Rodrigo saludó a los tres hombres y Camille también, aunque no los conocía iba a quedar muy maleducada. Ella pensaba que si se quedaba parada viendo cómo el chico que la trajo a que coma con ellos los salude y ella no, también saludó a Daniel Ferraioli, quien una vez que se sentaron le preguntó:
—¿Camille o no?
Aquello a ella no le agradó, pero debía mantenerse firme con la mirada fresca y con una sonrisa falsa sobre sus labios. Esa sonrisa pretendía demostrar que no sentía nada y que tampoco sabía nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
Ella se dio cuenta de que no había respondido, así que solo asintió con la cabeza una vez.
—Rodrigo me habla siempre de vos y no mintió cuando dijo que eras hermosa, eh, no entiendo cómo podés estar con este feito de mi hijo —comentó el Señor y luego soltó una carcajada para dar a comprender que solo estaba bromeando con lo anterior.
Ella también soltó una risita, pero luego respondió lo siguiente:
—No estamos.
Rodrigo lo miró con ganas de matarlo. Él no podía creer que su padre le estaba arruinando la noche de ese modo tan asqueroso, pero luego se tranquilizó para poder hablar, pero cuando estaba a punto de hacerlo, la voz de su padre se volvió a escuchar.
—Ahhh, perdón, como están siempre juntos y hoy vi cómo se despidieron en la universidad, pensé que había algo ahí.
Aquello volvió a sorprender a Camille, pero no dijo nada, ya que cuando estaba por hacerlo, escuchó la voz de Rodrigo y decidió prestar atención a lo que él le respondía a su padre.
—Papá ¿por qué en vez de hablar al pedo no presentas? —Rodrigo apuntó con la cabeza a los tres hombres que estaban hablando entre ellos.
Toda la presentación le llamó la atención a Camille, ya que no entendía lo que estaba haciendo ahí. Pensaba en cómo salir de ese lugar, pero luego creyó que lo mejor era quedarse junto a Rodrigo, ya que podrían hacerle algo. Después, se dio cuenta de que su padre nunca podría lastimar a su hijo, al menos, eso era lo que ella pensaba.
—Ahhhh, sí, chicos. —Les llamó la atención a los demás—. Preséntense.
Lo que salió de los labios del Señor era como una orden para aquellos hombres, así que no tenían de otras más que hacer caso.
—Yo soy Rossi —dijo aquel hombre.
—Yo Emanuel —se presentó el segundo que era mucho más joven que su padre.
—Mariano —dijo el último con voz seca.
Ella trató de hacer memoria, ¿ya había conocido a esos hombres antes?
—Rodrigo y ella es Camille —respondió Rodrigo con una sonrisa.
Rodrigo sí había conocido a esos hombres antes, sabía a lo que ellos se dedicaban, pero no quería creer que su padre los seguía viendo. Era difícil para él aceptar que su padre seguía con todo ese problema.
Ella les dio una sonrisa de boca cerrada en forma de saludo y se quedó callada cuando vio a la chica que venía a darles el menú y luego se fue. Camille y los demás observaron el menú con la esperanza de saber qué elegir en solo dos segundos, pero no ocurrió.
Después de unos cuantos minutos, los chicos pidieron lo que iban a comer; no tardaron demasiado en terminar de comer y los adultos mayores se pusieron a hablar mientras que Camille y Rodrigo solo se dedicaban a escuchar lo que ellos decían.
Definitivamente, la cena se había tornado aburrida, así que él le empezó a acariciar uno de sus muslos y ella lo miró con seriedad para detenerlo, aunque no funcionó. Aquella mano traviesa hacía lo que él quería.
Rodrigo mientras la acariciaba se hacia el atento a lo que decía su papá, su mano se fue deslizando hasta llegar a la entrepierna de Camille, abrí mis piernas y el empezó a correr un poco su ropa interior. Sin embargo, se detuvo cuando ese tal Emanuel se levantó de donde estaba sentado junto con los otros.
Eso significaba una sola cosa: que ya se iban.
Todos se pararon para despedirlos de ellos y se fueron.
—Papá, nosotros también nos vamos —anunció Rodrigo con seriedad.
El Señor asintió y se levantó para saludarla.
—Un gusto conocerte, Camille.
Ella se quedó en seco ante aquello, pero intentó ser amable y sonrió para luego decir lo siguiente:
—El gusto es mío, Señor.
Luego de eso le devolvió el abrazo que él le había brindado.
Salieron del restaurante y se subieron al auto de Rodrigo.
—¿Te dejo en el mismo lugar que antes?
Camille se sorprendió al instante, ya que ella no podía creer que todo llegaría hasta ahí esa noche.
Ella negó con la cabeza.
—Quiero pasar más tiempo con vos, si no te molesta —dijo ella con una sonrisa amplia.
—No me molesta ¿a dónde querés ir? —preguntó él con curiosidad.
—No sé, a dónde vos quieras —comentó ella con diversión.
—¿Y si mejor no vamos a ningún lado y vamos a mi casa? Aunque sea a ver alguna peli.
Eso le era suficiente a Camille, al menos, iba a pasar más tiempo con él y podrían hablar de cosas que nadie más tendría porque saber. Ellos debían hablar con la verdad, ya era tiempo de poner los trapos sobre la mesa, pero ¿era lo correcto?
—Me gusta esa idea —confesó Camille.
No tardaron mucho en llegar a la casa de él, ya que no era demasiado lejos. Ambos debían darse ese tiempo a solas, puesto que debían entablar una conversación acerca de lo sucedido con sus padres. Ellos no tenían nada que ver con respecto a las decisiones que sus padres tomaban, pero se sentían completamente culpables por no poder hacer nada.
—¿Qué hacen acá? —La voz de Enzo se escuchó.
¿Quién era ese chico de cabello rubio, musculoso y ojos color verde? Ella no lo había visto nunca, pero tenía ganas de saber todo. Por otro lado, Rodrigo sí sabía bien quién era Enzo. Ese chico era como el hijo adoptivo de su padre, uno de sus hombres más importantes junto con Rodrigo.
Muchas veces, en el pasado, Rodrigo estaba celoso por eso, ya que siempre Enzo estaba con Daniel. Le daba más importancia a ese chico que a su propia sangre. Sin embargo, por supuesto, a Rodrigo no le importaba que Enzo no fuera de su sangre, ya lo habían aceptado como un hermano.