Fue así como, un miércoles por la tarde, mientras estaba sentada en una banca del campus, concentrada en hacer un trabajo, Selena vio a Damián y a Jae llegar a la cafetería. Se sentaron cerca de ella y, sin proponérselo, escuchó parte de su conversación.
—¿Seguirás entrenando mañana? —preguntó Damián, bebiendo un sorbo de su café.
Jae asintió con tranquilidad.
—Sí, después de clases. Como siempre. ¿Por qué? ¿Quieres ir conmigo?
El corazón de Selena dio un vuelco. No tenía idea de que Damián entrenaba, pero la idea de verlo en un entorno distinto al académico la llenó de emoción. ¿De qué se trataba? ¿Era algún deporte? ¿Un club secreto? No podía quedarse con la duda.
Cuando las clases terminaron, se despidió falsamente de Adriana y esperó a que Damián saliera. Lo siguió a distancia y descubrió que se dirigía a un gimnasio no muy lejos de la universidad, donde varios alumnos solían entrenar boxeo.
No podía dejar pasar la oportunidad. Investigó todo lo necesario sobre el lugar y decidió que iría al día siguiente.
El jueves, Selena llegó temprano al gimnasio. No podía simplemente entrar y mirar, así que necesitaba un plan. Se puso ropa deportiva y recogió su cabello en una coleta alta.
Al entrar, el sonido de golpes contra los sacos de entrenamiento y el murmullo de los estudiantes llenaban el ambiente. Un instructor alto y fornido la recibió con una mirada analítica.
—¿Primera vez por aquí? —preguntó con voz firme.
Selena asintió, fingiendo timidez.
—Sí. Me gustaría probar una clase de defensa personal. He estado interesada en aprender a defenderme.
El hombre asintió con una leve sonrisa.
—Bien, tenemos una sesión para principiantes dentro de unos minutos. Puedes quedarte a observar mientras terminamos con los avanzados.
Selena asintió, pero su atención estaba en otra parte. A través de los espejos en las paredes, vio a Damián en el área de boxeo. Llevaba las manos vendadas y su postura era relajada, aunque su mirada permanecía afilada. A su lado, Jae estiraba los brazos.
En un instante, Damián se movió con fluidez, bloqueando un golpe de su oponente con una precisión impresionante.
Selena contuvo el aliento. Había algo fascinante en la forma en que se movía, como si cada acción estuviera perfectamente calculada.
Cada minuto que pasaba allí, más crecía su deseo de saber más sobre él.
La clase de defensa personal comenzó, pero a Selena apenas le importaba. Ejecutaba los movimientos básicos con distracción, mientras sus ojos volvían una y otra vez hacia Damián. Su precisión, su control... incluso su respiración era medida y controlada.
Se preguntó qué lo había llevado a entrenar. ¿Lo veía como un simple deporte o había algo más detrás?
En un momento, el instructor llamó su atención.
—Pareces un poco distraída. Es importante concentrarse cuando se aprende a defenderse.
Selena forzó una sonrisa.
—Lo siento, estaba tratando de recordar los pasos.
El hombre la observó por un segundo, pero no dijo nada más y siguió con la clase. Selena trató de enfocarse, pero su mente seguía en Damián.
¿Cómo era posible que alguien pudiera capturar su interés de una forma tan absoluta?
Cuando la sesión terminó, Selena se dirigió lentamente a los casilleros. No quería irse todavía. Desde la puerta entreabierta, vio a Damián y Jae recogiendo sus cosas.
—Eres bastante bueno —dijo Jae, dándole un leve golpe en el hombro—. Aunque aún no puedes conmigo.
Damián soltó una leve risa, rodando los ojos.
—Sigue soñando.
Jae negó con la cabeza, sonriendo, pero luego su expresión se tornó más seria.
—Hablando de eso... ¿has notado algo raro últimamente?
Damián frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Jae se cruzó de brazos.
—No lo sé. Es solo una sensación. Como si alguien nos estuviera observando más de la cuenta.
Selena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se alejó un poco más de la puerta, temiendo ser descubierta.
Damián permaneció en silencio un momento antes de responder.
—No he notado nada... pero estaré atento.
Jae asintió, aunque su mirada aún reflejaba cierta sospecha.
Selena decidió que era momento de irse. No podía arriesgarse a ser descubierta todavía. Se cambió rápidamente y salió del gimnasio con el corazón latiendo con fuerza.
Sabía que su obsesión estaba alcanzando un nuevo nivel, pero no podía detenerse.