"Miranda", mascullé entre dientes.
Seguramente estaba tan emocionada por irse de viaje, que se le había olvidado, o tal vez, pensé, no me dijo nada porque sabía que yo valoraba mucho mi privacidad y de ninguna manera hubiera aceptado semejante plan.
—No, no me dijo nada, y de haberme dicho, no hubiera estado de acuerdo —le dije, molesta.
Graham se levantó para tirar la lata vacía en el bote de basura. En ese momento me di cuenta de lo alto que era porque cuando paso a mi lado me sentí un elfo.
—Qué lástima, cancelé mi habitación y como es temporada alta, dudo mucho que encuentre un lugar donde vivir. No te preocupes, Casandra, no te daré molestias, pasaré la mayor parte del tiempo fuera.
¡Que no me dará molestias!, pensé. El solo hecho de compartir mi espacio personal con un extraño, por muy guapo que este fuera, era en si una gran molestia.
—Pensé que con la fijación que tiene Miranda por la navidad, este lugar parecería la casa de Santa Claus, pero no veo ni un solo adorno —dijo, mientras escudriñaba la pequeña sala de mi departamento.
Me sentí violenta.
—Se fue antes de que empezara la temporada navideña y yo no he tenido tiempo de decorar —le dije, luego me mordí la lengua, que diablos hacía dándole explicaciones a un extraño.
—¿Puedes mostrarme donde está su recamara?, vengo cansado, viajé desde Europa y el jet Lag está haciendo estragos en mí.
—No pienses que te quedarás aquí. Buscaré una habitación en un hotel, así que no te vayas poniendo cómodo, —le dije, mientras le mostraba la recamara de Miranda.
Graham me vio, sonriendo a todo lo que daba, luego asintió.
—Siempre duermo sin ropa, ¿te vas a quedar a mirar? —dijo, mientras se empezaba a desvestir.
Cerré la puerta con fuerza y me fui muy enojada al baño. Al verme en el espejo, me di cuenta del motivo de su risa burlona, no parecía un elfo, parecía una bruja. Recordé que había llegado tan cansada del trabajo, que no me había tomado la molestia de desmaquillarme y mi cabello, que siempre se frisaba por el frío, estaba más ingobernable que nunca. Lo que me faltaba. Cerré mi recamara con llave y después tomé una ducha para despejarme. Por el momento no me quedaba de otra más que aguantar a ese extraño durmiendo en la habitación contigua, pero en cuanto pudiera, le conseguiría alojamiento en otro lado. No lo quería viviendo conmigo, sería algo demasiado incómodo.
Dos horas después, enfundada en tantas capas de ropa que parecía un bulto andante, me dirigí a pasó rápido a mi trabajo, un pequeño restaurante del cual yo era copropietaria con Rosemary, una mujer entrada en años que me adoraba como su yo fuera su hija.
—Mi niña, ahora si llegaste muy temprano, apenas son las doce, tu turno empieza hasta dentro de cuatro horas —me dijo Rosemary, y mientras me deshacía del abrigo, bufanda guantes, chamarra, gorro, y botas para la nieve, le empecé a platicar mi odisea.
Rosemary solo se carcajeaba y me decía que si ella tuviera mi edad y un hombre hermoso llegara a su casa sin invitación, lo amarraría al sótano y no lo dejaría salir nunca.
—Te escuché —le reclamó Peter, su esposo, que estaba colocando las luces navideñas en la fachada.
—Hablando de eso, Peter, ¿crees que puedas conseguirme una habitación disponible en el resort de Vail Valley?, sé que es algo precipitado, me urge que mi compañero de casa se vaya de la misma.
—Imposible.
—¿Crees que haya alguna habitación en algún otro hotel o posada? ¿Airbnb?
—No creo, en todo el pueblo no hay lugar ni para un alfiler, recuerda que empieza la competencia de esquíes, y mucha gente ha venido a eso, más el espectáculo de luces que es tan famoso, todo está ocupado o reservado, creo que tendrás a alojar a tu huésped no deseado hasta que decida irse.
—Maldita Miranda —mascullé entre dientes—. Gracias, Peter, pero si por algún milagro navideño llegases a saber de algún lugar, por favor, avísame —le supliqué.