Deseo de Navidad

CONFESIONES

No supe a qué hora llegó, pero a la mañana siguiente, cuando salí de mi recámara ya estaba tomando un café, mientras tecleaba en su computadora como un poseído. En cuanto me vio, sonrió.

—¿Lista?

—Solo tomó café y me pongo algo abrigado, sin embargo, primero tenemos que pasar por mi restaurante. Es mi día libre, pero me gustaría que desayunáramos ahí. Si encontramos mucha gente puede tomarnos mucho tiempo y energía encontrar un árbol —le contesté, mientras me servía una taza de la humeante y aromática bebida.

Después de media hora, ya estábamos camino. Al llegar Rosemary nos recibió con una cálida sonrisa, hice las presentaciones pertinentes y mientras ella platicaba con Graham, fui a preparar el desayuno para ambos. El lugar se veía acogedor y bonito, pero desierto. Después de un rato en la cocina, dejé todo listo y le indiqué al mesero que nos sirviera.

Graham alabó mi desayuno, el cual engulló como si nunca hubiera comido nada.

—Ya que estamos aquí, platícame la historia de este lugar. ¿Cómo es que, siendo tan joven, ya eres copropietaria del mismo? Es precioso.

—Mis padres fueron los fundadores de Bailys. Era el lugar de encuentro del pueblo, recuerdo que cuando era pequeña, siempre estaba a rebosar. Cuando se abrió el resort, las ventas disminuyeron mucho, pero aun así tenían clientes muy leales que lo convertían en un negocio muy rentable. Después, mi padre falleció en un accidente. Fue una época muy dura y triste, yo apenas tenía diecisiete años, fue en ese entonces que mi madre y yo nos asociamos con Rosemary. Tuve que renunciar a mi puesto en la universidad y decidí quedarme para apoyar a mi madre. Al año enfermó de cáncer y un año después murió. Desde entonces solo somos Rosemary y yo.

—Vaya, has tenido una vida muy dura. ¿No te arrepientes?

—No, mis padres lo eran todo para mí. Cuando ellos murieron mi vida cambió por completo, tuve que vender la casa en la que vivíamos, y me mude al departamento, el resto del dinero lo invertí en el restaurante. Pero ya basta de hablar de mi ¿Qué me cuenta de ti?

Graham se encogió de hombros, pero no dijo nada más, entendí que no quería hablar de su vida.

—Vámonos ya o nos cogerá la nevada y es peligroso —le dije, para disimular el momento incómodo.

Nos despedimos y emprendimos camino hacia la montaña. Cuando llegamos ya pasaban de las doce del día, el lugar estaba desierto, no me sorprendió, la mayoría de la gente cortaba el arbolito apenas iniciaba el mes de diciembre, mientras todo el mundo adornaba el árbol en vísperas de navidad, aquí en Vail lo solíamos poner al iniciar el mes. Guie a Graham entre los árboles, mientras íbamos viendo uno y otro.

—Este es el indicado —le dije, sonriendo al ver a un solitario y pequeño pino que tenía una bonita forma.

—¿Ese escogería mi hermana?

—Por supuesto que no, ella escogería uno mucho más grande, pero a mí me gusta este.

—Ya me lo parecía. Está bien, apártate —dijo Graham, echando a andar la sierra, me di cuenta que la manejaba como un experto.

—Vaya —exclamé sorprendida.

—Dale gracias a Miranda, nos obligaba a ir cortar el árbol —dijo Graham.

Media hora después ya estábamos camino a casa, al llegar la nieve caía con profusión y había oscurecido. Llegamos con los pies y las manos congeladas, pero Graham se apresuró a prender la chimenea eléctrica. Nos cambiamos la ropa por algo seco. Después de tomar un chocolate caliente, nos pusimos manos a la obra.

—Cada adorno tiene un significado y un recuerdo. Algunos son herencia de mis abuelos, otros de mis padres y estos son de Miranda. Nuestro árbol siempre es un conjunto de nostalgia, amor y buenos recuerdos. Ahora también tendrá algún recuerdo tuyo que perdurará en las próximas navidades —le dije, sonriendo.

Graham solo me miró, pero no sonrió.

—¿Te digo un secreto? Yo no celebré la navidad hasta que llegué a vivir con mis padres.

—¿Perdona?

—Pensé que sabías. Miranda y yo somos hermanos adoptivos.

—Lo siento, Graham, no tenía idea. Ella se expresa de ti como si te conociera de toda la vida.

—Es que así es. Quedé huérfano a los ocho años, hasta los catorce años estuve brincando de lugar en lugar, nadie me quería y yo no quería a nadie. Reconozco que no hacía nada más que causar problemas. Pienso que si los Robinson no me hubieran acogido ahora mismo estaría preso o muerto porque estaba en vías de convertirme en un delincuente juvenil cuando llegué a vivir con ellos. Miranda tenía tres años apenas, pero en cuanto me vio, me adoptó como su hermano mayor, recuerdo que me seguía a todos lados como un pequeño cachorro desvalido, siempre con un biberón en la boca y una manta bajo el brazo. Al inicio quise repetir el patrón que de forma inconsciente alejaba de mi a las personas que solo pretendían cuidarme, pero esa pequeña se robó mi corazón y no pude más que amarla. Al año siguiente, mi regalo de Santa Claus fueron mis papeles de adopción. Miranda y sus padres, con su amor, me cambiaron la vida. Apenas tenía catorce años, pero mi alma había envejecido producto del dolor y los malos tratos, sin embargo, creo que mi pasado me marcó para siempre, por eso no me gusta establecer lazos emocionales con nadie, no me gusta permanecer en un lugar mucho tiempo y no tengo alguna relación que dure más de tres meses. Miranda piensa que soy un casanova, cuando en realidad me definiría como un paralítico emocional. Me da miedo establecerme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.