Los días pasaron y, aunque Selena mantenía la rutina de asistir al gimnasio, comenzó a notar que la actitud de Damián había cambiado ligeramente. No era una transformación drástica, pero algo en su comportamiento la hacía sentir que él era más consciente de su presencia.
Una tarde, después de una sesión de entrenamiento particularmente intensa, Selena se permitió observarlo mientras él practicaba con Jae. Los movimientos de Damián eran fluidos y precisos, su mirada enfocada y su postura impecable. Cada golpe y esquiva parecía calculado con frialdad, como si en su mente nada existiera fuera del combate. A Selena le fascinaba esa intensidad.
Cuando la sesión terminó, Damián se acercó a su casillero y, al abrirlo, frunció el ceño. Selena sintió una ola de tensión recorrer su cuerpo.
—Otra vez… —murmuró Damián, tomando su bolso y revisando su contenido.
Jae se aproximó, notando su expresión molesta.
—Dime que no te han robado otra cosa —dijo con tono seco.
Damián suspiró, cerrando el casillero de golpe.
—Mis llaves de la casa no están. Estoy seguro de que las dejé aquí antes de entrenar.
Selena, que había estado observando a una distancia prudente, decidió intervenir en el momento adecuado. Se acercó con expresión de interés genuino.
—¿Perdiste algo? —preguntó, fingiendo sorpresa.
Damián la miró de reojo y asintió.
—Mis llaves. No creo que sea una coincidencia.
Jae chasqueó la lengua con exasperación.
—Esto ya no es normal. Alguien está jugando contigo.
Selena bajó la mirada, sintiéndose una sombra en la escena. Su expresión se tornó comprensiva.
—Tal vez las dejaste en otro lado. A veces, cuando estamos distraídos… —dejo la frase en el aire, esperando que su sugerencia plantara una semilla de duda.
Damián se quedó en silencio por un momento antes de sacudir la cabeza.
—Voy a revisar de nuevo.
Selena observó cómo se alejaba y sintió una mezcla de emoción y temor. Sabía dónde estaban las llaves. Ella las había tomado para añadirlas a su colección secreta.
Esa noche, al llegar a casa, Selena subió a su habitación con rapidez, asegurándose de que nadie la siguiera. Encendió la lámpara de su escritorio y fijó la vista en su pared. Ahí estaban las fotos de Damián, las notas de sus rutinas, las horas en las que se encontraba solo, las cosas que le había tomado con discreción. Con sumo cuidado, sacó las llaves y las sostuvo entre sus dedos. El metal frío envió un escalofrío por su piel.
Acarició el llavero con delicadeza y se permitió cerrar los ojos, imaginando el sonido de la voz de Damián, la forma en la que pronunciaba su nombre. Estaba tan cerca de él, y sin embargo, todavía no era suficiente.
Un golpe en la puerta la sacó de su ensoñación.
—Selena, ¿puedo pasar? —Era la voz de su madre.
Selena ocultó las llaves rápidamente dentro de un cajón y se aseguró de que su pared estuviera cubierta con un fólder antes de abrir la puerta.
—Adelante.
Su madre entró y la miró con suavidad. Había una preocupación latente en sus ojos.
—Has estado extraña últimamente. Llego a casa y apenas te veo, sales temprano y regresas tarde. ¿Estás bien?
Selena le dedicó una sonrisa tranquila.
—Solo estoy ocupada con la universidad y el gimnasio. Nada de qué preocuparse.
Su madre suspiró y tomó asiento en el borde de la cama.
—Tú siempre has sido independiente, pero hay algo en tu mirada… No sé, como si estuvieras lejos, aunque estés aquí. ¿Hay algo que no me estés diciendo?
Selena se tensó un instante, pero disimuló con rapidez.
—Mamá, de verdad no pasa nada. Solo estoy enfocada en mis cosas. No tienes que preocuparte tanto.
Su madre la observó por un largo momento antes de asentir lentamente. Se puso de pie y le acarició el cabello con ternura.
—Solo recuerda que siempre puedes hablar conmigo.
Cuando su madre salió, Selena se giró de inmediato hacia su escritorio y volvió a abrir el cajón. Sus dedos rozaron las llaves y sonrió con satisfacción.
Estaba logrando lo que quería. Damián comenzaba a verla, a notar su existencia. Y pronto, muy pronto, él también sentiría lo mismo por ella.
Sólo era cuestión de tiempo.