Deseo Silencioso

Rastros Invisibles

Desde la noche en que Selena había descubierto el gimnasio, su rutina cambió. Asistía con más frecuencia a las clases de defensa personal, siempre asegurándose de coincidir con Damián. Durante varios días, él parecía demasiado concentrado en su entrenamiento como para notarla, pero una tarde, en medio de un descanso, sus miradas se cruzaron.

Damián estaba bebiendo agua cuando la vio ejecutar un golpe con precisión en el saco de entrenamiento. Su mirada se mantuvo en ella por unos segundos, evaluándola, antes de acercarse con tranquilidad.

—No sabía que entrenabas aquí —comentó, con un matiz de curiosidad en su voz.

Selena se volvió hacia él, sintiendo su corazón acelerarse, pero manteniendo una expresión relajada.

—Lo hago desde hace poco. Me pareció interesante probar algo nuevo —respondió, secándose la frente con una toalla.

Damián asintió lentamente, observándola con atención.

—Se nota que te esfuerzas. No muchos novatos tienen esa disciplina.

—Siempre es bueno probar cosas nuevas —dijo ella con una ligera sonrisa, sin apartar la mirada de él.

Damián alzó una ceja, como si estuviera evaluando sus palabras, y luego dejó escapar una leve sonrisa. Luego, sin más, se giró y volvió a su entrenamiento, dejando a Selena con la certeza de que, por primera vez, él la veía realmente.

Unos días después, algo extraño comenzó a suceder. Damián abrió su casillero después del entrenamiento y frunció el ceño.

—¿Otra vez? —murmuró.

Selena, que estaba cerca, se acercó con una expresión de curiosidad fingida.

—¿Pasa algo?

Damián suspiró, cerrando la puerta con más fuerza de lo necesario.

—Parece que alguien ha estado tomando mis cosas. Primero fueron mis vendajes, ahora mi botella de agua.

—Tal vez alguien lo tomó por error —dijo Selena con un tono de inocencia ensayada.

Damián no respondió de inmediato. Se limitó a mirarla por un momento antes de encogerse de hombros.

—Tal vez. Pero es extraño.

Jae, que había escuchado la conversación, se cruzó de brazos.

—Esto ya no es coincidencia. Alguien está metiendo las manos donde no debe.

Selena sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dejó que se reflejara en su expresión. Se limitó a ofrecer una sonrisa comprensiva antes de despedirse y salir del gimnasio.

Esa noche, Selena llegó a casa más tarde de lo habitual. Su madre, estaba en la cocina sirviendo la cena. Al ver entrar a su hija, dejó el cucharón sobre la mesa y cruzó los brazos. —Llegas tarde otra vez —dijo con tono de reproche.

—Estaba en la universidad —respondió Selena con una sonrisa ensayada.

—¿Y por qué hueles a sudor? —intervino su padre, que leía el periódico desde la mesa. Selena rodó los ojos.

—Tomé una clase de defensa personal. Es todo. Su madre la observó por un momento, como si intentara descifrar sus pensamientos. Finalmente, suspiró y le indicó que se sentara a cenar. —Solo espero que no estés descuidando tus estudios. Sabes que queremos lo mejor para ti —dijo su madre, sirviéndole un plato de pasta. Selena asintió mecánicamente.

No tenía intención de compartir lo que realmente pasaba por su mente. Su familia nunca entendería lo que sentía por Damián, la conexión inexplicable que la impulsaba a seguirlo, a conocer cada detalle sobre él.

Después de cenar, se encerró en su habitación y encendió la lámpara de su escritorio. En la pared frente a ella, un collage cuidadosamente organizado mostraba múltiples fotos de Damián: en la universidad, en la biblioteca, saliendo del gimnasio. Junto a las imágenes, horarios anotados a mano detallaban sus movimientos diarios, los lugares que frecuentaba y los momentos en los que estaba solo.

Selena sacó la botella de agua y la colocó al lado de los vendajes que había tomado anteriormente de Damián, admiro su pequeña colección de objetos que alguna vez le habían pertenecido. Acarició con la yema de los dedos los vendajes, sintiendo la tela áspera bajo su tacto. Su corazón latía con fuerza. Estaba un paso más cerca de él. Pero no era suficiente.




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