Deseo prohibido

1

El silencio de la madrugada se rompió no por el estridente canto del despertador, sino por el suave murmullo de su madre. Eran las seis y media, y el tiempo, un río incesante, ya fluía con prisa. Camille, una morena de piel aceitunada y ojos tan azules como los zafiros más profundos, se desperezó con una modorra que se aferraba a sus párpados, un velo pesado que prometía un día incierto. Hoy, cada paso, cada gesto, exigía una precisión que su cuerpo aún no estaba dispuesto a ofrecer.

Se deslizó fuera de la cama, sus movimientos lentos, casi renuentes. Elige ropa informal, prendas que le permitieran moverse con libertad por los pasillos laberínticos de la universidad, un campus que, a pesar de sus virtudes, seguía siendo un escenario más en la eterna obra de sus mudanzas.

Frente al espejo, su reflejo la devolvió una imagen de veinte años, con la melena oscura cayendo en cascadas de rizos en las puntas y unos ojos que, a pesar de su belleza, siempre había detestado. En ellos, y en su mirada, se anidaba un dolor ancestral, una tristeza que jamás había logrado comprender del todo.

El ritual matutino se desarrolló en un silencio casi monacal: el baño, el agua fría sobre su rostro, el cepillo que domesticaba su sonrisa, la plancha que estilizaba su cabello. Cada acción era un paso más en la construcción de la fachada de perfección que exigía el día. Bajó las escaleras, el aroma embriagador del café y las tostadas flotando en el aire, pero su mente ya estaba lejos, atrapada en los fantasmas de su pasado.

La universidad, para Camille, era un refugio, un oasis de novedad y diversión en la aridez de su existencia. Era un lugar donde la mente podía volar libre, pero incluso allí, la sombra de su pasado la perseguía. Las mudanzas repentinas, dictadas por los caprichos del oscuro negocio de su padre, le habían robado la posibilidad de forjar amistades duraderas. Los lazos afectivos, para ella, eran hilos frágiles, listos para romperse con la misma facilidad con la que se empacaban las cajas.

Afortunadamente, hacía tres años que la danza de las mudanzas se había estancado. Quizás su padre, el mafioso más temido de Argentina, había encontrado una forma más estable de operar. Camille anhelaba que no fuera nada turbio, aunque la presencia constante de hombres de aspecto sombrío y miradas esquivas en su hogar era un recordatorio constante de la verdad. Siempre los había catalogado como "amigos del trabajo" de su padre, pero él nunca había revelado la naturaleza de su empleo. ¿Cómo podía sentar a su hija a la mesa y decir: "Soy un mafioso, cariño". La idea era tan absurda como aterradora.

Su padre no era el arquetipo paterno que se veía en las películas o en la vida de sus compañeros. Era un enigma, una figura envuelta en un aura de peligro que la asustaba y a la vez la intrigaba. Cada reunión con esos hombres de sombras creaba una atmósfera cargada de secretos y mentiras, una densa niebla que lo envolvía todo. Aunque intentaba convencerse de que su imaginación la traicionaba, una voz interna, un susurro gélido, le advertía que algo siniestro se ocultaba tras la fachada de normalidad que se esforzaban por mantener.

Ignorar esos pensamientos perturbadores era su mecanismo de defensa, un muro que construía para protegerse de la locura. A veces, sin embargo, se permitía coquetear con la idea de la demencia, un abismo tentador que la atraía con una fuerza gravitacional. Y esa era, quizás, su mayor angustia: la punzante certeza de que ya estaba al borde de ese precipicio.

En la pantalla apagada de la laptop de su padre, su reflejo se distorsionó. Veía a una chica de veinte años, con el cabello moreno cayendo en bucles rebeldes sobre los hombros, unos ojos azules que siempre había odiado y una tristeza que la acompañaba como una sombra perpetua. Jamás había logrado descifrar el laberinto de su propia mente, la madeja de emociones y pensamientos que la habitaban, hasta que todo comenzó. Ahora, se enfrentaba a un futuro desconocido, sin tener la menor idea de los horrores que se cernían sobre ella.

—Primer día de universidad y llegas tarde, Camille —la voz grave de su padre la sobresaltó, arrancándola de sus pensamientos.

Sus ojos, fijados en la pantalla de la computadora, no se apartaron del texto codificado que descifraba.

Era cierto. La puntualidad nunca había sido su fuerte, y hoy no era la excepción. La palabra "tarde" resonaba en su cabeza como un eco, un presagio de los acontecimientos que se avecinaban.

—Apúrate a desayunar porque no te llevo, yo también estoy llegando tarde al trabajo —dijo su madre, revisando el contenido de su cartera con una meticulosidad casi obsesiva.

La tensión se palpaba en el aire de la cocina, un espacio clásico y sorprendentemente normal. Nada de ostentación, nada que delatara la identidad de su ocupante. ¿Dónde ocultaba el dinero ese hombre? ¿Qué hacía con la fortuna que amasaba en las sombras? La normalidad de la casa, su aparente inocencia, era casi tan inquietante como los propios rumores.

Camille alzó una ceja, incrédula.

—¿Trabajo? —preguntó, clavando sus ojos en los de su madre, buscando una respuesta que la librara de su confusión.

La joven no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Cómo que su madre tenía un empleo? Esa mujer de cuarenta años, con su cabello rubio impecable y sus ojos azules, no podía haber conseguido un trabajo. Era impensable. ¿Era eso posible en Argentina, para una mujer de su edad y sin estudios? Si su padre hubiera conseguido un empleo, la sorpresa no habría sido tan grande. Los hombres siempre tenían más facilidades en el mercado laboral, especialmente si eran "fuertes", como se decía.

Esa mañana, todo le resultaba ajeno a Camille. La normalidad de la casa, las palabras de su madre, incluso el sueño que la había atormentado durante la noche, todo se mezclaba en una sinfonía de lo extraño.

Su padre soltó una risita, una exhalación de aire que apenas rompió el silencio. Finalmente, apartó la mirada de la pantalla para observar a su esposa con una mezcla de ironía y resignación.



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En el texto hay: traicion, mafia, venganza

Editado: 30.05.2025

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