Camille llegó a la puerta de la casa de su amiga, el corazón latiéndole con una mezcla de anticipación y una inquietud latente. Tocó el timbre sin dudar, y fue Juan quien abrió, una sonrisa amplia y genuina iluminando su rostro. Ella le devolvió el gesto casi del mismo modo, pero un pequeño secreto, aún desconocido para ella misma, se ocultaba tras sus ojos.
Juan, dos años mayor que las chicas, irradiaba una felicidad contagiosa, su sonrisa perenne le daba un aura de despreocupación. Sus ojos esmeralda y su cabello rubio como el sol, hacían de él la imagen misma de una persona con un círculo inmenso de amigos.
—Hola, Cam —dijo, dándole un beso en la mejilla a modo de saludo, y se hizo a un lado, invitándola a pasar—. Pasá, tranqui.
Camille consideró la posibilidad de salir corriendo y regresar a la seguridad de su hogar, pero la idea se disipó tan rápido como surgió. Entró en la casa, y sus ojos se posaron de inmediato en Rodrigo, sentado en el sillón, absorto en la lectura de un libro en una de las plataformas literarias más populares del momento. La escena le resultó peculiarmente divertida, pero las imágenes del tiroteo irrumpieron en su mente, congelando cualquier comentario que pudiera haber hecho. Decidió guardar silencio, concentrándose únicamente en la invitación de su amiga.
¿Por qué se comportaba como una niña de trece años? Ni siquiera ella tenía una respuesta. Solo sabía que una preocupación, un presentimiento, la carcomía. Raquel le había enviado un mensaje con la clave de emergencia, pero para Camille, no había ninguna emergencia en su casa. A menos que Rodrigo fuera esa emergencia. Por supuesto, la joven nunca imaginó que un chico pudiera ser la emergencia que su amiga había anunciado, pero no podía meterse en la cabeza de Raquel para descifrar sus pensamientos.
Camille dejó de maquinar ideas fraudulentas y se sumergió en un breve silencio, el tiempo justo para regresar a la realidad y aventurarse en la búsqueda de su amiga. ¿Qué otra cosa se suponía que debía hacer? No tenía idea, solo creyó que lo mejor era hacer la pregunta del millón y esperar que Juan supiera la respuesta y no inventara nada para asustarla. ¿Por qué creía que el hermano de su amiga querría asustarla con alguna tontería? Ya le había ocurrido eso en otro momento, un recuerdo incómodo.
Lo que Camille no sabía era que Juan era medio hermano de Rodrigo, y que el pelinegro estuviera ahí era cosa normal. Sin embargo, otra que tampoco lo sabía era Raquel. Aquello era un secreto familiar muy bien guardado.
Soltó un suspiro sonoro que atrajo la atención de Juan, quien la miró con curiosidad. Ella le devolvió la mirada, sus ojos un espejo de la suya. Una de las cejas de él se alzó a la velocidad de la luz, pero bajó al darse cuenta de que no estaban solos y que Rodrigo estaba tranquilamente en la sala. La escena resultó peculiar para ambos, tanto que solo sonrieron y decidieron caminar al living. Camille no le dirigió la palabra a Rodrigo, y él tampoco. Una tensión silenciosa flotaba entre ellos.
—¿Dónde está Raquel? —preguntó la joven con un tono lúcido y ordenado, intentando sonar natural.
El silencio creció en la sala, denso y cargado de expectación, hasta que Juan respondió con tranquilidad:
—Arriba. Si querés, entrá.
Camille simplemente asintió con una pequeña sonrisa y comenzó a subir las escaleras, cada escalón un paso hacia lo desconocido. Al terminar, ya estaba en la planta superior. Su mirada se detuvo en la amplitud del lugar: el pasillo adornado con pequeñas estatuas, cinco puertas que prometían secretos, y la pregunta "¿cuál era la habitación de su amiga?". Su corazonada la llevó a abrir la puerta del medio, pero se encontró con un gran cuarto lleno de cuadros importados, las paredes blancas y una cama enorme en medio de la habitación. Se asomó para ver un poco más y descubrió que esa pieza tenía un baño privado, un gigante armario y otra puerta. Tragó saliva sonoramente y estiró su brazo para alcanzar el picaporte. Al hacerlo, no dudó y abrió la puerta, encontrándose con una oficina, un espacio que parecía contener historias ocultas. Cerró la puerta y salió de esa habitación, sabiendo que no era la de su amiga. Después, miró a la puerta que estaba cerca del baño y pensó que esa podría ser. Caminó decidida y abrió, lo que sus ojos se encontraron la hizo cerrar y negar: era la habitación de Juan, un santuario masculino. Golpeó la puerta de la siguiente habitación y entró. Sus amigas la miraron con diversión, pero Camille no pudo observar minuciosamente todo lo que había en el cuarto, solo lo más notable: paredes verde lima, cuadros de cantantes, estantes con libros de todo tipo, tres puertas y una cama grande con la cubierta de un oso panda y un bambú.
—Chicas —dijo, y se dejó caer en la cama con un suspiro.
De inmediato, Camille pensó que le gustaría tener una casa como la de su amiga, pero luego supo que para conseguir todo eso debía trabajar muy duro y que solo sabía una cosa: tratar a las personas, ayudarlas y darles esperanza. Era una vocación que aún no había explorado por completo, un camino incierto.
—¿Sigue abajo? —preguntó Raquel, con una punzada de curiosidad en su voz.
Raquel llevaba el cabello recogido en una coleta alta, un top cómodo y un short negro. Mientras que Lucía tenía un vestido floreado, corto hasta las rodillas, con sandalias; el cabello planchado y adornado con dos narcisos, una imagen de frescura y despreocupación.
—¿Quién? —cuestionó Cam, fingiendo inocencia.
—Rodrigo… tarada —murmuró Lucía, su voz un murmullo de complicidad.
—Ah, sí, sí —respondió Camille, sus ojos fijos en sus amigas, que la miraron con cara de pocos amigos—. ¿Por qué?
La pregunta no fue respondida por ninguna de las dos chicas, pero una de ellas decidió cambiar por completo el tema de conversación para volverlo un poco más casual. Al parecer, las amigas de Cami solo pensaban en hacer algo para lograr que ella y Rodrigo se volvieran una pareja oficial. ¿Pero cuál era la razón de ese acto? Ninguna de las dos chicas había conocido a un novio de Camille, así que no sabían de lo que ella era capaz de hacer. Solo creían que un poco de diversión sería divertido para pasar el tiempo. ¿Lo era? Quizás, pero Raquel y Lucía no conocían la mente aventurera de su amiga; ninguna de ellas la conocía como para saber lo que Camille podría pensar o lo que su destino le deparaba.