Deseo de Navidad

EL RITUAL

El pueblo poco a poco se iba transformando en un lugar en el cual San Nicolás viviría contento. Yo siempre había pensado que en la navidad las personas eran más felices, también que gastaban más, pero nuestro pequeño restaurante apenas si sobrevivía, a pesar de que estábamos en temporada alta de ventas. Rosemary y yo no sabíamos que hacer para levantarlo.

 

Con el correr de los días, me fui acostumbrando a la presencia de Graham, él era mejor rumie que Miranda, contrario a lo que se pensaría, el departamento nunca había estado más ordenado y limpio. La primera semana no lo vi más que por las noches, en las que compartíamos una taza de chocolate y veíamos una película o el capítulo de una serie, diría que casi se había vuelto un ritual. Pero esa noche, sacó su lap top, se acomodó en el escritorio que Miranda usaba para trabajar y se puso a teclear como un loco. Me dio curiosidad y me acerqué a ver que hacía.

 

—¿Escribes una novela? —le pregunté, sorprendida.

 

—En realidad no. Estoy documentando mis vivencias, porque quiero que, más adelante, se conviertan en un libro, me gustaría ilustrarlo con fotografías de los lugares a los que he visitado. Es algo así como una bitácora. Ya he visto muchas cosas del lugar, debo apuntarlas o me olvidaré de ellas.

 

—Esa es una idea genial, si algún día lo publicas, apártame uno.

 

Graham sonrió y me volteó a ver.

 

—No solo te apartaré uno, estarás en mis agradecimientos —dijo.

 

Sin poderlo evitar, sentí que compartimos “un momento”, carraspeé y me di la vuelta para alejarme, un movimiento reflejo que practicaba mucho cuando un hombre me gustaba de más. Jamás me pondría en la posición que hizo de mí una idiota en el pasado.

 

—¿Dije algo malo? —me cuestionó Graham, pero solo negué con la cabeza.

 

Al ver mi gesto, se encogió de hombros y continuó tecleando. Me dormí arrullada por ese sonido, a la mañana siguiente, cuando me desperté ya se había ido, pero me sorprendí al ver que se había tomado la molestia de prepararme un desayuno, el cual dejó en la mesa, acompañado de una nota: “Nunca volvimos a hablar de eso, pero te agradezco que me hayas dejado vivir contigo” G.

 

Su letra era prolija y elegante, como todo en él, pensé y después me di de cachetadas mentales, Graham y yo no habíamos compartido más de diez palabras y yo ya le había puesto etiquetas, capaz que el tipo resultaba un psicópata.

 

Era temprano, así que me di a la tarea de empezar la decoración del pequeño departamento, cuando Graham llegó, me encontró arriba de una escalera, intentando colocar una guía navideña.

 

—Aún te falta el arbolito —dijo, sonriente.

 

—Miranda era quien se encargaba de eso, ahora me siento un poco perdida —suspiré.

 

Miranda era decoradora profesional y trabajaba en el resort, en sus tiempos libres hacía trabajos propios, principalmente en épocas navideñas.

 

—Escoger el árbol era el ritual preferido de mis padres —dijo Graham—, Miranda adora esa tradición que llegó a su fin cuando ellos murieron. No me molestaría conseguirte un árbol, si me dices donde puedo comprarlo.

 

Solté la carcajada, me sentía divertida, no era mi intensión burlarme de él, pero Graham no lo tomó así, frunció el ceño.

 

—Discúlpame, me dio risa, es algo tonto, pero aquí acostumbramos a ir a cortar nuestro propio árbol, para estas fechas seguramente encontraremos uno horrible, por eso Miranda se volvía loca apenas empezaba diciembre, le gustaba ser de las primeras en escoger.

 

—Entiendo. Bueno te acompaño a cortarlo, después de todo, por ahora vivo aquí.

 

No me imaginaba a ese hombre citadino con una sierra en mano, talando un pino, pero acepté en ir al día siguiente, mi día de descanso.

 

Ya se me había hecho tarde, dejando todo como estaba, salí corriendo hacia mi restaurante. Cuando regresé, con asombro vi que el departamento estaba bellamente decorado. Graham había encendido la chimenea y sobre ella había adornos que no reconocí como míos, que le daban al lugar, aparte de un toque festivo, uno muy elegante. Me sentí en una película navideña de Netflix. En la mesita estaba mi taza de chocolate y una nota que decía “tuve que ir a un compromiso al resort, probablemente no te vea hoy, pero mañana tenemos una cita con un árbol y una sierra”, sin querer sonreí. A la hora de irme a dormir, me di cuenta de lo mucho que me había habituado a su presencia. Tuve que reconocer que lo extrañaba.




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