Horas antes
El Señor se vio en el deber de avisarle a su hijo que lo mejor que podía hacer era tener cerca a esa chica. Entonces, cuando él subió al auto le dijo lo siguiente:
—Tenés que estar cerca. ¿La invitaste?
Rodrigo lo observó con recelo, pero asintió.
—Lo hice. ¿De verdad vas a secuestrar a sus amigas? No lo hagas —le pidió su hijo—. Estaré cerca de ella y te daré información. También, puedes ir a ver a su padre mientras yo estoy con ella. ¿No es mejor? No lastimes a Raquel y a Lucía, ellas son buenas personas y no saben lo que sus padres hacen con García.
—¿Y vos te crees eso? —le preguntó el Señor—. ¿Sos mi hijo?
Rodrigo lo miró una vez más.
—Soy tu hijo, pero no quiero estar metido en tus mierdas y, por lo que veo, tus mierdas ya me llegaron hasta el cuello —le chilló él.
Su padre detuvo el auto y lo acompañó hasta la casa, donde se encontraba García esperando. El Señor le hizo una mueca a su hijo para que se fuera a su habitación y Rodrigo le hizo caso.
García miró a Ferraioli con asco, pero luego le dedicó una sonrisa. Se puso de pie y le tendió la mano, pero el Señor no la tomó y negó con seguridad.
—Será mejor que aceptes.
—¿Por qué? Estás en mi casa y no tenés las de ganar acá —le explicó Daniel—. Date cuenta, estás solo.
—¿Yo estoy solo? —García alzó una de sus cejas—. ¿Por qué pensás que no hay nadie acá conmigo?
Daniel se sentó en el asiento de cuero negro y se prendió un abano. Le tendió otro a García, pero él se negó.
—¿Vas a darme el nuevo plan para robar la joyería de Suiza o me vas a hacer que te cagué a piñas? —le preguntó Ferraioli.
Ramiro se rascó la nuca.
—No pienso volver a hacer esa locura. Una vez funcionó, dos quizás, pero tres ya es demasiado.
—Esa ni vos te la crees.
—Pero está bien, mataré a las hijas de tus amigos y luego me encargaré que mi hijo se ocupe de matar a tu chica —le respondió Daniel con sinceridad—. ¿O es demasiado? Ahora ya sabés, me vas a dar tu plan para robar en la joyería de Suiza o mataré a todos y te dejaré solo a vos para que sufras.
García observó a Daniel a los ojos y luego asintió, dándole a comprender que le daría aquellos planos. Por suerte para ambos, Ramiro tenía en el bolsillo de su chaqueta aquel expediente, así que lo sacó y se lo dio.
—Ya podés detener todo esto —le dijo Ramiro.
El Señor negó.
—Claro que no puedo —le respondió Daniel—. Si hago eso, no me saldré con la mía.
—Pero ya hice lo que querías.
—Mi hijo se encargará de acabar con tu peque, mejor andá a casa —le ordenó el Señor.
Horas más tarde
Al sentarse en el vehículo de Rodrigo, observó a su amante con una sonrisa sobre sus labios. Miró a los lados para ver que no hubiera nadie y se acercó a dejar un beso rápido sobre los labios del contrario, a lo que él respondió con tranquilidad. Sin embargo, la idea de irse de allí lo obligó a apurar aquella muestra de afecto.
—¿El porro es de verdad? —se atrevió a preguntar Rodrigo.
Él no podía creer que después de todo lo que había sucedido, ella estaba fumando como si no hubiera problema alguno. Eso le llamó mucho la atención, pero seguro que a ella más.
—¿Porro? —cuestionó ella, frunciendo el ceño, a tal punto de no comprender.
Luego recordó que ella le había robado a Emiliano, pero solo era para la foto que se había sacado. Pensó una mentira para decirle a Rodrigo, pero prefirió no hacerlo y confesarle lo sucedido.
—Ah, sí, igual ni me lo fumé. —Lo sacó de su mochila y se lo dio—. No me gusta fumar.
Él la miró confundido, pero decidió agarrarlo para guardarlo en el bolsillo del pantalón, estacionó el auto cuando llegaron a destino y bajaron para entrar a un...
—¿Un restaurante? —lo miró ella, divertida.
Él no pudo evitar soltar una risita de sus adentros.
—Mi viejo me invitó a último momento, no te quería cancelar, así que te traje conmigo. —Se encogió de hombros y la agarró la mano para entrar.
Ella no podía creer lo que estaba ocurriendo, se preguntaba a sí misma en dónde se había metido. Todo esto era mucho para ella, pero aceptó que era una buena idea para conocer al Señor y ver de lo que él era capaz. Por supuesto, ella estaba asustada, pero trataba de mantenerse firme.
—¿Por qué no me dijiste? ¿Vos estás viendo como estoy vestida? —se apuntó con el dedo índice.
Para ella, estaba vestida horrible, pero no era así: estaba elegante.
Él soltó una risotada de su interior y luego negó.
—Mira yo, son un par de minutos nada más, comemos y rajamos.
Era verdad, él estaba vestido con la casaca de Argentina y un pantalón deportivo con unas zapatillas blancas Nike. Mientras que, por otro lado, Camille poseía aquel bonito vestido negro de invierno con zapatos que combinaban a la perfección.
Decidieron ingresar y los recibió una chica, con un traje y pelo corto, que apenas le llegaba a los hombros.
Aquella mujer los miró de arriba abajo y habló:
—¿Sí?
—Venimos con un par de señores —aclaró Rodrigo con una sonrisa amplia.
La mirada de Camille cambió repentinamente, ya que no esperaba nada de eso, solo pensó que se trataba del padre de él no también de sus amigos.
—¿Apellido del que reservó?
—Ferraioli.
Ella buscó en una lista y luego asintió.