Con la esperanza de que regresara, como en todas esas películas navideñas que habíamos visto durante el mes, me quedé esperando, aguantando las lágrimas, pero el tiempo pasó y me vi sola, abandonada, triste. Intentando no derrumbarme, salí a Bailys para cumplir con mi jornada laboral, fingiendo que nada había pasado, diciéndole a mi cabeza que las cosas por fin volvían a ser como antes, pero el corazón me traicionaba, cada que escuchaba la puerta del restaurante abrirse, el pobre daba un vuelco, y yo volteaba a ver en automático, esperando que la persona que acababa de entrar fuera él. Vana esperanza.
—¿Si se fue Graham? —me preguntó Rosemary, al ver mi actitud vigilante.
—Se fue hoy en la mañana —le contesté, a ella no podía engañarla, las lágrimas empezaron a fluir.
Rosemary me abrazó con fuerza.
—Intenté no enamorarme, te juro que lo intenté, pero he fracasado —le dije, mientras abrazada a ella, sollozaba.
—Lo sé, yo pensé que él también se estaba enamorando de ti, los ojos nunca mienten, y te miraba de una forma tan especial.
—No creo que se enamorara de mí, y aunque lo hiciera, Graham le teme al compromiso, no regresará, para él lo nuestro ya quedó en el pasado. Me siento terrible. No debí embarcarme en esta aventura, ha sido lo más tonto que he hecho en la vida. Debí protegerme, debí hacerle caso a Miranda.
—Amar no es tonto, aun cuando no sea correspondido, aunque el resultado duela, a pesar de todo eso, amar siempre es la opción correcta. Yo estaba preocupada que te estuvieras secando del corazón, es mejor sufrir por un amor, que estar estática, viendo la vida pasar desde tu ventana, sin participar en ella. Desde que murieron tus padres así ha sido. Tal vez el milagro navideño fue ese, descongelar tu corazón. Tal vez solo ese fue el propósito al conocer a Graham —dijo Rosemary, abrazándome con fuerza.
—Preferiría seguir con un tempano de hielo por corazón que sentir esto que siento ahora —protesté—, porque me duele demasiado.
Rosemary no se fue ese día, se quedó a hacerme compañía hasta que cerramos el restaurante. Cuando regresé a mi departamento me sentí más sola que nunca, y ahí sí que me derrumbé, no cené, ni siquiera me cambié de ropa, así como estaba me tiré en la cama, en nuestra cama cuyas almohadas aún conservaban su olor y lloré como jamás lo había hecho, tal vez, como cuando mis padres murieron. Lloré hasta quedar seca, hasta quedarme dormida, tiritando de frio y dolor. Soñé con él, que todavía estaba conmigo, que éramos felices en nuestra pequeña burbuja privada, soñé que me amaba, soñé que teníamos una vida.
Cuando desperté y sentí el frio de su ausencia, nuevamente me derrumbé. No sabía de donde me salían tantas lágrimas, pero parecía que no tenían fin. Le hablé a Rosemary y le dije que estaba enferma, supongo que no me creyó, pero tampoco cuestiono nada. Apenas llevaba 24 horas de que se había ido, ¿Cómo podría pasar el resto de mi vida sin él?
A pasos lentos, fui a la cocina para comer algo y después tomé una ducha. Una vez que mi cabello se secó, volví a acostarme. Estaba de duelo, tenía que sacar el dolor de mi sistema o no podría funcionar. Debía hacer hasta lo imposible por sanar mi corazón, después de todo, no había razón para que estuviera así, Graham ni siquiera me había rechazado o lastimado, simplemente cumplió con nuestro trato: nada de compromisos, nada de palabras melosas, nada de amor, pero mi corazón no entendía de tratos, mi corazón lo quería conmigo, mi corazón estaba triste porque su deseo de navidad no se había cumplido.
La noche cayó y me encontró en mi cama. Sin ganas de hacer nada, solo me puse el pijama y me volví a acostar. La electricidad se fue en algún momento de la noche y el frio me despertó. Tiritando fui a buscar más cobertores para cubrirme, esta vez no estaba Graham y su cuerpo tibio, solo estaba yo, en una cama helada, el pensar eso me derrumbó otra vez y comencé a llorar de nueva cuenta.
—Ya, pequeño elfo. No llores —escuché la voz de Graham, que me hablaba en sueños.
“Ahora sí, Cassy, de tanto extrañarlo te has vuelto loca”, murmuré, regañándome.
—Cassy, no es un sueño, abre los ojos —escuché de nuevo, pero no quería despertar y enfrentarme a la dura realidad, por lo que apreté los ojos y no hice caso a la voz. Unos brazos cálidos me rodearon y una boca suave cubrió mi boca en un beso apasionado. “Vaya”, murmuré, “este sueño es muy real, ojalá y nunca termine”.
—Abre los ojos Cassy. Estoy aquí, no estas soñando —dijo Graham. Abrí los ojos y su hermosa cara sonriente estaba a unos centímetros de la mía.
—¡Graham! De verdad estas aquí, no estoy soñando —le dije, abrazándome fuerte a su cuerpo.
—Mi amor. Ya sé que dijimos que, sin compromisos, pero vengo decidido a conquistar tu corazón, porque en cuanto me llegué a Nueva York me di cuenta que mi lugar no era allá, lejos de ti. Mi lugar está aquí, contigo.
No podía creer lo que estaba escuchando. Estaba segura que seguía soñando, era demasiado bueno para ser verdad. Me llegó el pensamiento, de que en sueños puedes pellizcarte y no sentir dolor, así que decidí corroborarlo. Pellizqué mi brazo con toda la fuerza de la que fui capaz y me dolió como un piquete de abeja.
—Ay, ayayayayayayayyyyy, duele, duele.
—¿Qué haces? —preguntó él, sorprendido.