Fue Emiliano quien abrió la puerta, y la imagen que se presentó ante Camille fue un bálsamo para su alma atormentada: Lucía y Raquel estaban allí. En cuanto las vio, una chispa de felicidad, tenue pero real, volvió a encenderse en su cuerpo. Se sintió a salvo, un sentimiento que no experimentaba desde hacía horas. Solo con verlas, le fue suficiente para recuperar un poco de su vida, para sentir que no todo estaba perdido. Pero no podía olvidar el hecho ineludible de que sus padres habían muerto. Camille ni siquiera pudo ver sus cuerpos, sus últimas visiones de ellos, ya que Emiliano y Valeria, con una fortaleza admirable, habían hecho los trámites correspondientes, ahorrándole ese dolor. Sin embargo, la casa aún olía a quemado.
Raquel y Lucía, al ver a su amiga, saltaron sobre Camille para abrazarla con fuerza, sus cuerpos brindándole todo su apoyo, un abrazo que pretendía recomponer lo roto. Después de saludar a Emiliano y Valeria, subieron a la pieza de Camille, el refugio temporal en el que se encontraba.
Las tres estaban asustadas, la sombra de los acontecimientos recientes pesando sobre ellas. Lucía y Raquel querían preguntarle un montón de cosas a su amiga, querían entender, pero no sabían por dónde comenzar, las palabras se les atascaban en la garganta. Para todas, lo que habían vivido en las últimas horas era suficiente, un cúmulo de emociones abrumadoras.
A Camille le costaba horrores tener que decir lo sucedido con Manuel en la fiesta. Ni siquiera se le ocurrió abrir la boca y hablar sobre eso; la idea misma era demasiado. Le era demasiado traumático recordar la situación, la vulnerabilidad que había sentido, el terror que la había paralizado. Intentaba mantenerse fuerte por la muerte de los seres que le dieron la vida, los que la habían amado incondicionalmente.
—Sé que no querés hablar del tema, pero ¿y qué si no fue culpa de él? —abrió la boca Lucía, sus palabras cuidadosamente elegidas, buscando una grieta en su dolor.
Camille observó a su amiga con seriedad, sus ojos enrojecidos, sin comprender del todo lo que Lucía le intentaba decir. Antes, ella se negaba a creer que Rodrigo era parte de toda esa locura, de esa red de engaños y violencia. Pero después, la verdad la había golpeado con una fuerza brutal: se enteró de que él estaba metido hasta las narices con los planes de su padre, un cómplice silencioso en la tragedia.
—Él mismo me lo dijo, pensé que podía llegar a tener algo con él. No sé por qué lo pensé, solo creí que podría tener una vida feliz y normal. —Camille se tapó la cara con las dos manos, un gesto de profunda vergüenza y arrepentimiento—. Fui tan idiota al haberme enamorado...
Sus amigas se quedaron petrificadas al escuchar que ella se había enamorado de Rodrigo. Para ellas, eso era algo imposible, una contradicción en medio de tanta oscuridad. Pero después de verla a los ojos, de ver el dolor que destilaban, comprendieron que Camille estaba muriendo por dentro y que lo que ella decía era cierto, una verdad dolorosa.
—Camille, no digas tonterías, se re notaba que él también pensaba lo mismo que vos —agregó esta vez Raquel, su voz suave, intentando consolarla.
Camille sonrió levemente, una expresión triste. Pero nada, absolutamente nada, le ayudaba a calmar el dolor de su corazón, un órgano destrozado por la traición.
Las personas que más, se suponía, la querían, le habían destrozado el alma. Primero, su padre, ya que ella pensaba que él sabía bien lo que le había sucedido a su madre y que se lo había guardado para no tener que decírselo y verla llorar, un secreto que la había herido más que cualquier otra cosa. Segundo, Rodrigo, que la había traicionado de la peor manera: la había enamorado, haciéndola creer en un futuro que nunca existiría. También, estaba la presunta casi violación de Manuel, una herida oculta que ella no le quería decir a nadie y que se la llevaría hasta la tumba, un secreto que la carcomería por dentro.
—No traten de animarme, chicas. Si él también sentiría algo por mí, no hubiese permitido que maten a mis padres. —Se le hizo un nudo en la garganta de tan solo decirlo, las palabras ahogándose en el dolor—. Me destrozó el alma. Además, no lo sabían, pero... él. —Ella negó con la cabeza, sin querer hablar de la terrible experiencia con Manuel, el recuerdo aún muy vívido.
—Pero si el papá de él y el tuyo se llevaban mal, por más que haya intentado parar todo eso el papá no le hubiese hecho caso —soltó de golpe Lucía, intentando encontrar una lógica en el caos, una justificación para Rodrigo.
Camille suspiró y se tiró de espalda a la cama, mirando el techo con ojos vacíos.
—Capaz, pero no quiero saberlo.
Un Viernes de Cenizas
Era viernes, el día de la excursión, pero para Camille, ese concepto se había desdibujado. Se dio cuenta, con una amarga resignación, de que no iba a asistir a la excursión que tanto había esperado, que la ilusión se había desvanecido. En lo único que ella podía pensar era en que sus padres habían muerto, en la fría realidad, y en que ella estaba ingresando al Hospital para luego ir a la Morgue.
El depósito de cadáveres era un lugar frío, indiferente y aterrador, un ambiente que absorbía toda vida y esperanza. Camille y Emiliano eran conducidos por un largo pasillo blanco, el silencio solo roto por el eco de sus pasos, hasta una amplia habitación vacía, donde la luz fluorescente brillaba con una crueldad inhumana. Un empleado de guardapolvo blanco se acercó a una pared, sus movimientos mecánicos, tomó una manija y abrió un cajón de gran tamaño, revelando lo impensable.
—¿Quiere verlo? —preguntó el empleado, su voz monótona, desprovista de emoción.
Ella deseó con toda su alma salir de ese lugar, volver atrás unas cuantas horas, cuando se negó a quedarse en su casa con sus... padres.
Se adelantó, poco a poco, sus pies arrastrándose, y se encontró mirando los inertes despojos de los cuerpos que le habían dado la vida, que la habían alimentado, con los que se había reído, a los que había amado con todo su ser. Con una lentitud dolorosa, besó a su padre en la mejilla, la piel fría y rígida, y luego hizo lo mismo con su madre, sus labios temblorosos.