casa. Al abrirlo, encontró dibujos de una mujer que le resultaba extrañamente familiar: cabello largo y dorado, ojos llenos de vida, rodeada por un bosque de espinas y flores marchitas. Bajo cada ilustración había frases crípticas que hablaban de un hechizo, un sueño eterno y un destino roto.

Las palabras del libro comenzaron a despertar recuerdos en Mónica, imágenes vagas y desconectadas: un castillo, una rueda giratoria, un bosque oscuro. Esa noche soñó con una canción, una melodía que parecía envolverla en calidez, pero que al mismo tiempo le llenaba de nostalgia.

A partir de entonces, Mónica empezó a notar cosas extrañas. Los pájaros la seguían cuando caminaba al trabajo, las flores parecían florecer a su paso, y una anciana que nunca había visto antes comenzó a aparecer en su camino.

—Eres tú —le dijo la anciana un día en el mercado, sin previo aviso.

—¿Disculpe? —respondió Mónica, confundida.

—Eres Aurora. La princesa del sueño eterno.

Mónica se quedó helada. ¿Cómo podía esa mujer conocer el nombre del personaje que había leído en el libro? Intentó reír, pensando que era una broma, pero la anciana continuó con seriedad.

—Fuiste llevada lejos para protegerte. Pero ahora el pasado te llama. El hechizo no terminó como crees.

La anciana le entregó un pequeño medallón con un símbolo grabado: una flor rodeada de espinas.

—Encuentra el bosque de tu sueño. Solo allí podrás recordar quién eres realmente.

Aunque quería ignorar a la mujer, algo en su interior le dijo que debía escucharla. Mónica dejó su trabajo en la biblioteca y partió con el medallón como única guía. Caminó durante días, cruzando colinas y ríos, hasta que llegó a un bosque que parecía sacado de sus sueños. Los árboles eran altos y oscuros, y el aire estaba impregnado de un silencio inquietante.

A medida que se adentraba, comenzaron a surgir fragmentos de su memoria. Recordó un castillo, a tres mujeres que la cuidaban como madres, y una maldición que la había condenado a un sueño profundo. Recordó también un amor olvidado, un joven que había intentado salvarla, pero que no pudo romper el hechizo.

Finalmente, llegó a un claro donde un árbol gigantesco se alzaba, con sus ramas formando una cúpula sobre un pequeño estanque. Allí, el medallón comenzó a brillar, proyectando imágenes ante ella.

Vio a sí misma, años atrás, siendo llevada al bosque por las tres mujeres que ahora reconocía como hadas. Habían alterado su destino, escondiéndola en un lugar seguro, pero el precio había sido alto: su conexión con su pasado y su verdadera identidad había sido borrada.

Mientras procesaba estas revelaciones, apareció una figura entre las sombras: un hombre joven con ojos oscuros y una expresión de asombro.

—¿Aurora? —preguntó, como si no pudiera creer lo que veía.

Mónica lo miró, y aunque no lo recordaba del todo, sintió una calidez inexplicable al verlo.

—¿Quién eres? —preguntó ella.

—Soy Felipe. Te busqué durante años. Cuando el hechizo no pudo romperse, pensé que te había perdido para siempre.

Él le explicó que había sido enviado al bosque muchas veces, guiado por las mismas hadas que la protegieron, pero siempre llegaba demasiado tarde. El hechizo, en lugar de romperse, la había trasladado a otro lugar y tiempo, separándolos.

Mónica sintió una mezcla de emociones: alegría por el reencuentro, pero también rabia por haber perdido tantos años de su vida sin saber quién era realmente.

—No quiero volver a ser una princesa —dijo con firmeza—. No quiero que mi vida esté dictada por maldiciones ni por linajes. Quiero ser libre.

Felipe la miró con comprensión.

—Entonces elijamos un nuevo camino juntos. No importa dónde o cómo, siempre y cuando seas tú quien decida.

Juntos regresaron al claro donde había comenzado todo. Con la ayuda del medallón, Mónica invocó a las hadas. Les exigió que le devolvieran el control de su destino. Las tres aparecieron, orgullosas de que ella hubiera encontrado su propia fuerza.

—Siempre supimos que el verdadero poder estaba en ti —dijeron.

Con un gesto, disolvieron las últimas ataduras del hechizo, y Mónica sintió que su mente y su alma se liberaban por completo.




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