Un ruido en la sala interrumpió el delicioso sueño en el que estaba. Me incorporé asustada, ya que en ese momento estaba sola porque Miranda, mi compañera de vivienda se había ido de viaje por un periodo de tres meses. El ruido continuaba, pasos pesados y puertas abriéndose, por mi cabeza pasó la idea de que había fantasmas, pero luego recordé las palabras de mi padre: “debes tener más miedo de los vivos que de los muertos”, así que enseguida llegué a la conclusión de que no era un fantasma, sino un ladrón, el que me visitaba.
Me vestí tomando un pijama de franela con estampados navideños, y tomé lo primero que consideré, podría ayudarme a defenderme de la amenaza. Abrí con cuidado la puerta de mi recámara y de puntitas avancé, paraguas en mano. Sentí un escalofrío de terror al ver al intruso. Apreté las manos sobre el mango de paraguas, y me acerqué al individuo, que rebuscaba algo en el refrigerador, al verlo, pasó por mi mente el pensamiento de que estaba muy bien vestido para ser un ladrón, pero haciendo honor a la premisa de “primero ataca y luego averigua”, le di con el paraguas en la espalda enfundada en un abrigo negro.
—¡Ay!, pero que te pasa, ¿estás loca? —exclamó el ladrón, pero yo sin perder el tiempo, seguí asestándole paraguazos.
Se dio la vuelta indignado y de forma ágil tomó el paraguas y me lo quitó, entonces no me quedó otra que ponerme a gritar con más fuerza pidiendo ayuda, pensando en que lo mejor hubiera sido llamar al 911 o a la policía, pero ya era tarde para eso.
—¡Calla, mujer! Me estas dejando sordo —dijo el hombre, tapándose las orejas con ambas manos.
—No me mates, no tengo nada de valor —le dije, aterrada.
El hombre soltó una carcajada divertida, después aventó el paraguas a una esquina y caminó a la sala para sentarse, mientras abría una cerveza que había tomado. En ese momento me di cuenta que no era el comportamiento habitual de un ladrón, al verlo bien, tuve una sensación de deja vú. Ya lo había visto en algún lado, porque su cara era de esas que nunca se olvidan completamente. El pelo rubio cenizo le caía en forma graciosa sobre los ojos, y se enroscaba en el cuello de su abrigo y sus ojos verdes chispeaban de burla.
—¿Quién eres y que hacías asaltando mi refrigerador?
—Soy Graham, el hermano de Miranda —dijo el tipo— y tú, debes de ser Casandra. En ese momento me di cuenta de porqué se me hacía tan conocido. Era un reportero famoso que continuamente salía en las redes sociales y en las noticias. Alguna vez le había dicho a Miranda que me lo presentara, pero ella me contestaba, siempre, que su hermano era un alma errante y además un casanova que jamás tomaba ninguna relación en serio.
—Miranda no me dijo que fueras a venir.
—Fue una decisión de último momento. Me han enviado a cubrir los eventos navideños en Vail. Me pagaban una habitación en el resort llamado Vail Valley, pero no le vi el caso, siendo que mi hermana vive aquí. Me gusta mezclarme con la gente local para que mis reportajes sean más humanos.
—¿O sea que pretendes vivir aquí?
—¿Hay algún problema? Cuando Miranda accedió pensé que te había consultado.