Deseo Reluciente

Capítulo 2

Hay algo que siempre he tenido claro, y es que amo a mi familia, sin importarme lo alocada que puede llegar a ser a veces porque es mi familia; papá dice que somos muy afortunados porque él no tuvo una madre y mamá no siempre fue muy aceptada por la de ella, y nosotros teníamos unos padres que nos amaban con cada fibra de su ser. Así que sí, yo, Apolo Katsaros, amaba demasiado a mi familia. Por lo que cuando mamá llamó a papá para avisarle que tenía guardia hasta al día siguiente, papá supo que tenía que cuidarnos.

—Así que será un día de padre e hijos —dice papá, sentándose en el sofá. Artemisa y yo jugábamos una partida en el Play, mientras que Hestia veía muñequitos en su iPad y Aquiles armaba un rompecabezas—, ahora entiendo a Atenea, ustedes son iguales a como era con mis hermanos —papá se queja y yo me río. Solté mi mando, dejando ganar a Artemisa y volteé a ver a papá; mi padre era atractivo, nadie lo podía negar, muchas veces mis compañeras me han pedido su número, haciéndome sentir mortificado. Papá tenía los ojos verdes como Artemisa, Hestia y yo, y tenía un cabello oscuro como todos excepto Hestia.

—Deja de ser tan melancólico, papá, en serio —me burlo—, sólo estamos jugando. ¿Qué tienes planeado?

—Vi en internet que hay una feria aquí en la ciudad —comenta Aquiles, arreglando sus gafas—, ¿podríamos ir?

—¡Esa es una muy buena idea, hijo! —papá se levanta emocionado.

—No quiero —dice Artemisa—, hay mucha gente y no me gusta.

—Es un día familiar, Artemisa, y vas a ir —responde, y Hestia levanta su mirada—. Vamos a ponerte algo para este día, Hestia —papá la alza y desaparece por las escaleras.

—Tendré que dejar mi rompecabezas a medias —gruñe Aquiles, lo levanta y lo va a dejar sobre el comedor.

—¿Vamos? —le pregunto a Artemisa.

—Odio cuando papá se pone en plan: ¡Familia unida y feliz! —me dice, tomando mi mano y levantándose.

—Pero lo somos, ¿no?

—No, Apolo, para nada. Siempre están trabajando, así que no lo somos.

—Deja el show, hay días como hoy, donde mamá y papá comparten con nosotros.

—Cómo no, es lo mínimo —Artemisa rueda los ojos.

Entré a mi habitación, cambié mis chándales por unos vaqueros y una camiseta amarilla y unos tenis Nike. Tomé mis airpods y salí. Artemisa traía puestos unos shorts de jean y una camisa de tiras.

—Papá no te dejará ir vestida así —le advertí.

—Cállate, sabelotodo —me gruñe y baja por las escaleras. Realmente me preguntaba cómo rayos Artemisa y yo éramos tan opuestos si nacimos el mismo día. Bajé tras ella y nos encontramos con papá en la puerta.

—Artemisa Katsaros, cámbiate la camisa ahora mismo —le ordena, así que con un bufido ella fue a cambiarse.

—¿Qué se siente tener cuatro hijos? —le pregunté y él rió.

—Raro, hijo, muy raro. Aún recuerdo mis días en los que me negaba a tener hijos, ¡y ahora tengo cuatro! —comenta, con nostalgia. Artemisa baja con una camisa manga corta y papá lo aprueba.

Artemisa me roba el puesto de copiloto así que quedo entre la silla de Hestia y Aquiles. Papá empieza a manejar bajo las instrucciones del GPS hacia la feria que le había indicado Aquiles. Me puse a oír música mientras jugaba con Hestia. Aunque Hestia es la menor, a veces creo que es más madura que Artemisa, pero este pensamiento jamás lo diría en voz alta. Al llegar al lugar, entendí porque Artemisa no quería venir en primer lugar, había mucha gente, había gritos y para rematas, olía apestoso.

—Papá, ¿no podemos ir a cine o algo? —pregunté, abrumado.

—¡Pensé que estabas de mi lado, Apolo!

—¡Lo estoy, pero huele terrible! —respondí.

—Deja de ser tan quejicas y vamos —me dice Aquiles, abriendo la puerta, así que lo empujo y se cae de la camioneta—, ¡PAPÁ!

—Llorón —murmuré.

Cuando papá nos pasó la pequeña manilla, supe que podríamos subirnos a todo. No esperé a mi papá y tomé a mi hermana melliza del brazo, llevándola a la fila para subirnos a una atracción, que al parecer le gustó porque no se quejó mientras esperábamos. Lo mejor de tener una hermana melliza, es que teníamos muchas cosas similares, como nuestros gustos por las atracciones amenazantes. Alrededor de tres horas nos la pasamos de atracción en atracción, sin nuestro padre, hasta que este la llama.

—Papá dice que debemos ir a la cafetería que hay cerca de los baños —me avisa, y asiento.

—A pesar del olor apestoso, me divertí —le dije, con una sonrisa.

—Yo igual, creo que me hacía falta algo de esto —me responde—, Apolo, me duelen las piernas, ¿me puedes llevar?

—¿Estás de coña? —le pregunto y ella me hace un puchero, suspiro y asiento. Se sube a mi espalda y empiezo a caminar hacia la cafetería.

—Eres un buen hermano, ¿lo sabías?

—Sí, creo que no me mereces, en serio.

—Ajá. Allá está papá, apúrale.

—¡Si no estuvieras tan pesada, ya estaríamos allá!

—¡No estoy gorda, tú lo estás!




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