Deseo Reluciente

Capítulo 3

Esta vez, conmigo de copiloto, en el auto, papá iba demasiado callado de camino al centro comercial. Mamá nunca había hablado de Laura y ésta nombró tan deliberadamente a la tía Perséfone que me intriga saber cómo sabe tanto de mi familia. Si fue mejor amiga de mamá, ¿qué las hizo dejar de serlo? Mamá no es una persona muy conflictiva, pero era orgullosa.

—Papá… —empecé.

—¿Sí, Apolo?

—¿Quién era esa mujer? —pregunté, temeroso, ya que no es normal que papá esté tan callado.

—Fue la mejor amiga de Atenea y fue novia de tu tía —me dice, con la vista al frente.

—¿Por qué estás tan enojado? —pregunta Aquiles.

—No lo estoy.

—Sí lo estás, papá —responde Artemisa.

—Ya cállense, iremos por ese juego y estaremos en casa.

Papá me dio cien dólares y me mandó por el juego, sólo. Jokresfat valía 50 dólares, por lo que me permití comprar otro juego. Al volver al auto, papá no pidió lo que sobrara del dinero, cosa que agradecí al cielo. Cuando llegamos a casa, él se fue a su estudio y nos dejó a los cuatro en la sala. Artemisa tomó a Hestia y yo me fui a mi habitación. Puse el juego en la Play y me puse a jugar. ¡Jokresfat es el mejor juego que existe! Estaba seguro que recibiría un premio por las gráficas y la aventura que presentaba el juego.

Le mandé a mamá un mensaje de buenas noches, como siempre hacíamos cuando uno de los dos tenía guardia nocturna y nos íbamos a dormir.

“Descansa, bebé”

Suspiré y apagué el teléfono, me acosté en mi cama, cerré los ojos y no me demoré en quedar dormido. Cuando me desperté, mamá estaba a mi lado.

—Buenos días —saludo y mamá se remueve a mi lado.

—Hola, hijo.

—¿Qué haces aquí?

—Tu papá estaba con Hestia, Artemisa ocupa toda la cama y sabes que Aquiles odia dormir conmigo —me dice, dándome la espalda—, ahora sé un buen hijo, y déjame seguir durmiendo.

Me levanté, salí de mi habitación y bajé a la cocina, papá estaba dándole cereal a Hestia y Artemisa veía su celular. Los saludé y me serví un plato de cereales.

—¿Cuándo viene Hermes? —me pregunta papá y me encojo de hombros.

—Si no estoy mal, debe estar por llegar —respondo y él asiente. Acabo de comer y me devuelvo a mi habitación, mamá seguía durmiendo plácidamente sobre mi cama, por lo que tomé unos vaqueros, unos calzoncillos y una camisa blanca. Entré a mi baño y me dejé relajar bajo la lluvia artificial. Cuando estaba arreglado, peinado y listo, Artemisa me manda un mensaje.

“¿Me acompañas a la tienda?”

“Nop. :p”

“Es urgente.”

“La sala, en tres.”

Me sequé rápidamente el cabello y bajé corriendo. Artemisa me esperaba impaciente, me pasó las llaves de la casa y salimos. Era domingo y hacía un sol espectacular, el aire estaba fresco y mi necesidad por ir a la playa aumentaba. Artemisa no me dijo para qué íbamos a la tienda, pero no le tomé importancia, creía suponer para qué era. Al llegar, ella me da una pequeña lista y ella se va por otras cosas de otra lista por lo que empiezo a buscar el jabón íntimo que necesitaba. Sabía que Artemisa debía estar buscando sus toallas, porque estábamos en los días de ella, quizá por eso tanta irritación.

Me embobé tanto buscando el jabón de ella, porque si no era al que estaba acostumbrada, tendría irritación, que no me fijé en las personas a mi alrededor.

—¿Katsaros? ¿Apolo Katsaros? —pregunta alguien atrás mío, y me volteo asustado, sentía como la sangre se acumulaba en mis mejillas y su calor.

—¿Quién eres? —pregunté, tratando de calmarme. Era una chica bajita, rubia y atractiva, ella sonríe apenada.

—Soy Samantha, eres mi sénior. Sólo compartimos matemáticas avanzadas —me dice, y asiento—. Lo siento, es que me sorprendió verte en esta sección.

—No te preocupes… —respondo, incomodo—, oye, sé que sonará raro, ¿pero sabes dónde encuentro este jabón? No lo he podido encontrar y si no lo hago, no creo soportar a Artemisa.

—Claro, no te preocupes —me responde y se pone a buscarlo, alejada de donde yo buscaba, para después tomarlo de la estantería—. Mira.

—Muchas gracias…

—Samantha —me recuerda, incomoda.

—¡Lo siento, en serio! Estoy recién levantado —rio, incomodo, tomando el jabón.

—¿Te ayudo con el resto de la lista? —se ofrece.

—¿Segura que puedes? No quiero causar problemas o algo.

—No te preocupes, mis padres hacen esas cosas solos, aparte, eres el gran Apolo Katsaros, será interesante socializar contigo —me dice, haciéndome reír.

—Soy alguien normal, en serio —le digo—, aparte me haces sentir como mi padre. Mira, esta es la lista.

Samantha me acompañó a buscar el resto de las cosas que Artemisa necesitaba, me agradó sentir que no me juzgaba por comprarle las cosas a mi hermana melliza, y para rematar, me gustaba su charla. Parecía romper todo estereotipo de que las rubias son atractivas y tontas.




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