Deseo prohibido

29

Rodrigo, con una premonición helada en el pecho, había observado, desde las sombras del patio, cómo Camille subía con Manuel escaleras arriba. El corazón le dio un vuelco al perderla de vista, una angustia incontrolable apoderándose de él. Sabía de lo que Manuel era capaz, de la oscuridad que se escondía tras su sonrisa de depredador. Decidió subir, su mente trabajando a mil por hora, cada segundo una tortura. Abrió todas las puertas de cada pieza con una frenética urgencia, sus pasos resonando en el pasillo, pero no los encontró en ningún lado; los segundos se estiraban en una eternidad. Solo quedaban dos habitaciones por revisar, el tiempo apremiaba, un nudo de ansiedad en su estómago. Cuando, por fin, estaba a punto de abrir una de las últimas puertas, sintió que esta se abría desde el interior, y se chocó de lleno con ella, el impacto resonando en el silencio.

Camille se sorprendió al sentir el choque abrupto con el cuerpo de Rodrigo, un impacto que la detuvo en seco, el aliento atrapado en su garganta. Pero, a pesar del sobresalto, una oleada de alivio la invadió al verlo, una luz en medio de su terror, la esperanza de un rescate. Sin embargo, no prestó mucha atención a su presencia, la necesidad de escapar era más fuerte que cualquier otra cosa. Su mirada, llena de pánico y con lágrimas aún brillando, se desvió hacia el pasillo y salió corriendo, sus pasos resonando en la oscuridad, dejando a Rodrigo con el corazón en un puño. Él se dio cuenta al instante de que ella tenía cara de asustada, sus ojos abiertos por el horror, y la preocupación se apoderó de él, una mordida fría en el alma.

Rodrigo supo con una certeza dolorosa que Manuel había hecho una de sus travesuras, una de esas jugadas retorcidas que lo definían. Así que, con la rabia ardiendo en sus venas, su mandíbula tensa, se adentró en la habitación. Y fue ahí, en la penumbra, donde la luz de la luna apenas se filtraba, cuando lo vio levantándose del suelo, con una sonrisa cínica en los labios, una burla cruel. Rodrigo le dedicó una mueca de desprecio al maldito y negó con la cabeza, una expresión de asco. Se acercó a Manuel con una velocidad peligrosa, sus pasos resonando en la habitación, cada uno una amenaza.

—¿Qué mierda le hiciste? —Rodrigo lo empujó con una fuerza descomunal, haciéndolo chocar contra la pared con un golpe seco que resonó en el silencio.

Manuel se quejó, un sonido gutural de dolor y sorpresa. Rodrigo lo agarró de la remera, pegándolo más a la pared, inmovilizándolo, sus ojos azules ardiendo con una furia salvaje. Ambos se miraron como animales, sus miradas cargadas de un odio visceral, una promesa de violencia. Se querían asesinar mutuamente, la tensión en el aire tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo, pero nada sucedió, ya que Rodrigo volvió a hablar, su voz un rugido contenido que apenas logró salir de su garganta.

—Le llegaste a hacer algo... —comenzó Rodrigo, su voz cargada de una amenaza que heló la sangre, cada palabra una promesa de represalia.

Pero Manuel lo interrumpió con una risa cruel, un sonido que era puro desafío.

Manuel soltó una de sus carcajadas, un sonido hueco y desprovisto de alegría, una burla que resonó en la habitación.

—No le hice nada —dijo él sin dudarlo, sus ojos esquivando los de Rodrigo, una señal inequívoca de mentira, una cobardía apenas velada.

Pero Rodrigo no le creyó nada, la desconfianza grabada a fuego en su rostro, cada músculo de su cara contraído por la furia.

—Llega a ser mentira y olvídate que salís vivo de acá —chilló Rodrigo, la amenaza explícita ahora, su voz un eco de furia que llenó el espacio.

Decidió soltarlo, el cuerpo de Manuel cayendo al suelo con un golpe sordo, un saco de carne inerte. Rodrigo salió corriendo, desesperado por encontrar a Camille. Necesitaba alcanzarla, cada fibra de su ser gritando su nombre, ya que había muchas cosas que debía confesarle, verdades que no podían esperar, que lo quemaban por dentro.

Rodrigo no sabía nada de lo que realmente estaba sucediendo en ese momento, pero su padre, Daniel Ferraioli, se encontraba con el padre de Camille, Ramiro García. El Señor tenía grandes ideas para "divertirse" con García, no solo torturarlo hasta que le diera la clave de una de las bóvedas del banco, sino también deseaba que ese hombre se fuera con su hija, Camille, de regreso a Inglaterra, lejos de todo lo que representaba para ellos.

Todo lo sucedido entre el Señor Ferraioli y García no terminó nada bien. Después de una confrontación brutal, Ferraioli le cortó la vena del cuello a García, un acto frío y calculado. Luego, el Señor decidió llevar el cadáver de García y el de la mujer, que también había sido víctima, a la casa de ellos. Sus amigos, Rossi y su hijo, Emanuel, lo ayudaron a posicionar los cuerpos sobre los sofás de la sala, un acto macabro y desprovisto de humanidad. Después de dejarlos, no dudaron en irse rápido, dejando la escena del crimen.

Por otro lado, Camille, después de su aterradora experiencia, salió de la fiesta, el aire libre un alivio, y se subió a su moto. Necesitaba irse a su casa, escapar de ese lugar, de esa sensación de vulnerabilidad. Ella deseaba un baño, un chorro de agua caliente que la lavara de la sensación de suciedad que sentía en su piel, una impureza que iba más allá de lo físico.

—¡Camille, espera! —Ella escuchó gritar a Rodrigo, su voz resonando en el patio.

Ella solo giró para mirarlo, sus ojos todavía reflejando el miedo.

—Voy con vos —le dijo él, su voz teñida de una urgencia innegable.

—Me iba a ir a mi casa —respondió ella, una excusa débil.

—Vamos a la mía —propuso él con seriedad, su mirada firme—. Después podés ir a tu casa, pero no quiero dejarte sola ahora.

Ella asintió con la cabeza, la lógica de sus palabras calando hondo en su mente, y se bajó de la moto para que él manejara. Lo miró subirse, su figura recortada contra la luz de la luna, y le dedicó una sonrisa llena de tristeza, una expresión que él le respondió del mismo modo, un entendimiento mutuo de la oscuridad que los rodeaba. Camille se subió después, apoyó su cabeza en la espalda de él, sintiendo el calor de su cuerpo, y enredó sus brazos en la cintura de él, aferrándose a su presencia. Rodrigo arrancó para la casa, el rugido del motor un consuelo en la noche.



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En el texto hay: traicion, mafia, venganza

Editado: 30.05.2025

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