Las clases eran la parte más divertida de toda la semana, para Camille, ese momento era todo lo que ella necesitaba para canalizar todo en su escritura. Allí era real no tenía que mentir ni hacer tonterías, ya que nadie le creería de todos modos, así que solo dejó que las ideas y palabras fluyeran en las páginas del documento Word. Cada una de sus oraciones era todo lo que ella hubiera querido decir en voz alta. Estaba escribiendo muy contenta cuando escuchó el sonido del recreo, así que se puso de pie, cargando su laptop para llevarla al patio y sentarse en una de las sillas libres y volvió a ponerse en marcha.
¿Qué se supone que deba decir cuando alguien me pregunte quién soy? ¿Acaso debo aceptar que soy la hija de un mafioso? Quizás, ¿por qué debería tener vergüenza?
El problema aquí no es ese, sino que cuando me pregunto yo ¿quién soy? No sé la respuesta, al menos, no la que quisiera dar. Me gustaría decir que soy una estudiante con un futuro brillante, pero estaría mintiendo, ya que ni siquiera sé si pueda terminar con la carrera.
Muchas personas creen que soy pesimista y no lo niego. Es complicado cuando todos te ocultan la verdad y tú tienes que actuar como si no supieras nada. Eso es lo que hago todos los días y cuando veo la cara de mi padre. Él no sabe que yo sé todo; sí, todo es muy complicado, pero hay que seguir adelante. Así es la vida... Al menos, la mía.
¿Quién soy? Camille García.
Camille se dio cuenta de que todo había terminado y que era hora de regresar a su casa. Los chicos habían decidido no ir hoy, en realidad, ellos no habían tenido clase ese día.
Llegó a su casa a las dos de la tarde y estaba su papá hablando por teléfono, le escuchó entrar y asomó la cabeza y le hizo seña de que vaya para donde estaba él. Era un momento bonito, pero para ella era una tortura porque le dolían las mentiras.
—Mañana vienen ¡Ya! para acá, la tienen que llevar al colegio, así que estén temprano —dijo eso y cortó.
Camille lo miró con el ceño fruncido, no comprendía lo que estaba sucediendo. Lo menos que pensó fue en lo que sucedía, ella solo observó con una dulce sonrisa que ocultaba todo el dolor que sentía, una máscara para evitar el dolor.
El señor García se sentó en uno de los sillones, estaba listo para emitir una pequeña charla o, al menos, algo que saliera de sus labios.
—Mañana vienen los guardaespaldas.
Ese era un hecho.
Esos hombres siempre estarían atentos a la familia de él, ya que era necesario después de los problemas que había con el Señor. Por supuesto, la idea de todo eso no era bonita para ella, ya que no podría hacer nada sin que su padre se enterase y eso, para ella, era humillante.
—Papá, no va a volver a pasar eso, yo ya no soy así —reconoció ella con seriedad—. Soy una mujer y lo único que quiero es libertad.
—No sabemos si va a volver a pasar.
¿Qué estaba sucediendo? Era simple, algo del pasado que volvía a tocar la puerta de los García. El pasado que nunca iban a poder dejar atrás y, como dice el dicho, pisarlo. El pasado de ellos aparecía cada, dos por tres, para arruinar todo el futuro.
En la ciudad que vivían antes, ella había conocido a un chico muy lindo llamado Charles. Fueron pegando onda y le confesó que estaba enamorado de ella. La confesión le hizo creer a ella que todo era cierto y que Charles estaba más que enamorado de ella, sino que daría hasta su propia vida por la de ella. Sin embargo, era todo mentira de él, Charles se había acercado a hablarle el primer día que lo conoció por un reto que le hicieron uno de sus amigos.
Camille no tenía idea de lo que era el amor y las relaciones, así que lo que él le decía, ella se lo creía, pero resultó que él hizo una fiesta en su casa y sí, Camille estaba invitada, porque era su supuesta novia. La estaba pasando tan bien con él y la que se llamaba su mejor amiga estaban bailando de lo más bien hasta que él le avisó que iba a ir al baño. A lo que ella solo asintió, al rato su "mejor amiga" le dijo que iba a ir a prepararse algo para tomar.
Los esperó a los dos y como su "novio" tardaba mucho, fue a fijarse si estaba bien. Golpeó la puerta del baño dos veces y escuchó a su "mejor amiga" decir: ocupado, en ese momento, ella tenía bronca y, a la vez, tristeza. Se suponía que ella era mi mejor amiga desde que Camille tenía memoria, le dolió que le hayan hecho eso. Abrió la puerta y ahí los vio, él sentado en el inodoro y ella sentada, arriba de él. No estaban teniendo relaciones sexuales, pero estaban a punto de hacerlo.
Él la miró con tristeza y rápido intentó explicarle lo que pasaba, pero Camille le gritó que se callara, que no quería escucharlo, que le daban asco los dos. Y su mejor amiga, solo la miró y se le carcajeó en la cara.
Las ganas de golpearle la cara y arrancarle esas extensiones que tenía en la cabeza no se las iba a sacar nadie, pero, en ese momento, ella se controló y salió de ahí. Sintió como él fue atrás de ella, así que salió afuera de su casa y empezó a caminar. No sabía ni para donde iba, pero no se quería quedar ahí, frenó cuando ya no sabía en dónde estaba y se apoyó contra la pared de una casa, sintiendo el dolor en su corazón. Se sentó en el piso, abrazó mis piernas y empezó a llorar con todo.
Ese recuerdo la condujo a un sinfín de dolor y logró recordar que Bautista se llamaba el maldito.
—¡Camille! —chilló agitado, se notaba que había corrido—. Pe.. perdón, por... favor déjame explicarte como fue todo.
—Sos una mierda, Bautista, no quiero escucharte —sentenció levantándose y limpiándose las lágrimas.
Ahora tenía bronca no tristeza. Todo su ser le pedía a gritos destrozar la cabeza de ese maldito desgraciado. Empezó a caminar rumbo a su casa y él iba atrás de ella.
—Camille... ¿estoy perdonado?
—Dejá de joder. Si piensas que te voy a perdonar Bautista, la re cagaste —respondió sin dar vueltas en el asunto.