El día pasó rápido, el lugar siempre estaba lleno de gente, ya que era famoso por la sidra especiada y los bollos navideños que preparábamos, así como por la decoración que era parte de la propaganda que usábamos, convirtiéndose a través del tiempo, en una parada obligada de los residentes de Vail, y de cualquier forastero que visitara el pueblo. Por la noche, cuando por fin regresé a mi departamento, ya me había olvidado de Graham, por lo que, al entrar, me sorprendí encontrarlo en la cocina, como si hubiera vivido conmigo siempre.
—Bienvenida a nuestro hogar —dijo, sonriendo—, espero que ya estés más tranquila, para mi seguridad escondí todos los paraguas que encontré en el departamento. He preparado un poco de sopa caliente, ¿quieres cenar?
El olor me hizo agua a boca, pero enojada le dije que no y me encerré en mi recamara. No me sentía cómoda, generalmente me gustaba ponerme mi ropa más caliente, que siempre era la más raída, y tomarme un chocolate caliente con bombones mientras ponía una película y descansaba mis pies, ahora con ese desconocido ahí me sentía prisionera en mi propia casa, sin embargo, después de pensarlo bien, me regañé por pretender cambiar mis hábitos de vestimenta, saqué mi ropa de indigente invernal y me cambié.
Unos toquidos leves hicieron que pegara un salto, abrí la puerta y lo primero que vi fue un brazo que sostenía una taza de chocolate caliente con bombones.
—Miranda me puso al tanto de tu pasión por el chocolate caliente. Te he preparado una taza.
No pude rechazarla, salí de mi recamara, porque me sentí como una idiota comportándome de forma tan grosera. Graham al verme solo enarcó las cejas, pero no dijo nada, y es que, a su lado, a pesar de que él hombre vestía ropa informal (un suéter, jeans y botas) se veía como si fuera a participar en una sesión de modelaje de ropa para invierno. Yo a su lado seguramente me veía zarrapastrosa, pero luego me encogí de hombros, me importaba aun soberano cacahuate la opinión que tuviera de mí. Después de todo, el que estaba de mas era él, no yo.
—Gracias —le dije.
Tomé la taza, le di un sorbo y estaba delicioso.
—Vaya, está muy rico —exclamé, sin pensar, luego me dirigí al sofá y me acomodé como lo haría si estuviera sola, encendiendo la televisión para ver algo en Netflix.
—Gracias, soy famoso por mis chocolates con bombones —dijo, sonriendo. No supe si se burlaba de mi o era verdad.
Tomó otra taza y se sentó en el sofá contiguo.
—Mañana tengo que empezar con mi documental, ¿Qué lugares me sugieres visitar? Por supuesto que tu pequeño restaurante está dentro de la lista, o Miranda me retorcerá el pescuezo si no lo incluyo
Me quedé pensando en que en días anteriores al viaje de Miranda me había quejado con ella que cada vez había menos visitantes en nuestro pequeño negocio, ya que se decantaban por los lugares más lujosos con los que contaba el resort, y entendí que esa había sido la razón por la que, en un intento de ayudarme, mi querida amiga había invitado a su hermano a hospedarse en nuestro departamento. Miranda y sus ideas locas.
—Te agradezco —le contesté, ya más apaciguada. Sus documentales eran famosos, y aunque no quisiera reconocerlo, los había visto todos, el no solo se limitaba a exponer los hechos y mostrar los paisajes, siempre les daba un toque de sensibilidad que de alguna forma lograban transportar al televidente al lugar y sentirse parte del mismo.
—¿Y bien? —dijo Graham.
—¿Y bien, que? —no le entendí a su pregunta.
—¿Encontraste un lugar al cual puedo mudarme por el siguiente mes?
—Para mí desgracia, no, pero estás en lista de espera. ¿Seguro que si reclamas la habitación que te habían asignado en el resort, no te la devolverán?
—Es seguro, hablé hace rato y no hay forma. Mira Cassy, de verdad esto no solo es incómodo para ti, también para mí lo es, no me gusta estar en un lugar donde no soy bienvenido, pensé que tú ya sabías y estabas de acuerdo, de otra forma jamás me hubiera atrevido a invadir tu espacio personal.
Se veía realmente apenado, así que en ese momento me sentí como una bruja histérica e intolerante.
—Hagamos algo —le dije conciliadora—, si no te inmiscuyes con mi vida, no tendré problema en darte asilo, y si en algún momento encuentras un lugar a donde mudarte, prométeme que lo harás.
—Palabra de Boy Scout —me dijo, sonriendo, levantado una mano a modo de promesa. Mientras hizo eso, un mechón de cabello se deslizó por su frente hasta taparle parte de sus ojos, y yo tuve el loco impulso de retirárselo. Apreté la mano para no cometer una estupidez, y me aferré a mi taza de chocolate como si en eso se me fuera la vida.