Deseo Concedido

Capitulo 3

Aquella tarde, Duncan, Axel y algunos de los hombres salieron con sus caballos a 
recorrer la zona. Axel quería enseñarles varias cosas que estaba haciendo. 
Mientras, las criadas atendían al resto de los guerreros encantadas, soltando 
risotadas escandalosas cuando alguno de ellos les decía alguna dulzura e intentaba 
meter sus manos bajo sus faldas. 
En las habitaciones superiores del castillo, Alana se probaba su vestido de 
novia, junto a Gillian y Megan, que se habían hecho grandes amigas. 
—Gillian —preguntó Alana—, ¿se puede saber por qué has insultado a Niall? 
—Sencillamente, porque se lo merecía —soltó Gillian mirando a Alana con 
altivez. 
—¿Has insultado a uno de los guerreros? —preguntó Megan—. Y yo, ¿me lo 
he perdido? 
Gillian y Megan se carcajearon. 
—Por el bien de tu hermano y de tu clan, deberías tener más cuidado con tus 
palabras y tus actos —apostilló Alana. 
—Tienes razón —asintió Gillian mordiéndose el labio—. Procuraré tener más 
cuidado. 
—El Halcón no podía apartar sus ojos de ti —señaló Alana mirando a Megan 
—. ¿Acaso no te diste cuenta? 
—No, lady Alana. —Sonriendo, se corrigió al recordar cómo la llamaba 
cuando estaban solas—. No, Alana. Tengo cosas más importantes en que pensar. 
—Duncan es un hombre muy guapo —comentó Gillian asomándose a la 
ventana oval para mirar el paisaje verde de los campos. 
—Y las doncellas se pelean por compartir su lecho —siguió Alana—. Es un 
guerrero muy deseado por las mujeres. 
—No seré y o la que me pegue con nadie por un hombre —rio Megan—. Y 
menos por ese que tiene donde elegir. 
—Deberías buscar un marido, Megan —indicó Gillian mientras observaba a 
algunos highlanders cepillar a sus caballos—. Toda mujer debe tener a su lado un 
hombre que la proteja. 
—Ya tengo al abuelo, a Mauled y a Zac —bufó percatándose de lo pesadas 
que se pondrían aquellas dos con ese tema. 
—Pero ellos no pueden calentar tu cama y tu cuerpo como lo haría por 
ejemplo Duncan —sonrió pícaramente Alana. 
—¡Alana! —exclamó Gillian al escucharla. 
—No necesito que nadie caliente mi cama. Me la caliento yo sólita sin tener 
que soportar a nadie. 
—Oh, oh —suspiró Gillian al ver a Shelma correr hacia el castillo—. Tu 
hermana viene hacia aquí y no trae muy buena cara.

—¿Shelma? —preguntó Megan acercándose a la ventana. 
Al asomarse vio a su hermana llegar con cara de pocos amigos y pronto supo 
por qué. 
—¿Dónde está Zac? —preguntó Shelma a gritos mientras se retiraba el pelo 
castaño de la cara. Su hermano las iba a volver locas. 
—Le envié contigo hace un buen rato —contestó Megan resoplando—. No te 
muevas, bajaré enseguida y te juro que cuando lo encuentre le arrancaré las 
orejas. 
—Ese hermano tuy o… —indicó Gillian—. Es cabezón. 
—Pero más lo soy yo —aseguró Megan mirando a Alana—. Me tengo que ir. 
—No te preocupes, Megan —dijo Alana tomándola de la mano—, seguro que 
estará jugando por algún lado. 
—Te acompaño —señaló Gillian, que conocía bien las fechorías de Zac. 
Tras despedirse de Alana, abrieron la pesada arcada de madera y salieron al 
oscuro pasillo alumbrado por antorchas. Bajaron la escalera de piedra en forma 
de caracol hasta llegar a la sala principal, donde aún quedaban algunos hombres 
que las miraron boquiabiertos murmurando palabras en gaélico al verlas pasar. 
—Juro que lo mataré en cuanto lo tenga en mis manos —despotricó Megan 
sin percatarse de que los hombres las miraban y reían ante ese comentario. 
—Veamos en qué clase de fechoría anda metido ese mequetrefe —respondió 
Gillian agarrándose las faldas. 
Cruzaron el patio a toda prisa para llegar hasta Shelma, que al verlas gritó: 
—¡Te juro que lo mato, Megan! 
—Eso y a lo dijo tu hermana —sonrió Gillian para templar el ánimo de 
Shelma. 
—Dijo que quería ir con otros muchachos a ver a los feriantes —recordó 
Megan. 
—¡Lo sabía! —gritó Shelma. 
Las tres muchachas, andando a paso rápido, se dirigieron hacia la explanada 
donde los feriantes comenzaban a montar sus puestos. Una explanada algo 
húmeda por las lluvias, y con barro. 
—¡Allí está ese rufián! —indicó Megan. 
Pero las tres se quedaron sin palabras cuando vieron cómo el niño se 
acercaba con sigilo, junto a un par de chicos del clan, a uno de los puestos y, 
mientras el feriante colocaba unas telas, le quitaban cosas escondiéndolas bajo 
sus camisas. 
De pronto, unas vasijas de barro cayeron al suelo atrayendo la mirada del 
feriante. ¡Los habían pillado! Por lógica, el hombre cogió a Zac. Era el más 
pequeño. 
El niño comenzó a gritar al verse sujeto por unas manos que lo zarandeaban. 
Al ver aquello, a Megan se le subió el corazón a la boca y, echando a correr seguida por las otras dos, se detuvo a unos pasos del feriante, quien ya le había 
propinado un par de azotes a Zac. 
—Disculpad, señor. ¡Por favor! —susurró Megan sin aliento por la carrera—. 
¿Seríais tan amable de soltar a mi hermano? Yo os pagaré lo que ha roto. 
—¿Este sinvergüenza es tu hermano? —preguntó el hombre cogiéndole por el 
cuello mientras Zac lloraba. 
—Sí, señor —asintió Shelma plantándose junto a Megan—. Es nuestro 
hermano y os pedimos que le soltéis. 
—¡Yo no hice nada! —mintió Zac intentando zafarse del hombre. 
—¡Zac, cállate! —reprochó Gillian, enfadada, notando cómo sus pies se 
hundían en el barro. 
—¡¿Qué no hiciste nada?! —bramó el hombre dándole un bofetón que dolió 
más a las muchachas que al niño—. Me estabas robando y me has roto algunas 
jarras. ¡¿Eso es no hacer nada?! 
En ese momento salió de su carro la mujer del feriante, y Megan puso los 
ojos en blanco al reconocer a Fiona, que se llevó las manos a la cabeza al ver los 
destrozos. 
—¡Malditas y apestosas sassenachs! —escupió la mujer al verlas. 
—¡Cállate! —gritó enfurecida Gillian. 
Aquella maldita palabra había causado mucho dolor a sus amigas y a su 
propia familia. 
—No queremos tener líos, Fiona —advirtió Shelma mirándola con recelo. 
Fiona era una antigua vecina del pueblo. Durante los años que vivió allí, 
primero su madre y luego ella siempre las trataron con tono despectivo. Las 
odiaba por su sangre inglesa. Incluso en varias ocasiones, Megan y ella habían 
llegado a las manos. 
—Entiendo vuestro disgusto, señor —prosiguió Megan mirando al feriante—. 
Por eso os repito que pagaré lo que mi hermano… 
—¡Estate quieto, ladronzuelo! —gritó el hombre dando otra bofetada a Zac, lo 
que hizo que su hermana may or perdiera la paciencia. 
—¡Escuchad, señor! —vociferó Megan, enfurecida—. Si volvéis a darle un 
bofetón más, os lo voy a tener que devolver yo a vos. 
—¡Qué tú me vas a dar un bofetón a mí! —se carcajeó el feriante, indignado. 
Gillian y Shelma se miraron. Megan era capaz de eso y de mucho más. 
—Pero ¿quién te has creído tú para hablar así a mi hombre? —ladró Fiona 
plantándose ante Megan con los brazos en jarras. 
—Soy Megan. ¿Te parece poco? —aclaró mirándola con desprecio. 
Volviéndose hacia el hombre, escupió—: Soltad a mi hermano. ¡Ya! 
—Este sassenach —gritó con desprecio el feriante— es un futuro delincuente, 
y como tal debería ser tratado. 
« Se acabaron las contemplaciones, Fiona» , pensó Megan mientras se retiraba el pelo de la cara. Aquella rolliza muchacha había hecho mucho daño a 
su abuelo con sus terribles comentarios y estaba harta. 
—Yo no soy sassenach —aulló Zac, que a su corta edad aún no llegaba a 
comprender por qué a veces la gente se empeñaba en insultarle de aquella 
manera. 
—No lo puedes negar, mocoso —escupió Fiona—. Tú y tus hermanas oléis a 
distancia a la podredumbre de los sassenachs. 
« Oh, Dios…, te mataría con mis propias manos» , pensó furiosa Megan al 
escucharla. 
—Y tú hueles a excremento de oso cruzado con una bruja —gritó Shelma 
muy enfadada, momento en que Fiona se abalanzó sobre ella. 
Megan intentó separarlas, pero la corpulenta mujer de otro feriante se 
abalanzó sobre ella. La lucha estaba servida. 
Al ver aquello, Gillian comenzó a gritarles a todos que era la hermana de 
Axel McDougall y que éste les echaría de sus tierras. Pero nadie le hizo caso. Las 
mujeres continuaban tirándose de los pelos y arrastrándose por el barro, por ello 
Gillian no se lo pensó dos veces y, sin importarle nada, se tiró encima de ellas. 
Los gritos y la algarabía que se organizó atrajeron las miradas de todo el 
mundo. ¡Había pelea! 
De pronto, el fuerte ruido de los cascos de varios caballos y un rugido 
atronador provocaron que todos se parasen en seco. Ante ellos tenían a su señor 
Axel, a El Halcón y a algunos hombres más. 
—¡¿Qué ocurre aquí?! —preguntó Axel con gesto de enfado, montado en su 
enorme caballo blanco. 
Su sorpresa fue tremenda cuando reconoció entre aquel amasijo de cuerpos a 
su hermana, a Megan y a la hermana de ésta. Desmontando con rapidez e 
intentando mantener el control, ayudó a Gillian a ponerse en pie. Tenía el pelo 
revuelto, estaba empapada y con la ropa pringada de barro. 
—Gillian, por todos los santos. ¿Qué haces? ¿Qué ha pasado? 
Enfurecida por aquella intromisión, se apartó de su hermano y, ayudando a 
Megan y Shelma a ponerse en pie, gritó encolerizada: 
—Esas malditas mujeres, Axel. Se abalanzaron sobre nosotras. 
Niall, contemplando la escena divertido a lomos de su semental, se acercó al 
bullicio junto a Lolach. 
—Veo que por aquí las cosas no cambian —bromeó Niall. Pero una mirada 
dura de Axel le indicó que callara. 
Los feriantes se quedaron de piedra al ver al señor de los McDougall 
matándoles con la mirada. Tras él se encontraban El Halcón, Niall y Lolach, 
quienes les observaban muy serios, conteniendo las ganas de reír ante semejante 
cuadro. 
—El muchacho robó y rompió varias vasijas —se defendió el feriante en un tono diferente, mientras aún sujetaba a Zac—. Es más, si le registráis 
encontraréis bajo su camisa algo del botín. 
—¡Soltad a mi hermano! —bramó Megan acercándose con la cara 
enrojecida y arañada—. Soltadle ahora mismo o juro que os mataré. 
La rabia en su mirada y el coraje en sus palabras dejaron sin aliento a los 
guerreros, quienes vieron en Megan a una mujer con mucho carácter. Aquella 
fuerza atrajo aún más la curiosidad de Duncan al reconocer a la morena. 
—Pero ella… —comenzó a decir Fiona señalándola. 
—Cuida tus palabras cuando hables de mi hermana o te las volverás a ver 
conmigo —advirtió Shelma. 
—¡Qué carácter tienen las mujeres de esta tierra! —susurró Niall a Lolach, 
quien nuevamente tuvo que contener la carcajada. 
El feriante soltó a Zac, que corrió a esconderse tras Megan, quien tenía el 
rostro arrebolado. 
—Zac, ¿has robado? —preguntó con su voz ronca Duncan atray endo las 
miradas de todos, mientras bajaba de su oscuro y enorme caballo. 
—Señor —comenzó a decir Shelma intimidada ante El Halcón—, es un niño 
y… 
—Estoy hablando con vuestro hermano —musitó Duncan mirándola. 
« Maldita sea, Zac. Ahora, ¿cómo salimos de ésta?» , pensó Megan al ver que 
aquel enorme guerrero se acercaba a ella. 
Zac continuaba escondido tras su hermana mayor, que por primera vez miró 
a los ojos a aquel highlander sintiendo un extraño ardor en sus entrañas viéndole 
caminar hacia ella. El de ojos duros e implacables era El Halcón, el terrible 
guerrero del que tantas historias macabras habían oído y el que, según Alana, la 
había estado observando. Su figura era imponente e implacable, tanto por altura 
como por la anchura de sus hombros, sobre los que descansaba un brillante pelo 
castaño. 
—¡Zac! Has desobedecido mis órdenes —reprochó Axel, enfadado—. Y eso 
conlleva un castigo. 
—¡No! —gritaron al unísono Megan y Shelma. 
—¡Axel! —gritó Gillian, horrorizada—. Por el amor de Dios. ¡Es un niño! Y 
ellos no aceptaron la oferta de Megan de pagarles lo robado y roto. Sólo se han 
dedicado a humillarlas e insultarlas, y luego… 
—Mañana, Zac —prosiguió Axel indicándole a su hermana que callara—, 
quiero verte en el castillo para hablar sobre tu castigo. 
Niall y Lolach, al escuchar aquello, se miraron. Conocían a Axel y sabían 
que el castigo que impondría al muchacho no iría más allá de ayudar en las 
cocinas del castillo. 
—Zac —lo llamó Duncan agachándose para ponerse a su altura—. Podrías 
salir de las faldas de tu hermana para que pueda hablar contigo como un hombre. 




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