El estruendo proveniente de la sala los sorprendió en medio de su profundo letargo, arrancándolos del sueño con una violencia inesperada. Sus cuerpos se tensaron, y en un instante, ambos saltaron de la cama con una sincronía casi telepática. Sus miradas se cruzaron en la penumbra, una pregunta silenciosa resonando entre ellos: ¿Qué demonios es eso? Sin embargo, la respuesta se les escapaba, tan elusiva como el eco del ruido.
A pesar de la incertidumbre, una extraña gratitud los invadió. Le dieron las gracias al misterioso ruido que los había despertado, a ese sonido intruso que los había salvado de seguir hundidos en el sopor. La serie en Netflix seguía proyectándose en la pantalla, una luz azulada que apenas iluminaba la habitación. Ninguno de los dos sabía de qué trataba la trama; la primera noche se habían quedado completamente dormidos, y ahora, la serie seguía siendo un telón de fondo indescifrable para su propia realidad.
—Quédate acá —ordenó Rodrigo, su voz baja y firme, teñida de una autoridad que no admitía réplicas.
A Camille, esa orden le trajo un eco doloroso del pasado, un recuerdo vívido de cuando él le había ordenado que no abriera los ojos durante el tiroteo. La situación actual, aunque sin la violencia explícita, le resultaba extrañamente familiar. Se sentía atrapada en un patrón, una repetición de escenarios donde la seguridad de Rodrigo dependía de su obediencia. Lo único diferente, y eso era un consuelo mínimo, era que esta vez no había tiros ni muertes, solo un ruido inexplicable.
Ella asintió, su rostro inexpresivo, pero en su interior, la desobediencia ya estaba germinando. Era obvio que no se iba a quedar allí, inmóvil, mientras él enfrentaba lo desconocido. Cuando Rodrigo salió corriendo con una rapidez que denotaba su preocupación, ella esperó unos segundos, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Solo cuando escuchó sus pasos resonar al bajar las escaleras, decidió actuar. Con una astucia impulsiva, agarró una varita de Harry Potter que él tenía en la repisa, un objeto incongruente en aquel ambiente. Pensaba que quizás era alguien que les quería robar, un ladrón audaz que había irrumpido en la mansión. Entonces, con la varita en mano, imaginó golpear al intruso hasta dejarlo inconsciente, una fantasía de heroísmo un tanto peculiar.
Cuando Rodrigo bajó a la sala, la escena que encontró fue tan inesperada como el ruido que los había despertado: su padre, Daniel Ferraioli, estaba junto a... ¿su prima? Micaela. Una sombra de sorpresa y una pizca de fastidio cruzaron su rostro. Su prima, pensó con un suspiro mental, era una de las "mejores" en el intrincado y peligroso mundo de la mafia de los Ferraioli. ¿Cómo era su prima? Una joven de veintiún años, con un cabello pelirrojo vibrante que caía en cascada sobre sus hombros, una figura delgada y esbelta, y unos ojos de un intenso color esmeralda que destilaban inteligencia y una astucia innegable.
Ella era su competencia directa, la sombra que lo seguía en cada paso de su vida desde la infancia. Él tenía que ser el mejor, tenía que superarla de todos los modos posibles, en cada aspecto, desde los chiquitos vivían compitiendo por la aprobación de su padre y la jerarquía dentro de la familia. Y eso, lo sabía, no iba a cambiar de la noche a la mañana.
—Uhhh, hijo, ¿te desperté? —cuestionó Daniel, su voz teñida de una falsa inocencia, mientras miraba a Rodrigo con una expresión enigmática.
Rodrigo ni siquiera se percató de la presencia de su prima. Su atención estaba completamente en su padre. No le importaba en lo absoluto lo que esa mujer estaba haciendo en su casa en plena madrugada; su presencia era irrelevante en ese momento.
—Sí, ¿qué haces? —preguntó él, ignorando por completo a su prima, sus ojos fijos en su padre.
No quería hablar con ella, con Micaela, bajo ningún concepto. La mejor idea que se le ocurrió en ese instante, la única estrategia que había funcionado en el pasado, era ignorarla por completo. Siempre que se veían, terminaban discutiendo sin cesar, una batalla de voluntades que agotaba a ambos. Así que, la mejor opción, en este caso, fue el silencio absoluto, la indiferencia calculada.
—Corriendo los sillones nuevos que compré —respondió su papá, su voz casual, como si fuera la hora del día más normal para realizar tal tarea.
A su hijo le sorprendió escuchar eso. Sus cejas se levantaron con incredulidad. Era extremadamente tarde para hacer ese tipo de cosas, una justificación tan absurda que rozaba lo ridículo.
—No estoy pintada, pedazo de ñoño —chilló Micaela, su voz afilada como una navaja, rompiendo el tenso silencio entre padre e hijo, su presencia volviéndose ineludible.
A Rodrigo, escuchar ese comentario de parte de Micaela no le gustó en lo absoluto. No le pareció apropiado, una falta de respeto que lo irritó profundamente. Pero al parecer, ella había elegido la otra opción: pelear, revivir la vieja rivalidad.
—¿Qué me dijiste? —le preguntó a su prima, su voz cargada de amenaza, los músculos de su mandíbula tensos.
—Ño... —Ella no pudo terminar con sus palabras, la provocación muriendo en sus labios, ya que su padre la interrumpió con una voz autoritaria.
Su padre, con una astucia que solo los años de experiencia en el submundo le habían otorgado, sabía del acuerdo tácito que ellos dos, Rodrigo y Micaela, tenían. Conocía la mecha corta de ambos y la facilidad con la que encendían sus disputas. Entonces, decidió interrumpir la discusión que iba a comenzar, una chispa que amenazaba con convertirse en incendio. No había tiempo para que eso sucediera; lo importante era detener el desastre inminente, mantener la calma en la casa Ferraioli.
—Micaela y Rodrigo, no empiecen. Mica, andá a buscar tus cosas —ordenó su padre, su voz resonando con una autoridad que no admitía réplicas.
Ella lo miró mal, una expresión de desafío en sus ojos, y se dio la vuelta, saliendo de la sala. Él dejó de mirarla, su atención se desvió hacia la escalera, y allí, en el último escalón, se encontró con la mirada confundida de Camille, que aún sostenía la varita de Harry Potter en la mano, como si fuera un arma formidable. Entonces, él se acercó a ella con cuidado, una sonrisa asomando en sus labios.