Deseo prohibido

26

Camille se sintió incómoda por haberse ido así como así, ni siquiera le avisó a alguien que se había ido, pero era necesario. Ella pensaba que lo era, pero ¿estaba en lo correcto?

Ella sentía que algo malo estaba sucediendo, entonces, decidió llamar a su padre. Él no respondió y ella se comenzó a preocupar por él. Soltó un suspiro de sus labios y negó. Quería llegar a su casa de una vez por todas para poder entablar una conversación cara a cara con su padre.

Se puso una campera mientras seguía caminando, ni siquiera sabía dónde se había metido. No deseaba dejar pasar el tiempo, deseaba estar con sus amigos y su padre. Le era necesario estar con sus seres queridos. También, se preguntaba ¿en dónde estaba su madre?

Pasó un auto y frenó en la esquina, no se quería hacer la cabeza de que la iban a secuestrar o algo por el estilo, pero por si las dudas se cruzó al otro lado de la calle.

Volvió a soltar un suspiro de sus adentros en el momento que pensó en su querida madre.

—¡Camille!

Ella frenó en seco, esa voz le parecía familiar, así que se dio la vuelta confundida para ver bien a la persona.

—¿Emanuel?

Él se acercó a ella con una sonrisa amplia dibujada en su rostro

—¿Qué hacés caminando sola por estos lados? —De inmediato, él se preocupó.

Ella se quedó quita con una expresión de inquietud en su rostro.

—Vengo de una joda —reconoció ella.

—¿La de Facundo?

Camille hizo una mueca con sus labios al ver que Emanuel sabía cada uno de los movimientos que ella hacía.

—Yo también vengo de ahí ¿fuiste con Rodrigo o no?

Ella volvió a asentir otra vez, estaba concentrada en mirar sus ojos. Con la luz de la luna se veían lindos, pero Camille se supo a pensar nuevamente en su padre y madre, así que... La preocupación volvió a su ser.

—¿Querés que te lleve a tu casa?

Él lo dijo en un tono tierno, lo que hizo que ella no le pudo decir que no. Le dedicó una sonrisa cautelosa y soltó una risita divertida.

—Bueno. —Sonrió nuevamente, pero esta vez más grande—. Está bien.

Se fueron al vehículo, se subieron y él la miró esperando a que ella se pusiera el cinturón de seguridad, ya que él se lo había puesto hace unos minutos.

—¿Qué dirección es?

Ella se quedó recalculando y luego empezó a reír al igual que él. No podía creer que no sabía su propia dirección, pero como era nueva él hizo el intento de comprender.

—Lo siento, pero no. Creo que debo ser la única persona en el mundo a la que le pasa una cosa como esta. —Negó avergonzada.

—¿Aunque sea te sabés el camino para ir?

Ella negó una vez más y se tapó la cara con una mano. Siempre que se ponía nerviosa y apenada se cubría el rostro para que nadie pudiera ver si sonrojo.

Emanuel negó y aceleró el auto. Se sintió mal por todo lo que estaba ocurriendo o, al menos, eso era lo que él deseaba demostrar en ese preciso momento.

—¿Querés quedarte en mi casa y mañana ves qué hacés?

—¿No molesto? —se atrevió a preguntar ella con seriedad.

No estaba segura de lo que estaba haciendo, así que solo trataba de hacer lo correcto.

—Para nada, además mi viejo no está —reconoció él con seriedad—. Bueno, si querés vamos.

Ella asintió.

No tardaron mucho en llegar a la casa de Emanuel y bajaron del auto. La casa era el doble de grande que la de ella, así que tenía un poco de envidia.

—¿Vos y tus viejos nada más viven acá?—preguntó ella, mirando todo a su alrededor—. No mal entiendas, es que... —Giró en sus talones para ver mejor—. Está casa es enorme.

—Sip —dijo sacándose la campera y la tiró en uno de los muchos sillones que había—. No te preocupes, sentite como en casa.

—¿No te parece que es muy grande para tres personas? —Ella alzó ambas cejas.

Él soltó una carcajada.

—Vení, te muestro dónde vas a dormir.

Ella lo siguió con una pequeña sonrisa sobre sus labios. Estaba un poco incómoda, pero no tanto. Quería confiar en el chico.

Subieron las escaleras y pasaron por un pasillo bastante ancho e iluminado, él le abrió una puerta y dejó que pasara ella primero.

—Gracias, Ema.

—De nada, Cam, descansa. —Le dedicó una sonrisa y cerró la puerta, dejándola sola en la pieza.

Se sacó la campera, las zapatillas y se acostó para mirar el techo con seriedad.

El celular le empezó a vibrar, así que vio la pantalla le apareció el nombre de Rodrigo. Suspiró, atendió y cortó.

Vibró otra vez.

Era una notificación, fue a ver y era un mensaje de Rodrigo "¿Llegaste bien?", le respondió con un "Sí" y él la llamó devuelta, a lo que ella volteó los ojos y atendió.

—No entiendo por qué te enojaste.

—Porque le cagaste la joda a tu amigo, porque le pegaste a un pibe que no estaba haciendo nada —le recordó alguna de las cosas que él había hecho en la noche.

—Vos no sabés cómo es la cosa con Manuel —chilló él molesto.

—¿Pero siempre le vas a andar pegando?

Ella quería saber las razones por las cuales Rodrigo le hizo esas cosas horribles a Manuel.

—Le pegué porque escuché lo que me dijo. —Suspiró de un modo sonoro—. Camille, no te enojes, no lo voy a hacer más.

—Júralo.

Hubo un instante de silencio.

—Te lo juro, ahora salí, estoy afuera de tu casa —le informó él.

—¿Qué?

Ella no podía comprender lo que él le estaba diciendo. No entendía cómo él podía estar en la casa de ella, pero ella ni siquiera sabía dónde era su hogar.

—Lo que escuchaste, estoy afuera, salí.

—Rodrigo, no puedo salir.

—¿Por qué?

—No estoy en mi casa —le respondió ella.

—Cuando te pregunté si habías llegado bien me respondiste con un sí.

—Llegué bien, pero no a mi casa.

—¿Dónde estás, entonces?

—Estoy en la casa de Emanuel.

Rodrigo alzó ambas cejas y luego negó sin poder creer lo que estaba escuchando.



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En el texto hay: traicion, mafia, venganza

Editado: 26.05.2022

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