Deseo Reluciente

Capítulo 1

Miré a mamá entrar a la sala de descanso del hospital, despegué la vista de mi teléfono y le sonreí. Mamá lucía agotada, se dejó caer a mi lado y se recostó en la almohada, mamá tenía cuarenta y siete, pero fácilmente podía pasarse por una mujer de cuarenta años, tenía unas cuantas arrugas que la delataban, pero a la vez tenía una piel muy bien cuidada, papá dice que él es el responsable de ello y mamá lo regaña por decirlo, hasta hace unos cuantos años pude entenderlo y me asquea.

—¿Qué tal la cirugía? —pregunté, apagando mi celular.

—Una locura, estoy realmente agotada, ¿crees que puedes manejar? —me pregunta, con los ojos cerrados, estaba esperando que me preguntara aquello ya que amaba conducir el carro de ella.

—¡Claro! ¿Nos vamos ya? —pregunto, parándome de un salto, logrando hacer que mamá ría.

—Dios mío, Apolo, déjame descansar diez minutos, igual si llegamos primero, estaremos solos. Estoy segura que Artemisa estará con tu padre en el centro comercial convenciéndolo de comprarle algunas cosas —dice, riendo sin gracia.

—Hablando de eso mamá… —dejo mi celular sobre la mesa y la miro con ternura—, salió la segunda parte de mi juego favorito y de verdad lo quiero…

—¡Apolo!

—¡Me esforcé un montón en la escuela! ¡Saqué 6,9 en el examen que hizo mi profesora de ciencias! —digo, justificándome y ella bufó.

—¿Sabías que tu padre y yo éramos los mejores en la escuela? ¡Nuestras notas no bajaban de 9! —mamá se levanta y coge su bolso —. Vamos a casa, Apolo, no puedo tener paz aquí.

Bufé, tomé mi maleta y el celular y la seguí. Me despedí de los doctores y enfermeras que se cruzaban en el camino, mamá parecía ser popular en el hospital, más que todo porque no hace mucho había ascendido y muchos la respetaban por ello; me gustaba ser su hijo, porque hay mucha gente que la quiere y yo también espero que me quieran tanto como a ella.

—Mierda —gruñe mamá en el carro.

—¿Qué pasó? —pregunté arrancando el carro.

—¡Hestia sigue en la guardería! —gruñe, sacando su celular del bolso —, estoy segura que Morfeo recogió a Aquiles del colegio, pero Hestia debe estar allá.

—Nunca entenderé porque les dio por tener una hija hace tres años —murmuré y mamá me pegó en el brazo.

—No seas así, Apolo, tanto tú como tu hermana fueron los únicos durante siete años —mamá me regaña mientras llama a papá —. Hola, amor, sí, estoy bien. ¿Recogiste a Aquiles?... vale… ¿y a Hestia? Mierda… ¡No le compres la camisa a Artemisa! Por dios, Morfeo, tienes cuarenta y siete no veinte, no te dejes manipular así… agh… Ya voy con Apolo por Hestia. Adiós, sí, sí, yo también te amo.

No me molesté en preguntarle qué hacer porque ya le había oído, así que manejé hasta la guardería. Una de las razones por las que amaba manejar el carro de mamá, es porque ella no se ponía de exigente a decirme cómo manejar el carro, a diferencia de papá, que se volvía fastidioso y hasta me hacía perder los nervios. Amaba que mamá fuera más relajada en ello. Algo que aprendí viviendo con mis padres, es que papá es exigente con todos, pero mamá dice que es muy blando, ¡y no!

Miré la hora mientras mamá bajaba e iba por mi hermana menor, son las 7:48 pm, sabía que era muy tarde y que iban a regañarla por dejarla tan tarde cuando lo máximo permitido son las 6:45 pm. Pero era normal que esto pasara cuando tienes padres médicos especialistas. Muchas veces Artemisa y yo nos habíamos quedado por horas solos en la guardería hasta que la tía Suzanne nos recogía.

Diez minutos después, mamá sentó a la pelirroja en la silla para bebés que tenía en el asiento trasero, para después subirse ella al de copiloto.

—Hola, Hestia —saludé y ella me mostró sus dientecitos.

—¡Apolooooo! —grita con demasiada ternura. Si algo podíamos afirmar, es que la pelirroja era realmente tierna con los ojos verdes de papá y su cabellera pelirroja, mamá dice que se parece un montón a mi tía Perséfone, pero nunca la pudimos conocer porque murió mucho antes de que mis padres siquiera se hubieran casado. Aunque hay algunas fotos, papá las tiene en su escritorio.

Manejé de camino a casa y mamá dormía sobre su mano. Desde que aprendí a manejar, mamá me pedía que la acompañara en el trabajo. Admiraba a mis padres un montón, trabajaban arduamente en el hospital y en casa. Parqueé al lado de la camioneta de papá y me bajé, pasándole las llaves a mi madre. Mamá bajó a Hestia y mucho antes de poder abrir la puerta, el grito de Artemisa se oyó.

—¡AQUILES, BAJA ESAS MALDITAS TIJERAS ANTES DE QUE TE MATE YO MISMA!

—¿Qué dije de las groserías? —gruñe mamá, entrando a la casa, haciéndome reír.

—¡Aquiles quería cortarme el pelo! —gruñe Artemisa, llegando a mi vista, la saludé y ella rodó los ojos. Como amo a mi hermanita.

—Artemisa, Aquiles, ¡a sus habitaciones! —papá gruñe y se van—. Hola, familia —papá nos saluda y luego besa a mamá.

—Me voy —respondo, subiendo las escaleras hacia mi habitación.

Me tiré en mi cama y prendí mi celular, tenía mensajes de mis amigos y otros cuantos de mis primos Zeus y Hermes. Les respondí a todos y me aburrí. ¡De verdad quería el juego de Jokresfat! Pero costaba un montón y me había gastado mi mesada en otras cosas. Sabía que Artemisa no tenía plata y no me prestaría, aunque tuviera.




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